Cualquiera descubierto en una contradicción tan palmaria como la de Yolanda Díaz con Errejón habría dimitido
NotMid 29/10/2024
EDITORIAL
La performance sentimental que protagonizan Sumar y su burbuja activista resultaría cómica si no fuese tan reveladora de la frivolidad narcisista en cuyas manos se encuentra depositada parte del Gobierno de España porque así lo ha permitido el PSOE. Cualquiera descubierto en una contradicción tan palmaria entre la exigencia moral que predica y la que aplica a los suyos habría dimitido sin necesidad de que nadie lo pidiese, pero parece que la condición populista lleva aparejada la de vivir sin sentido del ridículo. Ayer lo hicieron la vicepresidenta segunda, Yolanda Díaz, y la ministra de Sanidad, Mónica García, que pusieron en evidencia al de Cultura, Ernest Urtasun, del que hoy sabemos que el sábado mintió cuando dijo que Sumar no conocía ninguna agresión sexual en la que hubiese participado Íñigo Errejón.
Que un diputado le toque el culo inopinadamente a una ciudadana durante un concierto, según lo que ella denunció al partido en 2023, sin que esa acusación fuese rechazada por Errejón, representa un abuso de poder. Se trata de una conducta elevada a la categoría de delito, equiparada a las agresiones sexuales más graves, por empeño, entre otros, de Sumar. España se encontraba en plena precampaña electoral y Errejón no solo no fue apartado, sino que meses después fue ascendido a portavoz.
Cualquiera puede imaginarse el proceso de lapidación al que, conforme a sus prácticas habituales, habría sido sometido cualquier otro, especialmente si llega a pertenecer a un entorno ideológico adversario. Pues bien: para uno de los suyos, la organización desoyó la denuncia y ofreció a la víctima «opciones de reparación con una agente de género». Como si fuese una parodia de sí misma, Díaz presumió ayer de una contundencia que casa muy mal con su conocimiento de aquella denuncia, del que también participó Mónica García. El equipo de campaña de Díaz lo integraban, además, los ahora ministros Urtasun y Pablo Bustinduy.
Desde una hipocresía admirable, periodistas afectos se lamentan de que sabían que Errejón era «poco ejemplar», pero de que no era fácil publicarlo sin incumplir sus «estándares». Lo dicen los mismos cínicos que arremeten contra jueces «patriarcales» porque «hermana, yo sí te creo». Todo lo que hay tras los «nuevos feminismos» es una gran mentira en la que lo que menos importa son la igualdad y las mujeres.
Este activismo tóxico aprovecha las redes sociales para promover una atmósfera sentimental que disuelve la racionalidad democrática y desata maximalismos morales: el mayor es el que afecta a la moral sexual porque lleva al límite su dogma de que lo personal es político y su propósito de arrollar el Estado de Derecho y la presunción de inocencia. En ese tribunal popular, activado esta vez para promocionar un libro que recopila denuncias anónimas, se desenvuelve hoy nuestra conversación pública.
La caída de Errejón es la prueba de que Pablo Iglesias no está retirado. Podemos ha iniciado un acercamiento a IU para tantear sus fuerzas. Con Errejón desaparece un obstáculo para una eventual reintegración: Díaz es otro y sobrevive con la respiración asistida de Pedro Sánchez. Los cuatro diputados de Iglesias sí son una oposición beligerante. Así que el cambio en los equilibrios de esa izquierda impacta directamente en la estabilidad de un Ejecutivo asaeteado por la corrupción. El precio de tanta debilidad lo pagaremos todos los españoles.