El presidente del Gobierno ha degradado gravemente las instituciones durante su mandato. Basta con las palabras clave para enumerar sus actos: decreto ley, presupuestos, amnistía, fiscalía general, jueces. Pero hasta el domingo no había hecho de la calle una extensión del poder ejecutivo
NotMid 16/09/2025
OPINIÓN
ARCADI ESPADA
Una democracia empieza a correr riesgos ciertos, no puramente retóricos, cuando el Gobierno y los escuadrones callejeros son lo mismo. El penúltimo ejemplo se dio en aquella Cataluña de los rescoldos humeantes del Proceso cuando el entonces presidente de la Generalidad, Joaquim Torra, le dijo a sus muchachos: «Apreteu, apreteu». Y el último lo dio el domingo el presidente Sánchez cuando alentó a los suyos a romper la Vuelta a España. Si la misma persona maneja el orden y el desorden, la razón y la libertad desaparecen del espacio público. La imagen congruente con el insólito llamamiento presidencial a la violencia contra los ciclistas hubiese sido la de un policía aporreándose la cabeza. La democracia convertida en oxímoron.
El presidente del Gobierno ha degradado gravemente las instituciones durante su mandato. Basta con las palabras clave para enumerar sus actos: decreto ley, presupuestos, amnistía, fiscalía general, jueces. Pero hasta el domingo no había hecho de la calle una extensión del poder ejecutivo. Es decir, no había llegado hasta tal punto en el proceso de degradación de sí mismo. La consecuencia más notable debe observarse desde una cierta fría altura, tratando de evitar la espinosa maraña de la política interna. Lo cierto es que los usos de Sánchez ya están al margen de la cultura política europea. La famosa foto de la cumbre de la Otan, en la que el presidente español posaba deliberadamente alejado del resto de líderes, ha acabado yendo mucho más allá de la circunstancia concreta de la discusión atlantista. Hoy, Sánchez, es, antes que el representante de una democracia liberal convencional, un político clásico de la izquierda latinoamericana -no necesariamente narcotraficante: bastan los ejemplos de Kirchner, Lula o Petro-, incrustado como un cuerpo extraño en la institucionalidad europea. Nadie puede imaginar a Macron boicoteando el Tour de Francia. O a Merz animando a la cancelación de las editoriales israelíes en la Feria de Fráncfort. O a Starmer aplaudiendo a los encapuchados que destrozaran los focos del festival de Eurovisión. Las razones de estas asimetrías no son solo éticas o estéticas, ni provienen de la falta de educación -genérica- de Sánchez. Si el presidente español se comporta con esa ligereza de pitillo latinoché es, sobre todo, por impotencia. Su relevancia en Europa se ha ido disolviendo a medida que avanzaban sus atropellos y deslealtades institucionales. Sus llamamientos a la Humanidad apenas cubren la ruta que va del barrio de Moncloa a Miguel Yuste. Ya solo es un paria europeo que ha encontrado asilo político.
