NotMid 17/04/2022
OPINIÓN
LUCAS DE LA CAL
Muy cerca del Ministerio de Exteriores de Pekín hay un restaurante donde hacen unos jiaozi de carne de burro que son una delicia. Una bandeja de 20 cuesta menos de cinco euros. Y encima los sirve acompañados por una primorosa salsa de soja, pepino y ostras. Maravilloso.
Conocí el local de la mano de un par de veteranos diplomáticos chinos que habían hecho carrera en Latinoamérica. Uno de ellos, el más dicharachero, no paraba de hablar de las increíbles chicas colombianas. Aunque no pudo tener una relación seria con ninguna porque su Gobierno no permite a los funcionarios de alto perfil estar con mujeres extranjeras. No vaya a ser que sean espías.
El otro diplomático era más sereno. No hacía bromas ni reía las de los demás. Se centraba en guardar silencio mientras mojaba los jiaozi en la salsa tratando de que las gotas no salpicaran en la mesa. Pero salió el tema de Ucrania y el diplomático mudo levantó la cabeza del plato y soltó su frase antes de volver a engullir: “China siempre gana”.
Su argumentario parte de que el país se beneficiará de una Rusia debilitada y aislada. Un Moscú devastado por las sanciones se encontrará desesperado por vender todo lo que pueda a precios de liquidación. Y ahí estará Pekín para abrir los brazos a su futuro vasallo Putin. Se asegurará el derecho a comprar petróleo y gas rusos a precios de paria, dando a sus empresas industriales una inalcanzable ventaja competitiva.
Pero el gigante asiático juega en ambos lados. Que Europa vaya a tener que acelerar la transición hacia la energía verde beneficiará a China como líder importador de renovables. Y, en el terreno geopolítico, el anhelo imperialista de Putin podría dar el empujón que necesita su colega Xi Jinping para posicionarse como el único capaz de parar los pies al dictador ruso.
ElMundo