Creo que Pedro aguanta por algo muy profundo y muy poco estratégico: algo que nace de una oscura e inagotable necesidad de resarcimiento personal
NotMid 03/06/2025
OPINIÓN
JORGE BUSTOS
Siete son los días de la semana, siete los pecados capitales, siete los votos de Puigdemont y siete los años que lleva Pedro en el poder, más chulo que un ocho, haciéndole un siete a la democracia liberal. El siete es número de plenitud, imagen bíblica de la eternidad, razón de que a millones de españoles se les esté haciendo tan largo el sanchismo. A Pedro, en cambio, se le ha hecho muy corto. Él quiere llegar a 2030 y más allá, batir la marca de longevidad en el cargo de Felipe y si es posible también la de Gengis Kan. Porque el sanchismo no es un proyecto ideológico sino la ensimismada voluntad de poder de un solo hombre.
Ahora bien, a lo largo de estos siete años Pedro apenas ha conocido la estabilidad, ni ya podrá conocerla. Su miserable dependencia parlamentaria le ha impedido desplegar una agenda ajena al separatismo o aprobar más de tres Presupuestos en un septenio. Y el escenario va a empeorar. Los socios no lo derrocarán, pero tampoco le tenderán la mano en tanto el cerco judicial siga estrechándose, impidiéndole no ya pisar la calle sino recuperar la iniciativa de la conversación pública. En tales circunstancias personas cabales como Javier Lambán se muestran partidarias de abreviar la agonía y llamar a los españoles a las urnas. Es lo que haría no ya cualquier presidente responsable sino cualquier adulto funcional. No es el caso de Pedro.
Hay quien dice que no convoca elecciones porque tiene un plan, concebido a pachas por una autocomplacencia temeraria y una fe ciega en otro error del adversario (como los pactos autonómicos del PP con Vox) para aprovechar la última ventana de oportunidad electoral. Hay quien dice que se está aferrando al puesto desde el que controla la Fiscalía para protegerse a sí mismo y a su familia del avance de las causas judiciales. Y hay quien dice que realmente medita un autogolpe o un fraude bananero, un eco a escala nacional de aquella urna tras el biombo en el Comité Federal que lo defenestró, engendrando en su alma el negro resentimiento que aún le ayuda a resistir. Me inclino por esta última hipótesis.
Creo que Pedro aguanta por algo muy profundo y muy poco estratégico: algo que nace de una oscura e inagotable necesidad de resarcimiento personal. Todo narcisista es inseguro porque basa su autoestima en lo que tiene a ojos de los demás, no en lo que es ante el espejo. A solas se sabe un impostor, pero mientras viva en Moncloa nadie se atreverá a recordárselo. Por eso no puede dimitir. Solo dimite el que conserva un ser al que regresar. Y Pedro sin poder no es más que un concejal resultón, un doctorando fraudulento, un contertulio rechazado.
