Una cosa es el realismo al que puedan obligar la correlación de fuerzas, la fatiga ucraniana o la frivolidad de Trump. Otra es acordar un marco para la posguerra que distorsione por qué se produjo la propia guerra
NotMid 27/11/2025
OPINIÓN
DAVID JIMÉNEZ TORRES
Igual ya conocen la anécdota. Tras la Primera Guerra Mundial, alguien preguntó al dirigente francés Georges Clemenceau por las causas de aquel conflicto. ¿Qué pensaba que dirían los historiadores del futuro acerca de quién había sido realmente culpable de esa guerra? Clemenceau respondió: «No sé lo que dirán, pero sé que no dirán que fue Bélgica quien invadió Alemania».
La anécdota suele citarse como prueba de que algunos hechos son incontrovertibles, que algunas verdades se encuentran más allá de cualquier interpretación. Este fue el sentido que le dio Arendt en su influyente Verdad y mentira en la política (Página Indómita). Sin embargo, también es útil acordarse de las palabras de Clemenceau en un contexto más parecido al que habría tenido en mente: el de los orígenes de una guerra, y por qué no se debe olvidar quién fue el agresor.
Estos días se está negociando un acuerdo para poner fin a la guerra ruso-ucraniana. Un acuerdo que, al menos en su borrador inicial, presupone que quien invadió en 2022 no fue Rusia, sino Ucrania. Solo desde ese planteamiento se pueden entender algunos puntos del plan negociado entre Trump y Putin, como el que exige limitar el número máximo de efectivos de las fuerzas armadas ucranianas -no se exige límite alguno a las rusas- o el que obliga a ese país a afirmar en su Constitución que nunca se unirá a la OTAN.
Una cosa es el realismo al que puedan obligar la correlación de fuerzas, la fatiga ucraniana o la frívola actitud de Trump. Otra cosa es acordar un marco para la posguerra que distorsione por qué se produjo la propia guerra. Insistamos: por mucho que el Kremlin y sus propagandistas lleven años repitiendo lo contrario, Ucrania no suponía ninguna amenaza para Rusia en 2022. Al revés. Si algo prueban tanto la guerra en sí como el discurso neoimperial con el que Putin la justifica, es que es Rusia quien supone una amenaza existencial para Ucrania -y para cualquier país de Europa del Este que el dictador decida incluir en su esfera de influencia-. Reconocer esto no es solo una cuestión de justicia hacia los centenares de miles de muertos de la guerra, que también. Resulta fundamental para alcanzar una paz duradera. La historia de Clemenceau es conocida, pero esta otra lo es bastante más: en 1940, Alemania volvió a invadir Bélgica.
