Se iban a dar la mano Sánchez y Ayuso, aun tragando saliva, si no fuera por deferencia a la Monarquía
NotMid 12/10/2025
OPINIÓN
EDUARDO ÁLVAREZ
Si hay un día en el calendario que por sí solo justifica la vigencia de la Monarquía en esta España tan rara que nos está quedando, ése es sin duda el 12 de Octubre. El hazmerreír, de puertas afuera, y la zapatiesta, aquí dentro, que supondría la celebración de la Fiesta Nacional si en lugar de tener una figura simbólica, neutral y apartidista al frente de la Jefatura del Estado lo nuestro fuera una república inevitablemente -a los hechos nos remitimos- bananera.
Escolares de todas las comunidades autónomas participan cada año en un curioso concurso llamado ¿Qué es un rey para ti?, organizado por la Fundación Institucional Española (FIES). Son interesantes las elucubraciones de la chavalería sobre la Corona, pero, en general, como subrayaba una participante de Barcelona el año pasado, ven a su titular “como el pegamento que une y mantiene unidas todas las piezas de un gran puzle. Todas estas piezas juntas forman una gran nación: España”. A Felipe VI le hizo gracia escuchar la explicación de boca de la niña, y le respondió satisfecho: “Se podría comercializar”.
No es en realidad ninguna de las funciones que la Constitución encomienda al Rey la de hacer de loctite. Porque ni su labor arbitral, ni el tener que moderar el funcionamiento regular de las instituciones o ni siquiera el simbolizar la unidad y permanencia de la nación se pueden traducir en que al jefe del Estado le toque actuar como la seño en el patio del colegio tratando de ajuntar a todas horas a los niños rezongones que se pelean y se llaman de todo menos bonito, cuando no directamente se enseñan los puños. Pero, así son las cosas, se ha acabado convirtiendo por la vía de los hechos en otra función de un Felipe VI que tiene más paciencia que el Santo Job. Si Bagehot levantara la cabeza, se vería obligado a reeditar su Espejo para príncipes y completar lo del pegamento a las funciones clásicas del monarca parlamentario -ser consultada, exhortar y prevenir-.
La realidad, insistimos, es que en una España que ha perdido todo el oremus político, esto es, en la que apenas queda rastro de institucionalidad entre nuestros principales dirigentes y representantes de los partidos, la Corona se mantiene -seguro que a su pesar- como único pilar del Estado que aún concita una muy importante lealtad institucional a su alrededor. Sólo en las grandes citas solemnes que preside el Rey, como los actos del 12-O, los espadas políticos son capaces de guardar algunas formas, de dejar de actuar como si estuvieran en el patio de Monipodio, y de respetar eso tan importante para cualquier país democrático avanzado que se precie como la institucionalidad, esa idea virtuosa de defensa del sistema a través de las formas y de sus símbolos que ha de calar con toda su fuerza pedagógica sobre una ciudadanía que sólo así puede percibir al Estado como asidero estable. Frente a las lindezas y navajeos que se dedican Pedro Sánchez y Feijóo cada miércoles en el Congreso de los Diputados, o la pérdida de todo trato institucional entre el Gobierno y presidentes de comunidades autonómicas, menudo bálsamo es toparse con una Familia Real que muestra tanto respeto y orgullo por lo que representa, y cómo alivia que la Monarquía aún sea “luz por encima de la política”, que decía el citado célebre tratadista, a pesar de la imparable deriva iliberal que está tomando esta España nuestra. El pundonor exhibido por la Princesa de Asturias, Leonor, en esta ocasión con uniforme de gala del Aire, reconforta entre tanta podredumbre pública. Cómo si Sánchez y Ayuso fueran capaces de darse la mano como han hecho este domingo -tragando quina y esquivándose la mirada, tanto da- si no fuera por cortesía bienvenida al Rey. Normal que Doña Letizia haya escogido vestirse de verde, la esperanza es lo último que se pierde…
Por todo ello son tan inquietantes y rechazables las fricadas con las que este 12-O ha decidido dar la nota Santiago Abascal, el líder de Vox, toda vez que estamos ante la tercera fuerza parlamentaria y que aspira a integrar una coalición de Gobierno como quien dice pasado mañana. Echándose al monte, no consigue visibilizar la anomia institucional que denuncia, sino que percute en ella, convirtiéndose en un antisistema más al asalto de nuestras instituciones, en línea con lo que tradicionalmente han hecho sectores de la izquierda radical o del nacionalismo independentista, incapaces de comprender que fuera de la institucionalidad todos pasamos mucho frío.
Más allá, lástima que la total falta de consenso político vaya a permitir antes de que las ranas críen pelo lo de dar una nueva pensada a esto de la celebración de la Fiesta Nacional. Nada hay que objetar en que, como ocurre en casi todos los países democráticos del mundo, el plato fuerte sea una parada militar. Pero mal se entiende que no se abra más el foco para hacer del 12-O una jornada que dé protagonismo a la sociedad civil en general. Hasta el punto de que se confunde esto con el Día de las Fuerzas Armadas, y no lo es. Si la misma portavoz del PP en el Congreso, Ester Muñoz, con mucho cacao mental, para afear la boutade de Abascal se refirió el sábado a la Fiesta Nacional como “el día de los soldados”.
Si a esto último sumamos que lo de los abucheos por parte de una parte de los asistentes en cuanto asoma el presidente del Gobierno son ya ingredientes de la liturgia, queda esto del 12-O como una jornada siempre sombría, en la que pareciera que la Reina y sus dos hijas -este año, tras varios con ausencias, el cuarteto real vuelve a hacer pleno con el regreso de la Infanta Sofía– están obligadas a mantener un semblante excesivamente serio en la tribuna desde la que observan el desfile. Si encima visten a la hija menor de los Reyes como si esto fuera un gran Funeral Nacional, que en realidad en parte lo es, pues qué más queramos. Nos va haciendo falta en España una jornada con menos envaramiento y más sabor festivo, por pedir, que se inspire algo en el Trooping the Colour británico. Claro que en el Reino Unido hasta los populistas más ultras tienen respeto por la institucionalidad, igualito que aquí.