El autor hace una radiografía del movimiento ultraderechista de Mussolini de cara a las elecciones que mañana pueden brindar el Gobierno a sus herederos del partido Hermanos de Italia
NotMid 24/09/2022
OPINIÓN
JUAN PABLO FUSI
El fascismo fue la forma política del nacionalismo de la ultraderecha. Su llegada en 1922 al poder en Italia -su país originario- tuvo así importancia decisiva. Fundado en marzo de 1919, el fascismo italiano fue un movimiento antisistema que se apropió de los postulados del nacionalismo italiano, galvanizado por la participación del país en la I Guerra Mundial y por la decepción que para Italia supusieron los tratados de paz de 1919.
Su núcleo dirigente lo formaron ex combatientes, antiguos sindicalistas revolucionarios y medianías intelectuales, como el propio Mussolini (1883-1945), hombre de origen modesto, ateo, anticlerical, de temperamento turbulento y agresivo a lo que, tras romper en 1915 con el Partido Socialista Italiano en el que militaba y abogar por la entrada de Italia en la guerra, añadió un ardiente sentimiento patriótico. El primer programa del fascismo (República, abolición del Senado, voto para la mujer, supresión de bancos, impuestos extraordinarios sobre el capital…) fue una retórica desafiante, mezcla de exacerbación patriótica, anticomunismo y populismo nacional-sindicalista, expresión de la naturaleza combativa y seudo-revolucionaria del movimiento.
El fascismo se definió por su negatividad, por el recurso a la agitación y violencia callejeras y a un estilo paramilitar de actuación: marchas, banderas, uso de uniformes y camisas negras, exaltación del líder, adopción del saludo romano, gritos rituales. Capitalizó el malestar de la sociedad italiana ante la crisis política y social -inestabilidad gubernamental, huelgas, desempleo- que Italia vivía desde el final de la guerra mundial postulándose, ante la amenaza de revolución social que en 1919-20 pareció cernirse sobre el país, como alternativa nacional a un régimen liberal y parlamentario desacreditado.
Desde 1920, el fascismo giró a la derecha, buscó el apoyo de las organizaciones patronales, moderó su anticlericalismo y matizó sus posturas sobre la Monarquía. Multiplicó las acciones de masas: concentraciones de miles de fascistas uniformados y armados, marchas sobre las ciudades, ocupación de calles y edificios de la localidad elegida y disolución de ayuntamientos y expulsión de sus autoridades, ante la débil respuesta de los gobiernos y la impotencia de la izquierda. En octubre de 1922, los fascistas prepararon la marcha sobre Roma, la movilización de todos sus efectivos para converger desde distintas localidades sobre la capital y asaltar el Estado. El fascismo tomó el poder: el 30 de octubre de 1922, al tiempo que miles de camisas negras desfilaban por Roma proclamando el triunfo del movimiento -aunque la marcha no resultara como se previó-, Mussolini asumió por encargo del rey la gobernación del país.
La creación de un régimen fascista no fue inmediata. Los primeros años de su gobierno fueron una etapa de transición: apariencia de normalidad constitucional, política económica liberal. Mussolini no ocultó su rechazo del orden internacional de 1919. Firmó, con todo, el Tratado de Locarno que garantizaba la inviolabilidad de las fronteras europeas, y se adhirió al pacto Kellog-Briand que declaró ilegal la guerra.
El giro hacia la dictadura se operó en 1925, al hilo de la gravísima crisis política que siguió al asesinato por militantes fascistas en mayo de 1924 del líder de la oposición, el socialista Matteotti, delito que conmocionó al país. Cuando el 12 de septiembre fue igualmente asesinado un diputado fascista, las marchas y la violencia fascistas volvieron a las calles. El 3 de enero de 1925, Mussolini se presentó ante el Parlamento y en un desafiante discurso que galvanizó a diputados y militantes del fascismo, asumió la responsabilidad de lo acaecido. Procedió ya a la creación de un régimen verdaderamente fascista, una dictadura totalitaria de partido único legitimada sobre las tesis del Estado «ético» del filósofo Giovanni Gentile: el Estado como encarnación de la nación, con soberanía y unidad indiscutibles e imprescriptibles.
