El desaire de Ayuso no es la opción más deseable, pero lo realmente grave es el marco polarizador instalado por Sánchez
NotMid 22/10/2024
EDITORIAL
La decisión de Isabel Díaz Ayuso de no acudir a la ronda de presidentes autonómicos convocada por Pedro Sánchez ha dejado una vez más al descubierto el permanente ejercicio de cinismo del Gobierno. Quienes la acusan de quebrar la «normalidad institucional» y azuzar el «belicismo» llevan años gobernando sobre la excepcionalidad y sobre la polarización extrema que implica ya no solo descalificar a la mitad del país, sino legislar en su contra.
Ayuso tenía la opción de asistir el viernes a La Moncloa y exponer sus críticas al presidente. Su desaire no es la alternativa más deseable, y en buena medida contribuye a proyectar la imagen de un PP dividido, a pesar de que Alberto Núñez Feijóo ha avalado su decisión y el resto de los barones ha cerrado filas con ella. Pero el escándalo no es tal. El Gobierno ve «gravísimo» lo que él mismo ha engendrado: el contagio a la política nacional de la dinámica divisiva y tóxica del procés.
Si bien la negativa de Ayuso es una ruptura del protocolo, no implica un cese de las relaciones entre la Comunidad de Madrid y el Gobierno, como el que Sánchez sí impuso con Argentina cuando Javier Milei llamó corrupta a su mujer En este caso, estamos ante una decisión política que opera en el campo de la representación. La presidenta popular responde con un gesto de desdén a una convocatoria que en sí misma es pura escenificación. Con su ronda, Sánchez busca aparentar una normalidad basada en una inexistente suma de bilateralidades para encubrir el auténtico pacto bilateral: el insolidario concierto catalán.
A ello se suma el componente personal de una batalla que viene de lejos. Ayuso se ha referido a Sánchez como «el gobernante más corrupto y violento de Europa». En el Congreso, él la llamó corrupta y, desde Bruselas, la acusó de haberse beneficiado del enriquecimiento de su pareja, al que definió como «delincuente confeso». Sin embargo, en esta feroz dinámica dialéctica hay diferentes grados de responsabilidad.
El presidente ha puesto al aparato del Estado al servicio de su causa particular, deteriorando gravemente la calidad democrática. Y ha acelerado esa deriva cuando se ve cercado por una miríada de casos oscuros: su mujer está imputada por tráfico de influencias y corrupción en los negocios; su hermano, por malversación, tráfico de influencias y fraude fiscal; su ex mano derecha en el PSOE y en el Gobierno será imputado por el caso Koldo/Ábalos (la Fiscalía aprecia organización criminal); y su fiscal general está imputado precisamente por revelar información reservada de la pareja de la presidenta.
Por su parte, Alberto González Amador está imputado por haber cometido fraude fiscal y falsedad documental cuando aún no era novio de Ayuso. Y ningún elemento permite sospechar que él se beneficiara del cargo público de ella.
Ayuso se equivoca al patrimonializar el proceso que se sigue contra su novio, defendiéndolo como presidenta. Sin embargo, ese error no puede borrar el hecho de que el marco político de constante enfrentamiento -insultos; exclusión; ruptura, sí, de la institucionalidad- lo ha fijado Sánchez, que en la líder popular, que cuenta con un respaldo electoral del que él carece, ha encontrado a su némesis menos contemporizadora.