Si Ábalos pudo actuar como lo hizo fue porque contaba con la garantía de impunidad que le procuraba su cercanía con el presidente del Gobierno y con el poder del que éste le invistió
NotMid 27/11/2025
EDITORIAL
La entrada en prisión de José Luis Ábalos marca un hito devastador en la historia reciente de nuestra democracia. La secuencia del ex ministro y ex número dos del PSOE cruzando el umbral de un centro penitenciario condensa en una imagen el estado de corrupción sistémica que asfixia a Pedro Sánchez. El ex ministro es quien paga de momento por su responsabilidad en una presunta trama (el llamado ‘caso Koldo’) de la que también otros han sido responsables. Si Ábalos pudo actuar como lo hizo fue porque contaba con la garantía de impunidad que le procuraba su cercanía con el presidente del Gobierno y con el poder del que éste le invistió. Del ex ministro depende ahora en buena medida que se esclarezca toda la verdad. Sus insinuaciones sobre la influencia de la mujer del presidente, Begoña Gómez, en el millonario rescate a Air Europa revisten una gravedad notable. La verosimilitud de su testimonio es la que debe atribuírsele a un testigo directo de una operación sobre la que aún penden demasiadas sospechas.
La potencia simbólica del momento es enorme. Ábalos no es un dirigente cualquiera: fue él quien pronunció el discurso de la moción de censura de 2018, el alegato con el que Pedro Sánchez justificó su llegada al poder en nombre de la regeneración democrática y de la lucha contra la corrupción. Siete años después, el arquitecto político de aquella maniobra se convierte en el primer diputado en ejercicio que ingresa en la cárcel y en el segundo número dos de Sánchez que termina entre rejas en apenas unos meses.
Sin embargo, la imagen constituye también la metáfora visual de una legislatura atrapada entre escándalos y parálisis, con un Gobierno incapaz de gobernar y cada vez más dependiente de un relato victimista para esquivar la ineludible responsabilidad política del presidente.
Desde hace semanas, el Gobierno y el PSOE despliegan una operación de ingeniería narrativa destinada a presentar al presidente como ajeno a la trama que durante años operó desde el corazón del Estado. Se repite que se trata de manzanas aisladas, de decisiones personales, de comportamientos imprevisibles. Pero la realidad desmonta esa coartada: igual que sólo con las decisiones de Sánchez pudo expandirse desde Navarra a toda España la trama de mordidas dirigida por Santos Cerdán, fue también el presidente quien depositó en Ábalos un poder omnímodo en el partido y en el ministerio de las grandes obras públicas. Precisamente porque fueron sus decisiones las que posibilitaron estos comportamientos, Sánchez no puede declararse ajeno a estos: en ese reparto de cargos e influencia reside su indelegable responsabilidad. Pero además, en el caso de Ábalos, tras su salida del Ejecutivo, el presidente lo blindó en las listas electorales incluso cuando la investigación ya estaba en marcha. Sólo esta circunstancia todavía inexplicada extiende una sospecha que amerita la dimisión del presidente.
Hoy, la ficción de inocencia presidencial se desploma con estrépito. La corrupción que anega al PSOE no solo erosiona la credibilidad del Gobierno: es la causa directa de la parálisis política y legislativa que sufre el país. La mayoría que sostiene a Sánchez está agotada y el Ejecutivo avanza sin rumbo, atenazado por las revelaciones que emergen de los tribunales o de las acusaciones públicas que lanzan los imputados. Este jueves, con la entrada en prisión de José Luis Ábalos y de Koldo García poco después de que el Congreso tumbara la propuesta de senda de déficit y techo de gasto del Gobierno, de forma casi alegórica, corrupción y bloqueo institucional se han manifestado al mismo tiempo, mostrando hasta qué punto ambos fenómenos están entrelazados.
La Justicia ha actuado con firmeza: la Fiscalía Anticorrupción considera abundantes los indicios de que existió una organización criminal con vocación de permanencia, alimentada desde un ministerio y proyectada en múltiples esferas del poder. La prisión preventiva de Ábalos -y su simbolismo inequívoco- constituye, además, un mensaje para el futuro: ningún cargo público, tampoco un diputado aforado ni un antiguo ministro, puede pretender situarse por encima del derecho penal.
España contempla hoy la caída de quien fue uña y carne del presidente. Y, con ella, se desploma también la estrategia oficial de negar la evidencia. La regeneración democrática que Sánchez prometió en la moción de censura no llegó nunca. Lo que llegó fue exactamente aquello contra lo que decía combatir.
El país no puede permitirse seguir atrapado en esta espiral. Las instituciones exigen un horizonte nuevo. Y la historia recordará esta imagen no sólo como el final de un hombre, sino como el síntoma más visible de una forma de gobernar que ha quebrado la confianza de los ciudadanos.
