Los nombramientos que abordará hoy el Comité Federal del PSOE enmascaran la responsabilidad de su líder por la corrupción
NotMid 05/07/2025
EDITORIAL
Los cambios en la cúpula que hoy abordará el PSOE en su Comité Federal constituyen el último intento de Pedro Sánchez de blindar su propia supervivencia política y personal enmascarando su responsabilidad ante la corrupción. En su empeño por limitar a una esfera orgánica los efectos de la sacudida interna provocada por la trama que vincula a Santos Cerdán, José Luis Ábalos y Koldo García, el presidente del Gobierno ha optado por dirigirse a su partido antes que al Congreso, donde comparecerá el próximo miércoles. Su maniobra cosmética no tapa el hecho de que estamos ante un Gobierno infectado por los escándalos.
Con el PSOE aún en shock por la entrada en prisión de Cerdán, y sin la convocatoria de un Congreso Extraordinario en el horizonte, el secretario general ha ordenado la salida de dirigentes a los que había ungido en noviembre pasado, durante el 41º Congreso Federal. Tras relegar de sus funciones a perfiles cercanos al ex número tres encarcelado, como Juan Francisco Serrano o Javier Cendón, Sánchez ha situado en la Secretaría de Organización a Rebeca Torró, una desconocida para el gran público aunque con experiencia de gestión en la Comunidad Valenciana. Al margen de su futuro desempeño, la elección de una mujer para este puesto, además de un intento de remontar el voto femenino en los sondeos, no deja de ser un gesto postizo para lavar la imagen del PSOE tras la obscena estética del caso Koldo. Tanto como improvisar con las feministas clásicas del PSOE, la víspera del Comité Federal, una oportunista reforma del Código Ético para expulsar del partido a los clientes de prostitución.
A diferencia de sus antecesores, Torró -cuyo jefe de gabinete fue abogado durante cuatro años de una empresa de la trama Koldo– estará acompañada en su cargo por Paco Salazar, persona de la máxima confianza de Sánchez desde el mitin fundacional del sanchismo en Dos Hermanas (Sevilla) y secretario general de Coordinación Institucional en La Moncloa, cargo en el que continuará; Anabel Mateos, ligada al lobby de Pepe Blanco (Acento) y pareja de Antonio Hernando, ex director adjunto al gabinete de Presidencia; y Borja Cabezón, igualmente cercano al presidente. Da la impresión, por tanto, de que Sánchez quiere seguir tutelando el aparato del partido a través de su círculo más estrecho. Sin embargo, no es coherente apartar de la primera fila a afines a Cerdán, cuando este era la mano derecha del propio Sánchez. ¿Por qué la responsabilidad que el presidente exige a los demás no se la aplica a sí mismo? Tampoco es creíble apelar ahora a la acumulación de cargos para justificar relevos como el de la portavoz Esther Peña por la dirigente del PSC Montse Mínguez.
La deslegitimación que acusa el presidente no merma su ambición de seguir en la Moncloa. Por eso necesita recurrir a un giro lampedusiano -que todo parezca que cambie para que nada cambie- en el seno de Ferraz. Y ello mientras la investigación del caso Cerdán avanza. A la espera de la declaración judicial el próximo lunes de Antxon Alonso, el empresario clave de la trama, un constructor admitió ayer en el Supremo que pidió reunirse con Cerdán al no conseguir obras.
El lodazal exige al PSOE algo más que separar las manzanas podridas. Su renovación seguirá siendo difícilmente verosímil mientras Sánchez, soldado a un liderazgo cesarista, siga en su puesto.