NotMid 23/12/2025
EDITORIAL
La respuesta de Pedro Sánchez a la debacle socialista en Extremadura supone un nuevo ejercicio de encastillamiento. Al día siguiente del peor resultado del PSOE en uno de sus feudos históricos, el presidente no ha abierto un proceso de reflexión ni ha asumido responsabilidad alguna, sino que ha optado por lo contrario: profundizar en su bunkerización. Los cambios anunciados en el Gobierno (Elma Saiz como nueva portavoz y Milagros Tolón como ministra de Educación) no transmiten rectificación ni regeneración, sino repliegue y ajuste interno de lealtades. Ninguno de los nombramientos dialoga con el mensaje que han enviado las urnas.
La designación de Saiz, cuya trayectoria aparece vinculada al entorno de Santos Cerdán, refuerza la percepción de continuidad en un momento en el que el país demanda explicaciones y correcciones. La llegada de Tolón, enfrentada abiertamente a Emiliano García-Page, ahonda además en la lógica de confrontación interna con los pocos dirigentes socialistas que han mantenido una voz crítica. No es un giro político: es una fortificación.
El resultado extremeño no puede despacharse como un mero voto de castigo coyuntural. Lo ocurrido en ciudades como Badajoz, donde Vox se ha convertido en segunda fuerza y supera al PSOE, apunta a un cambio estructural en amplias capas del electorado tradicional de izquierdas. La fuga hacia el PP y hacia el partido de Santiago Abascal, más la abstención, reflejan algo más profundo: la ruptura de un vínculo de representación. Persistir en el relato de la «guerra sucia» o de la conspiración mediática es negar esa realidad.
El encastillamiento del presidente tiene, además, efectos inmediatos sobre su propio bloque. Sus socios a la izquierda han reaccionado con una dureza inédita. Podemos ha acusado al Gobierno de convertirse en «la mayor fábrica de ultraderechistas de la historia reciente» y de alimentar el crecimiento de Vox como «consecuencia directa» de su gestión. Gobernar, recuerdan, no es resistir. IU y Sumar, aunque con menor estridencia, comparten el diagnóstico de parálisis. La descomposición del bloque progresista es ya un hecho político.
Paradójicamente, mientras se ignora a los socios que reclaman un cambio de rumbo, el Gobierno ha vuelto a premiar a Bildu. La prórroga del llamado «escudo social» ha sido atribuida públicamente a los abertzales, que capitalizan el acuerdo como un logro propio. Yolanda Díaz, relegada una vez más, ansiaba protagonizar esa foto. No la tuvo. El mensaje es claro: el socio que no protesta es el beneficiado.
Extremadura ha sido un aviso. No bien entendido, según confirma la reacción de Sánchez. Un atrincheramiento que puede prolongar de manera agónica la legislatura mientras la ciudadanía asiste a la degradación de la vida pública y de su realidad cotidiana.
