Resulta hoy más “inaceptable” (y penalmente peligroso) un beso robado que el apoyo explícito a las dictaduras islamistas del Golfo a cambio de comisiones ilegales
NotMid 30/08/2023
OPINIÓN
FERNANDO PALMERO
No le falta razón a Monedero cuando dice que el “escándalo Rubiales” no habría sido posible sin el paso de Podemos por el Gobierno. Y hay que reconocer que Irene Montero ha logrado subvertir el sistema de valores (y el Código Penal) de tal forma que hoy resulta más “inaceptable” (y penalmente peligroso) un beso robado que el apoyo explícito a las dictaduras islamistas del Golfo a cambio de comisiones ilegales y de unos cuantos millones del cártel petrolero que sirven para adornar las camisetas de los clubs europeos. Los primeros cinco años de Gobierno populista han materializado el sueño gramsciano de la hegemonía cultural (que decía aquel Errejón) y así, la torpeza de un directivo que se sobrepasó con una deportista no sólo ha provocado una estruendosa indignación popular, sino que puede acabar en pena de cárcel. Eso, si la Fiscalía la convence de que sufrió una agresión sexual (tan grave, casi, como una violación) y de que si ella no lo sintió así, debería hacérselo mirar, porque en eso consiste la hegemonía cultural, en decirle a cada cual lo que debe sentir. Y cómo ha de reaccionar.
La hegemonía cultural impuesta por el nuevo feminismo consiste en decirle a cada cual lo que debe sentir. Y cómo ha de reaccionar.
Pero el acoso y derribo a Rubiales no habría sido posible sin las redes y algunos medios de comunicación, que aun sospechando que lo que se dirimía es un ajuste de cuentas entre corruptos organismos del fútbol, han presentado el asunto como un atentado contra la dignidad de las mujeres, así en general, asumiendo el nuevo discurso feminista que aboga por la discriminación positiva y la criminalización del varón.
En ese sentido, muy poco han cambiado las cosas desde que Heinrich Böll publicase en 1974 El honor perdido de Katharina Blum, llevada al cine un año después por Volker Schlöndorff. El relato clásico del Premio Nobel es de sobra conocido: una joven pasa la noche con un chico que resulta ser un terrorista. La policía, que sabe que ella es ajena a ese mundo, utiliza a la prensa para presionarla y que confiese dónde se esconde, ya que ella, enamorada, le está ayudando a huir. Blum logra soportar la presión de los interrogatorios, pero se derrumba ante la campaña de difamación contra ella y su madre enferma, que muere tras ser acosada por un periodista sin escrúpulos. Katharina “opinaba tan sólo que aquellas gentes eran asesinos por partida doble, pues terminaban con la vida y la reputación de las personas. Ella, claro está, despreciaba a aquel periodista, cuya misión consistía en arrebatar su honor, su prestigio y su salud a personas inocentes”. Si no, añade Schlöndorff en su guión, “nadie compraría su periódico”. Monedero debería saber que ser progresista, como Rubiales, no exime de las cacerías.