Casi todos males de México vienen de fingirse aztecas, olvidándose de sus españoles y, ay, de sus tlaxcaltecas
NotMid 05/11/2025
OPINIÓN
FEDERICO JIMÉNEZ LOSANTOS
Siempre han tenido mala fama los tlaxcaltecas en la izquierda caviar mexicana, gachupines blanquitos empeñados en reivindicar razas purísimas contra el mestizaje real. Decía Octavio Paz que los mexicanos no tendrán remedio mientras no reconozcan como padre a Hernán Cortés. No sé. Pero la primera vez que yo leí una referencia contra esa tribu fue en un cuento de Elena Garro: «La culpa es de los tlaxcaltecas».
El cuento es flojo; el título, elocuente. La Malinche y los tlaxcaltecas son para el indigenismo oficial los símbolos de la gran traición, que destruyó el canibalismo azteca e incorporó a México, España mediante, a la civilización europea del Renacimiento. Casi nada. Y va Albares y le pide perdón a Vinagre Sheimbaum, en nombre de España, por «el silencio y sufrimiento de los pueblos originarios». No, hermanos tlaxcaltecas, no. El batracio présbite no habla en mi nombre, ni en el de la patria de Cortés. Es un huawei pasado al platiplomo del Chapo y la Chapa.
Nosotros seguimos creyendo el mejor encuentro entre dos mundos, el de la plaza de Cholula, cuando los totonacas, vuestros enemigos seculares, os atacaron y Cortés, en vez de cambiar de aliado, os defendió. En vuestra capital, Tlaxcala, se organizó la conquista de Technochtitlán. Ya había fundado Cortés Veracruz cuando el derrocado príncipe de Texoco le pidió ayuda y él lo repuso en el trono. Agradecido, ofreció dar lo que le pidiera aquel en quien también veía el brazo armado de Quetzalcoatl, la serpiente emplumada, para romper el yugo azteca. Y Cortés le pidió armar trece bergantines desmontables en Tlaxcala, oculta tras las montañas, y hacer un largo canal hasta la capital azteca. Cientos de miles de hombres lo hicieron. Y a hombros de tlaxcaltecas, olmecas, chichimecas y otros enemigos de los caníbales, pasaron los barcos la cordillera y aparecieron ante las murallas de Technochtitlán. Por el aire llegaban los barcos, tan mágicos como los caballos de los primeros cien españoles y doscientos indios con que llegó.
Siempre junto a sus tribus aliadas, Cortés creó la Nueva España, el primer México. La capital, que reconstruyó, llegó a ser, para Humboldt, la ciudad más rica del mundo. Así que cuando Albañales habla del «silencio y el dolor de los pueblos primitivos», Sor Juana Inés de la Cruz se reirá, allá en su cielo, viendo reptar al anélido. Casi todos males de México vienen de fingirse aztecas, olvidándose de sus españoles y, ay, de sus tlaxcaltecas.
