Para regenerar nuestra democracia, huelga decirlo, necesitamos lo contrario: cargos y militantes que sepan decir ‘no’ y votantes que castiguen a los que juegan sucio
NotMid 06/07/2025
OPINIÓN
MANUEL ARIAS MALDONADO
Aunque el periodismo disfrute con los cónclaves partidistas, nada resulta más urgente para los demócratas españoles que comprender la naturaleza de estas organizaciones: tenemos noticia diaria de la corrupción sistemática en que ha incurrido el PSOE desde que Sánchez -a través de una moción de censura cuyos oscuros preparativos empiezan a salir a la luz- llegase a la Moncloa por la puerta de atrás.
Bien puede alegarse que todos los partidos políticos se parecen, aunque cada uno se pervierta a su manera. ¡Y es verdad! Sin embargo, aquí no hablamos únicamente del dinero de todos. La manera en la que se ha conducido este PSOE carece de precedentes: el severo deterioro del Estado de Derecho y la desfiguración confederal de nuestro régimen autonómico solo responden al interés personal del líder socialista. Se trata del mismo Sánchez que, imputados sus dos últimos secretarios de Organización, se presenta ahora como un ser de luz concernido por los códigos éticos y el reparto del poder orgánico: sería risible si no hubiera millones de votantes dispuestos a creérselo.
Sobre el daño que la identificación partidista del ciudadano inflige a la salud democrática se ha hablado mucho en esta columna. Pero también ocurre que ministros como Escrivá o Marlaska han arruinado su reputación por obedecer al partido, que se perpetraron los ERE andaluces a la vista de todos y se indultó orgullosamente a sus responsables, que todo un presidente de la Audiencia Nacional adelantó el fallo de una sentencia al Gobierno, que innumerables supervisores han consentido el amaño de contratos públicos durante años o se ha colocado a apparatchiks sin cualificación al frente de organismos estatales. Y no olvidemos a esos intelectuales moralistas que solo callan cuando los corruptos son los suyos.
Temo que la clave esté en el tribalismo amoral que practican quienes integran los partidos o se vinculan a ellos por simpatía ideológica o interés material; lo llaman «patriotismo de partido». Traduzco: la lealtad a la organización se convierte en el único criterio de acción; conductas incompatibles con la ley o la decencia terminan por naturalizarse; el vínculo personal se impone a la norma impersonal. Para regenerar nuestra democracia, huelga decirlo, necesitamos lo contrario: cargos y militantes que sepan decir no y votantes que castiguen a los que juegan sucio. Difícilmente se cumplirán tales condiciones en este país de todos los demonios; la esperanza, dicen, es lo último que se pierde.