Mientras agita la bandera del moralismo, Vox es perfectamente capaz de replicar uno de los peores vicios de lo que con desprecio denomina “el bipartidismo”
NotMid 17/12/2025
EDITORIAL
La forma en que Vox ha afrontado la batalla soterrada que durante meses ha mantenido con su organización juvenil de referencia, Revuelta, revela un comportamiento reprobable por parte de la cúpula del partido en una de sus principales promesas: la ejemplaridad. Mientras clama contra la corrupción del PSOE y del PP y se presenta como la única fuerza decente en un sistema podrido, hoy sabemos que la dirección de Santiago Abascal intentó que las presuntas irregularidades contables de su asociación hermana no salieran a la luz, y que sólo lo denunció cuando los líderes díscolos de Revuelta se negaron a plegarse al plan del partido. El objeto del enfrentamiento añade además una gravedad extraordinaria a lo sucedido: Vox los acusa de haber desviado a otros fines las donaciones que recibieron para los afectados de la dana, y asegura que al menos una parte de ese dinero -105.000 euros- engrosa actualmente las cuentas de la asociación de ayuda a personas mayores en la que legalmente se apoya Revuelta.
Tras las revelaciones de este periódico, Vox ha defendido que su actuación ha sido impecable, pues ha llevado el asunto ante la Autoridad Independiente de Protección del Informante. De forma paralela, y también en las últimas semanas, dos ex dirigentes de Revuelta -entre ellos, un asesor del eurodiputado Jorge Buxadé- han denunciado los hechos ante la Fiscalía.
Todo ello es cierto. Sin embargo, la obligación de cualquier ciudadano es acudir a las instancias judiciales o administrativas correspondientes cuando detecta un posible delito. En el caso de un partido, y más aún de una formación del tamaño y las aspiraciones de Vox -hoy tercera fuerza parlamentaria-, esa responsabilidad se multiplica de forma exponencial. Como hemos desvelado, el equipo de Abascal no sólo conocía el supuesto problema desde marzo, sino que se esforzó por silenciarlo para evitar que dañara al partido. Su jefe de prensa, Juan Pflüger, llegó a aconsejar a uno de los implicados que no «jugara sucio» con el fin de asegurarse una indemnización al irse sin hacer ruido. Mientras tanto, los díscolos lo niegan todo y acusan a Vox de orquestar contra ellos una operación de descrédito para tomar el control de la organización juvenil.
Tras abandonar el conservadurismo tradicional con el que nació, el partido radical creció a lomos de un abanico de activistas y perfiles ideológicos muy dispares que poco a poco han sido laminados por un liderazgo tan vertical como opaco. El agrio enfrentamiento con Revuelta es un síntoma de esas tensiones. Y la demostración de que, mientras agita la bandera del moralismo, Vox es perfectamente capaz de replicar uno de los peores vicios de lo que con desprecio denomina «el bipartidismo».
