El magnate a menudo remataba sus mítines con el aria de la ópera más famosa de Puccini. Ahora sabemos que lo que quería era protagonizarla
NotMid 21/04/2025
OPINIÓN
FÁTIMA RUÍZ
Cuando Trump acabó su discurso de coronación como candidato republicano en Milwaukee con un aria de Puccini nadie reparó en lo premonitorio del titulo como programa económico: Nessun dorma (que nadie duerma). Las teorías sobre la apuesta musical de mítin se dividieron en dos según el tipo de groupie.
En un lado del ring, los incondicionales, emocionados por que al fin se cantara a gritos el único sondeo que estaban dispuestos a aceptar sin necesidad de personarse en el Capitolio: vincerò (triunfaré). Al otro lado del cuadrilátero estaban los conspiranoicos, primos hermanos de aquellos pero con más tiempo libre, que buscaban referencias más complejas y las hallaron en la banda sonora de una peli de espías: The Sum of All Fears. La trama era un caramelo: un complot del estado profundo para asesinar al presidente de EEUU y desatar una guerra nuclear con Rusia que acaba desarticulado con gran fanfarria en una cacería de terroristas y representantes de élites malignas (sabe dios si titulares de un diploma de Harvard).
Pero tal y como avanzan los acontecimientos, al final ha resultado que lo que Trump buscaba de manera inconsciente en la ópera de Puccini era protagonizarla convirtiéndose en Turandot. Que para quien no se acuerde es una princesa (china) que combina la plena conciencia de sus encantos con un peligroso afán de venganza. En el escenario, la heroína se desquita cortándole la cabeza a los pretendientes que no están a la altura (todos) después de plantearles acertijos imposibles. En el libreto de la Casa Blanca, la revancha presidencial guillotina las importaciones con aranceles calculados gracias a una fórmula hija de aquella clásica «parte contratante de la primera parte».
A Turandot acaba doblegándola un príncipe persa. Y a Trump le empiezan a flaquear algo las piernas. De momento se ha pasado el fin de semana instando a decapitar al jefe de la Reserva Federal, Jerome Powell, por decir que las tasas están trabando su misión de estabilizar los precios y mantener el pleno empleo. A la vez, el magnate ha empezado a recular (y eso pese a la cantidad de príncipes de todas latitudes llegados a su corte para «besarle el culo»): los aranceles a China -que, por cierto, lleva 80 días sin comprar gas licuado a Washington- eximen a móviles y ordenadores después de que las tecnológicas norteamericanas alertaran del peligro de que el verdadero fentanilo de la sociedad digital, el de la pantalla negra, disparara su precio.
A ver qué pasa cuando compruebe de dónde vienen las tierras raras con las que se fabrica la joya de su aviación, el F35. Si la epidemia de insomnio llega por fin a la Casa Blanca.