NotMid 01/01/2024
OPINIÓN
MARISA CRUZ
En 1988, cuando la Movida madrileña ya se había prácticamente extinguido y Rock-Ola llevaba cerrada tres años, Mecano lanzó un exitazo compuesto por Nacho Cano. Un año más se ha convertido desde entonces en tema icono de la Nochevieja. Suenan sus primeros compases y nos trasladamos a la Puerta del Sol, o a cualquier otra plaza española, delante del reloj y con el cucurucho de uvas en la mano, dispuestos a darlo todo «entre pitos y gritos» para recibir el año nuevo.
Por una vez, dice la letra, los españolitos hacemos algo al unísono. Uva va y uva viene al compás del dong-dong. También afirma la canción que «hacemos balance de lo bueno y malo, cinco minutos antes de la cuenta atrás». Puede que sea cierto. Cruzamos los dedos para que los tropezones y los disgustos del año que termina no se repitan, y el que comienza esté sembrado de venturas.
Sin embargo, el balance raramente acaba con conclusiones. Simplemente nos arrojamos en brazos de la esperanza, de la suerte, de los dioses. No nos responsabilizamos de las desdichas. Confiamos sencillamente en que a partir de la última campanada queden definitivamente atrás. Que nuestras culpas se borren gracias al beneficio de una generosa amnistía. Y borrón y cuenta nueva.
Nos dejamos llevar por la ensoñación de un nuevo año que se abre y vendrá colmado de alegrías. Pero, cuando se pasan los efectos del cava y del jolgorio, caemos en la cuenta de que los errores que creíamos conjurados sólo con volver la hoja del calendario siguen arrastrando los pies. Que los venenos que la política nos ha inoculado siguen vivitos y coleando, corriendo por nuestras venas. Que la fiesta nocturna por las calles madrileñas, o de cualquier otra población española, ha sido sólo un paréntesis en la guerra cotidiana.
Quienes vivimos en el mundillo politiquero regresaremos al Congreso, al Senado, a Moncloa, a Ferraz, a Génova, a Bambú, a Sabin Etxea, a Calàbria, al Passatge de Bofill y a Waterloo. Y los que se mueven entre togas y puñetas volverán a los pasillos del Supremo, a las salas de la Audiencia, a la puerta de los juzgados y al edificio redondo del Constitucional. Todos a la batalla otra vez entre partidos, entre instituciones, entre poderes del Estado.
2023 ha sido el año de la gran polarización. Y eso no se resuelve con un salto en el calendario, pasando del 31 al 1 y del 23 al 24. Las raíces del problema son profundas y han prendido con fuerza. Esta misma semana nos lo recordaban desde las páginas de este periódico profesores y analistas políticos de primer nivel. Lo peor, y perdonen el pesimismo, es que con la primavera darán fruto y será tóxico.
Nos queda por ver la foto de Sánchez con el prófugo Puigdemont y el regreso de este, blanqueado como un angelito, para pasearse por las calles de Girona o Barcelona. Quizá también leeremos su nombre en una lista electoral aspirando de nuevo al inquilinato del Palau Sant Jaume.
Veremos probablemente a los de Otegi triunfales arañando pedazos cada vez más grandes de la tarta que los de Sabino Arana, ahora progresistas de nueva hornada, han considerado suya durante tanto tiempo. Asistiremos a una nueva lotería diseñada para agraciar a quienes no creen en el proyecto «común y compartido» que reclama el Rey con tan poco éxito.
Asistiremos a nuevos episodios de lanzamiento cruzado de fruta desde la Real Casa de Correos hacia el Palacio de La Mocloa y viceversa. Y también de tiros en el pie de Vox que acaban rebotando en el trasero a descubierto de Feijóo.
Y a los morados de Ione Belarra, heredera fetén de Pablo Iglesias, en guerra más o menos soterrada con las huestes de aluvión de Yolanda Díaz, heredera también de Iglesias pero fallida.
Y seguiremos padeciendo la escalada de los precios, quizá más lenta, pero subida al fin y al cabo, y acumulativa. Ya saben que en este caso aquello de que todo lo que sube acaba bajando no computa. Y tendremos nuevos Presupuestos, expansivos y «los más sociales de la historia». Hagan apuestas. También fiscalidad progresiva, o sea, por las nubes.
Y veremos a los gallegos votar, y a los vascos. Y después, todos en las urnas europeas con la certeza de que en realidad Estrasburgo nos importa un pito y lo que queremos hacer es un ejercicio colectivo de venganza contra los políticos patrios. Unos contra uno, otros contra otro. Y todos contra todos.
Aprovechen por tanto esta noche en blanco «entre pitos y gritos», que la nueva Movida, y no precisamente la de Rock-Ola, aún está por llegar. Feliz Año Nuevo.
