Con la hidalguía de la mejor crianza hispana, Machado aseguró que quien merece el Nobel es el pueblo venezolano
NotMid 11/10/2025
OPINIÓN
JORGE BUSTOS
Dijo el otro día Gabriel Rufián en el Congreso que si él paga el desfile de una cabra por la Castellana, a ver por qué no van a pagar los diputados de la oposición el rescate de los flotilleros comandados por Ada, Greta y Barbie Gaza. Cuando habla don Gabriel, lo revelador no es lo que expresa sino lo que delata. En este caso el rudo silogismo rufianesco trasparenta una noción de patria que no es la propia de un diputado nacionalista -nada le gusta más a un nacionalista que un desfile militar- sino la que cultiva la mente llamada progresista de nuestro tiempo. Una mente fascinante, inmóvil, religiosa sin saberlo, impermeable a la filtración de la escurridiza realidad, aferrada al recuerdo épico de aquel ambiente amarihuanado de una asamblea universitaria.
Hace tiempo que el portavoz de ERC dejó de ser indepe para romper en progresista random, pero conserva la ingenuidad del neófito y cierto desahogo generacional que ayudan a satisfacer la curiosidad entomológica tanto del conservador como del liberal. Uno comprende toda la redonda desfachatez de esa presunción de superioridad cuando la Guardia Civil encarcela a Santos Cerdán una mañana y nuestro guerrero social se presenta una semana después en el hemiciclo gritando que la izquierda no puede robar. Alma de cántaro. Desde que los clásicos de tu bando sentaron que la propiedad es un robo, todo robo ulterior les está ya permitido. Porque quien roba a un ladrón, etcétera.
De modo que para los compatriotas de izquierda que comparten -quizá porque no tienen más remedio- este hermoso y dramático solar llamado España, la patria es una flotilla de activistas. Y el más noble desempeño del ejército consiste en escoltarlos por mar y en devolverlos por aire con cargo al presupuesto. Al corazón zurdo no lo conmoverán los compases de la Marcha de granaderos ni el ondear de una rojigualda que se eleva sobre los ojos llorosos de Rafa Nadal o Marc Márquez. Ni siquiera sospecha que ambos símbolos preexisten a Franco y se remontan a Carlos III. Por el contrario, el corazón zurdo vibra a la vista de un hospital público (dejando fuera el Zendal) y tiene por bandera la nómina de nuestros sufridos maestros de escuela. Poco más.
El sentimiento patriótico se articula por fuerza como una sinécdoque: elige una parte para representar el todo. Y yo no encuentro nada malo en las sinécdoques de la patria progresista que acabo de referir. Lo que ocurre es que tampoco me disgusta la sinécdoque contraria: la vivencia patriótica que prefiere la derecha más orgullosa de su identidad nacional. Ese corazón diestro notará un alfilerazo cuando la cámara recorre los rostros reconcentrados de nuestros futbolistas antes de una eliminatoria decisiva de la Selección. Y se acalambra invariablemente de emoción con las anónimas gestas cotidianas de la Guardia Civil, no sabe muy bien por qué. Es aficionado a la historia, y se detiene con amorosa delectación en los tiempos imperiales, y se enfurecerá más de lo aconsejable cuando mañana los pollabobas de siempre nos inviten al chupito clamando contra el genocidio español en el día memorable del Descubrimiento. Ahora que Trump ha parado el genocidio de Netanyahu, necesitan urgentemente denunciar el de Cortés.
Lo que no me explico -nunca me lo explicaré- es por qué pretenden que ambas emociones no puedan convivir en un mismo corazón. Por qué no nos dejan pensar con orgullo al mismo tiempo en la labor de una enfermera de la pública y en el coraje insensato de Blas de Lezo. Por qué no podemos admirar el paso legionario y apurar hasta la raíz la memoria familiar de la Semana Santa en nuestras plazas sin dejar de sentirnos partícipes del Estado de bienestar que sostenemos con el sudor de nuestra frente.
España es muchas cosas. Demasiadas para Rufián, y seguramente también para Abascal. España hoy para mí es el llanto alegre de María Corina Machado al recibir la noticia del Nobel y reaccionar, con la hidalguía de la mejor crianza hispana, asegurando que no se lo merece, que quien se lo merece es el pueblo venezolano. Esa categoría olvidada del viejo honor español, del anhelo de libertad vertido en lengua castellana que no ha de callar por más que con el dedo silencio avisen o amenacen miedo.
Viva Venezuela libre. Viva España.