Felipe VI ha tenido la oportunidad de recompensar, desagraviar y subsanar las lágrimas de su madre. No serán todas, claro que no. Hay llantos, tristezas y duelos que es imposible reparar ni con un Toisón de Oro
NotMid 22/11/2025
OPINIÓN
LUCÍA MÉNDEZ
Son menos de dos segundos en la emisión histórica de TVE de la proclamación de Juan Carlos I como Rey de España. El Príncipe Juan Carlos, la princesa Sofía, las Infantas Elena y Cristina y el pequeño Felipe de Borbón, de siete años, entran en el hemiciclo de un Congreso casi en penumbra lleno de trajes negros de luto franquista sentados en sus escaños. Los aplausos ensordecen la entrada de la familia en el lugar principal de la Cámara. Los hijos de los Príncipes miran algo asustados. Felipe de Borbón y Grecia, situado en el protocolo a la izquierda de la Princesa Sofía, mueve la silla tapizada hacia su madre para estar más cerca de ella. El militar correspondiente le mira, vuelve a poner la silla en su sitio y el niño renuncia a acercarse a su madre para sentarse donde le dictan las normas del Estado.
Es una escena en la que nadie apenas repara. El hijo, que será heredero, quiere estar cerca de su madre. No sería extraño que el niño hubiera visto llorar a su madre en sus siete años de vida. Puede que sea verdad que la Reina Sofía tuviera tanto aguante de Estado que no le salieran las lágrimas al comprobar que su marido y el padre de sus hijos tenía su propia vida al margen de ella. Puede. Pero también es posible, y casi seguro, que los hijos vieran llorar a su madre y no pudieran hacer nada por evitarlo, dado que su padre, el Rey, era quien mandaba en el cuartel de la Zarzuela. Ni una hoja se movía de lugar sin que Juan Carlos I lo ordenara. Todos sabemos, aun los que tenemos la niñez ya muy lejos en el tiempo, que ver llorar a tu madre es de las peores experiencias de un niño o niña. Si tu madre llora, el mundo empieza a derrumbarse. Los padres normalmente no lloraban. Sólo daban órdenes.
Aquel niño, que en un acto de Estado quiso acercar la silla a la de su madre, es ahora el Rey. Y es quien manda en su Casa grande. Felipe VI ha tenido la oportunidad de resarcir, pagar, reparar, recompensar, desagraviar y subsanar las lágrimas de su madre. No serán todas, claro que no. Hay llantos, tristezas y duelos que es imposible reparar ni con un Toisón de Oro, ni con una tiara de diamantes. Pero los homenajes, los aplausos, y el cariño que está recibiendo la Reina Sofía en este momento de su vida hacen justicia. A ella en particular y a toda una generación de mujeres españolas, que vivieron por y para los maridos, sin poder tener vida propia. El padre que abusó de su vida y malgastó su suerte dejó el lugar del Estado a la madre que siempre estuvo en su lugar. Aunque fuera más allá de las lágrimas.
