Un modelo de paz al estilo de lo que ocurrió en Yalta hace 80 años sería una gran rémora para Ucrania, la UE y el pilar europeo transatlántico, y una hipoteca difícilmente asumible para el futuro de la seguridad colectiva del viejo continente
NotMid 20/08/2025
OPINIÓN
GUSTAVO PALOMARES LERMA
La cumbre en Alaska ha dejado claro que Donald Trump es el useful idiot (tonto útil) en la estrategia del Kremlin. La pieza fundamental en la maniobra de Putin para, una vez consumada la salvaje agresión militar y más de un millón de muertos después, cambiar de un plumazo el actual equilibrio europeo.
Como ya ocurrió en Yalta hace justo 80 años, el mapa de Europa se está rediseñando sin la participación de los países afectados. Ucrania y Europa temen que dichos acuerdos reservados sean impuestos como base para el futuro acuerdo de paz. Parece repetirse la historia. Y, como ocurriera en la ciudad de Crimea, poco antes de la finalización del conflicto, las grandes decisiones geoestratégicas y territoriales acordadas por dos potencias ideológicamente antagónicas, impuestas a los ausentes Estados afectados, más que sentar las bases para finalizar un conflicto, crean equilibrios en el ejercicio de una disuasión nuclear de terror que, de forma permanente, tienden a la inestabilidad y al miedo.
La propuesta de paz para Ucrania negociada por Estados Unidos y Rusia, ante la marginalidad de la UE, se produce justamente cuando la OTAN, ante el miedo al oso ruso, sigue celebrando la histórica adhesión de Finlandia y Suecia para hacerla más fuerte y segura, incluso también en el Alto Norte y el Mar Báltico. Sin embargo, Trump no sólo piensa presionar a Ucrania -las sucesivas encerronas en Washington y la que se produzca fruto del encuentro con Putin en Moscú- para que negocie el fin de la guerra con Rusia, sino que está considerando reducir los compromisos estadounidenses transatlánticos, lo que sumado al más que previsible fracaso del compromiso del 5% en el incremento del presupuesto militar por parte de los europeos, fracturaría una Alianza defensiva que ha dado forma a la seguridad europea desde la Guerra Fría.
Este modelo de paz sería una gran rémora para Ucrania, para la UE, para el pilar europeo transatlántico, así como una hipoteca difícilmente asumible para el futuro de la seguridad colectiva del viejo continente. Una propuesta de paz sin alto el fuego y sin condiciones para Putin que, aprovechando su ventaja, está propiciando un encarnizamiento de los combates. Sería «ridículo que empezáramos a negociar con Ucrania sólo porque se está quedando sin municiones y van perdiendo apoyos; las posibles negociaciones no son una pausa para rearmar a Kiev, sino una conversación seria con garantías de seguridad para Moscú», dijo el presidente ruso en una entrevista a finales de marzo de 2025 a medios de comunicación nacionales.
Los puntos coincidentes en esta iniciativa de Paz de Alaska, filtrados hasta el momento, sugieren un precio inaceptable si no fuera por las cartas constreñidas y marcadas que tienen Zelenski y sus socios europeos, como le señaló con enojo Trump a Zelenski en el Despacho Oval a inicios de 2025, y le ha recordado nuevamente esta semana en la Casa Blanca. El objetivo del zar ruso sigue siendo el mismo: convertir a Ucrania en un Estado neutralizado permanentemente; un control pleno sobre Crimea y con el Donbás bajo una soberanía limitada o compartida, vulnerable al control militar ruso; la explotación de una parte de los recursos minerales, energéticos y «tierras raras» en manos de Moscú y de Washington; limitar al máximo las garantías de seguridad para Ucrania y para los límites fronterizos acordados con un aval, y presencia mínima de los Estados de la Unión y de la fuerza transatlántica. En conclusión, confirmar ante la opinión pública global la victoria de Putin y la derrota de Zelenski, sus socios, y de todo Occidente, con el inevitable cambio de alianzas en Europa y bajo la complicidad de Washington y Moscú. Testigo de todo ello: Pekín.
Llegados a este punto del conflicto y de un proceso de paz sin alto el fuego, y sin mesa de negociación establecida, es irrenunciable garantizar unos umbrales que permitan una salida tolerable para Ucrania. En términos prácticos, esto significaría asegurar su posición sobre interés geoestratégicos vitales: que Ucrania sea soberana, capaz de unirse a la UE, aunque renuncie a vincularse a la OTAN, económicamente sostenible, con acceso a sus puertos, y militarmente defendible, con una combinación de retirada militar rusa y garantías de seguridad occidentales.
Un acuerdo de este tipo implicaría compromisos dolorosos para todas las partes. Rusia tendría que aceptar un mayor peso de la UE y de los Estados europeos hacia Oriente, algo que ahora describe como una enorme violación occidental de sus intereses fundamentales de seguridad. Ucrania sólo podría aceptar recuperar el territorio aún ocupado por Rusia por medios diplomáticos y políticos, y nunca militares. Los países occidentales tendrían que aceptar que están directa e irrevocablemente implicados en la protección de la seguridad ucraniana, mediante el apoyo militar de acompañamiento y apoyo a los acuerdos adoptados. Su fe en la disuasión tendría que pesar más que su temor a una escalada del conflicto.
Lo que preocupa especialmente es la capacidad de Rusia para amenazar a los países bálticos de Estonia, Letonia y Lituania. El futuro de la Alianza Atlántica en los próximos tiempos debe manejar esta hipótesis en un lugar central. A pesar de la ampliación de la OTAN para incluir a Finlandia y Suecia, la posición geográfica de los Estados bálticos crea problemas inusualmente difíciles para la defensa y la disuasión. Las antiguas deficiencias en la escala de escalada, las dificultades en el refuerzo y los inadecuados arsenales no se remediarán rápidamente. La OTAN debe gestionar también el riesgo de que se extienda a otros teatros de operaciones, como el Atlántico Norte, el Ártico y el Pacífico Norte.
Como parece demostrar las dificultades en el avance del proceso de paz y el interés del Kremlin por aprovecha su ventaja estratégica, es evidente que el problema ruso no tiene fácil encaje y son muchos los planteamientos que se decantan, en un lado y otro, por la «teoría de la contención geoestratégica», señalando que la era de la complacencia recíproca debe llegar a su fin. Según estos presupuestos, más aún después del final previsible de la guerra en Ucrania, no se puede volver a la situación habitual con Rusia a corto o medio plazo, ni siquiera cuando Putin ya no esté en el Kremlin.
Sin embargo, una solución soportada sobre un acuerdo de paz tipo Yalta -más que previsible acorde a los términos actuales de la negociación-, probablemente, sólo suponga una postergación de un enfrentamiento inevitable, en donde el acuerdo que pone fin a un conflicto encierra el germen del siguiente.
Gustavo Palomares Lerma es director del Instituto Universitario General Gutiérrez Mellado, catedrático europeo en la UNED y profesor en la Escuela Diplomática de España