El socialista abandona por el temor de las represalias de sus compañeros, cuyas prácticas y moral tan bien conoce
NotMid 30/11/2024
OPINIÓN
IÑAKI ELLAKURÍA
El fugaz episodio de la denuncia por parte de Lobato de las presiones que estaba recibiendo de sus «compañeros» socialistas, de su posterior renuncia al cargo de líder madrileño y de la declaración ante el juez aportando los mensajes que muestran que La Moncloa participó en la operación para destruir al novio de Ayuso me pilló leyendo la recopilación de artículos de Adam Michnik, recién publicada por Ladera Norte. Un volumen en el que destaca la carta con la que el periodista polaco respondió a la oferta que le planteó el ministro del Interior, que lo tenía encarcelado desde hacía meses, de un exilio en la Costa Azul francesa si desistía de la lucha política contra el régimen comunista de Varsovia.
Esta coincidencia temporal invita a comparar la posición que adoptó Michnik en 1983, asumiendo la defensa de sus ideales hasta las últimas consecuencias, con la renuncia de Lobato en apenas 24 horas al liderazgo del socialismo madrileño y a rebatir con la legitimidad del cargo las críticas de Sánchez y sus cerdanes. Claro que no se puede juzgar al español con el espejo moral del polaco, porque las personas y las situaciones son diferentes, pero resulta muy inquietante que un hombre con la posición pública que tenía Lobato, en un Estado de Derecho de la Unión Europea, pueda sentir tal miedo por defender la verdad -o su particular versión- que solo vea como solución la huida.
Inicialmente a Lobato le movió el temor lógico a las consecuencias judiciales de utilizar información fiscal y confidencial para dañar a Ayuso. Razón por la que preguntó a la filtradora gubernamental por el origen del documento y, ocho meses después y con Alvarone imputado, depositó los whatsapps en el notario para levantar acta de su desconocimiento -aunque si sabía que era delito, debió denunciarlo- y evitar una futura inhabilitación como técnico de Hacienda, su profesión fuera del circo.
Pero hay un segundo latigazo de terror que se apodera de Lobato, durante las horas que transcurren desde que explica las prácticas sanchistas -«no creo en la destrucción del adversario, en la aniquilación del que discrepa»- y promete resistir a las presiones, a su repentina dimisión, que es un miedo más significativo políticamente que el primero.
En este caso, Lobato ya no teme su horizonte judicial, sino la revancha que puede sufrir de los suyos, cuya ética y prácticas tan bien conoce, como si el PSOE y el Gobierno pudieran actuar contra él como una vulgar organización criminal. Un miedo impropio de una democracia y en el que anida la explicación de lo que es hoy el sanchismo.