En 2024, 22 países africanos acumularon deudas que oscilaban entre el 10% y 40% de su PIB llegando a una situación de sobreendeudamiento
NotMid 29/05/2025
ASIA
Todo comenzó en un viaje de Xi Jinping a Kazajstán en septiembre de 2013. El presidente chino, delante de las autoridades locales, desveló su intención de recuperar la antigua Ruta de la Seda, una vasta red de rutas comerciales que, con la ciudad china de Xi’an como principal punto de partida, conectaron Asia, Europa y el norte de África desde el siglo II a.C. hasta el siglo XV d.C. En su discurso, Xi habló concretamente de abrir un ambicioso corredor de inversiones entre China y Asia Central. Pero el proyecto más adelante se extendería por los cinco continentes.
Fueron pasando los años, China escaló como superpotencia, y la nueva Ruta de la Seda, denominada formalmente como la Iniciativa del Cinturón y la Ruta (BRI), se convirtió en el arma más poderosa de la política exterior de Pekín, sobre todo a la hora de seducir a los países en vías de desarrollo. Muchos de ellos, que enfrentaban multitud de barreras para acceder a inversión privada o de otros estados, se lanzaron a los brazos del gigante asiático.
El plan chino, sostenido por grandes constructoras y préstamos de los bancos de desarrollo, ha alcanzado a alrededor de 21.000 proyectos de infraestructura en más de 150 países. Desde la construcción de un megapuerto en Perú al primer tren de alta velocidad en Laos, pasando por una enorme central eléctrica en Zimbabue, el alcantarillado de Barbados, en el Caribe, o un aeropuerto en Kiribati, en el Pacífico Sur.
Carreteras, puentes, aeropuertos, puertos, ferrocarriles, centros de telecomunicaciones, centrales eléctricas… Más de 1,2 billones de euros en préstamos chinos, según rezan algunos informes internacionales. Se desconoce la cifra exacta, a la que habría que sumar los muchos millones en ayudas al desarrollo, sobre todo en África. Pero los préstamos bajo el paraguas de la nueva Ruta de la Seda tienen críticos que acusan a Pekín de cargar a muchas naciones pobres con generosos anticipos que no han podían devolver, lo que se bautizó como la “trampa de la deuda”.
En la última década, China se ha convertido en el mayor acreedor de los países en desarrollo, superando al FMI y al Banco Mundial. Según señala una investigación del Centro de Investigación de Política Económica (CEPR), un think tank estadounidense, antes de la llegada del presidente Xi Jinping al poder (2012), los préstamos de Pekín al exterior estaban por debajo de los 100.000 millones de dólares. Para 2016, superaba los 500.000 millones y en 2021 alcanzó un máximo de un billón, antes de bajar por las turbulencias económicas que empezó a arrastrar el país asiático a causa de los largos cierres de la pandemia.
“Varios países fueron acumulando deudas insostenibles que oscilaban entre el 10% y el 40% de su PIB. En 2024, 22 países africanos se encontraban en situación de sobreendeudamiento, incapaces de cumplir con sus obligaciones financieras y necesitados de reestructuración de la deuda”, señala la investigación.
Esta semana, otro grupo de expertos con sede en Sídney, Lowy Institute, publicaba un informe sobre cómo este año alrededor de 75 de los países más pobres y vulnerables del mundo tienen que cumplir con “pagos de deuda récord” por un total de 22.000 millones de dólares a China como resultado de préstamos acordados hace una década.
“Durante el resto de esta década, China será más un cobrador de deudas que un banquero para el mundo en desarrollo”, señala Riley Duke, autor del informe. “Ahora, China enfrenta un gran dilema. Por un lado, tiene que hacer frente a una presión diplomática para reestructurar la deuda insostenible de muchos países. Por otro lado, se enfrenta a una presión interna para recuperar las deudas pendientes”
El informe, recogiendo datos del Banco Mundial, añade que China es en estos momentos la “mayor fuente de servicio de la deuda bilateral para los países en desarrollo”, representando más del 30% de todos esos pagos en 2025. Hace unos meses, un análisis de la agencia AP sobre la docena de países con mayor deuda con China concluyó que ese pasivo estaba consumiendo una cantidad cada vez mayor de los ingresos fiscales necesarios para que estas naciones mantuvieran políticas de bienestar social (aunque lo cierto es que el repaso no incluía los fondos en ayuda humanitaria y proyectos educativos que también brinda Pekín a muchos países).
Un caso destacado es el de Zambia, al sur de África, que lleva más de una década pidiendo miles de millones de préstamos a bancos chinos para construir represas, ferrocarriles y carreteras. Esto impulsó al principio su economía, pero después tuvo que recortar gastos en atención sanitaria o en servicios sociales para poder devolver el dinero, más sus intereses, para terminar incurriendo en un impago que frenó el acceso de este país a nuevos préstamos y lo empujó a más recortes que profundizaron su crisis. Situación similar se encontró Sri Lanka, muy endeudada también con China, cuya economía colapsó en 2022.
Agencias