Las elecciones se transformaron en plebiscitos sobre listas únicas elaboradas por el Partido único; el Parlamento, Cámara de los Fascios y de las Corporaciones, pasó a ser un órgano de aclamación de las disposiciones gubernamentales. El gobierno controló la prensa y nacionalizó la radio. El culto al Duce, a Mussolini, una propaganda desaforada y ridícula a la que se prestaba bien el histrionismo del personaje, devino parte esencial del sistema.
Romanidad e italianización inspiraron la cultura oficial. La Roma medieval fue destruida para abrir la Vía de los Foros Imperiales ante el Coliseo. Anglicismos como fútbol, penalti o sprint fueron sustituidos por términos como calcio, rigore y volata. El régimen italianizó, o eso intentó, las regiones (Bolzano, Venezia-Julia) con minorías étnicas significativas. Los éxitos deportivos (Primo Carnera, campeón mundial de los pesos pesados en 1933; Italia, campeona mundial de fútbol en 1934 y 1938) tenían significación extradeportiva: se proyectaban como la expresión de la Italia fuerte que renacía bajo el liderazgo del fascismo.
En 1925, el régimen lanzó la «batalla» del trigo, para liberalizar a Italia de la «esclavitud del pan extranjero»; en 1928, la «batalla» de la desecación de zonas pantanosas para su conversión en tierra arable y su posterior colonización. El modelo económico conllevó paralelamente la realización de grandes obras de infraestructura (pantanos, autovías, electrificación de la red ferroviaria) y la creación de un gran sector público con la constitución en 1933 del Instituto para la Reconstrucción Italiana. Los resultados no fueron desdeñables. La población rural siguió, sobre todo en la Italia del sur, sin otra alternativa a la pobreza que la emigración: millón y medio de personas emigraron entre 1922 y 1940 fuera del país.
La Italia urbana, a cambio, se había electrificado; el país disponía de nuevas e impactantes infraestructuras y de un gran sector público: en 1939 el IRI controlaba construcción naval, siderurgia, red telefónica, distribución de gasolina, producción eléctrica y líneas marítimas y aéreas. Con la firma de los pactos de Letrán, Mussolini selló la reconciliación, pendiente desde la unificación del país, entre el reino de Italia y la Santa Sede. Todo ello, más la política asistencial del fascismo, la estabilidad de los precios, la seguridad pública impuesta por la policía -que logró notables éxitos contra la Mafia-, explicaría, junto con la represión política, el alto grado de consenso que la dictadura y Mussolini habían conseguido.
La llegada de Hitler al poder en 1933 reforzó el papel internacional de la Italia fascista. Permitió a Mussolini el despliegue de su gran ambición: la creación de un nuevo Imperio romano (Libia, Somalia, Albania -protectorado italiano desde 1927-, islas del Dodecaneso, Abisinia…). Desde 1932, Mussolini contempló la ocupación de Abisinia, donde aspiraba a vengar la humillante derrota de su país en 1896. Un choque entre tropas etíopes e italianas en el oasis de Walwal le dio el pretexto. Un ejército italiano de unos 300.000 hombres, con aviones, carros de combate y armas químicas, invadió Abisinia el 3 de octubre de 1935. Pareció un extraordinario éxito para la Italia fascista, respaldado por una verdadera explosión de patriotismo popular. Fue un error gravísimo. Abisinia supuso el aislamiento internacional de Italia, que derivó como respuesta hacia el aventurerismo belicista: intervención en la guerra civil española, y aproximación a y dependencia de la Alemania de Hitler.
En 1936, Hitler y Mussolini proclamaron el Eje Berlín-Roma. El resultado último fue la entrada de Italia en la II Guerra Mundial. La guerra fue la tumba del fascismo. Tras tres años de derrotas ininterrumpidas y el desembarco de los aliados en la mitad sur del país, Mussolini fue cesado y arrestado por el Gran Consejo Fascista en julio de 1943. Liberado por un comando alemán y puesto por los alemanes, que opusieron una fortísima resistencia al avance aliado, al frente de una casi ficticia República fascista del norte de Italia, Mussolini, tras ser ejecutado por partisanos de la Resistencia italiana a finales de abril de 1945, acabó sus días colgado por los pies del techo de un garaje, en una plaza del mismo Milán donde en 1919 había creado el fascismo.
Juan Pablo Fusi es historiador y miembro de la Real Academia de la Historia.