Las circunstancias han puesto a Feijóo ante su momento. Y el PP tiene que aprovecharlas para proclamar sin ambages que sus principios no están en venta: dotarse de un mensaje moral, porque sobre él se dibuja la alternativa
NotMid 06/07/2025
OPINIÓN
JOAQUÍN MANSO
El nuevo ciclo electoral ha quedado inaugurado con la coincidencia del Comité Federal depresivo que acogió la crisis de autoridad de Pedro Sánchez ante su propio partido y el congreso entronizador de Alberto Núñez Feijóo que pone todo el aparato del PP y un equipo a su imagen y semejanza al servicio de su liderazgo camino de La Moncloa. «Van a ser, todas y cada una de las próximas citas electorales, la última oportunidad para poner fin a una etapa disolvente», diagnostica la ponencia popular coordinada por su valor emergente Alma Ezcurra. Las circunstancias han puesto a Feijóo ante su momento.
En un país donde la moderación parece ya una disidencia, el PP tiene que aprovechar esas circunstancias para proclamar sin ambages que sus principios no están en venta: dotarse de un mensaje moral, porque sobre él se dibuja la alternativa. Poner fin a la tiranía de las minorías, quebrar el muro, reafirmar que hay convicciones que no ceden, comprometerse con la regeneración institucional, mirar de frente y sin ambigüedades a los nacionalismos centrifugadores y defender que la España constitucional no es un residuo del pasado, sino la plataforma desde la que construir el futuro. Lo radical hoy es decir todo eso con claridad. El discurso de ayer de Feijóo apunta con convicción a esas claves: «Prometo un cambio de raíz en España. La centralidad política no es indefinición, es ambición».
El Comité Federal en el que Sánchez anunciaba una «sacudida» para revitalizar el partido tras el encarcelamiento de Santos Cerdán fue la escenificación de su declive. Las pretendidas soluciones son la nada porque la única responsabilidad pendiente de cobrarse es la suya. La caída tras denuncias por «comportamientos inadecuados» con algunas mujeres de Paco Salazar, de amistad aún más cercana al presidente y llamado a tutelar a la nueva dirección del PSOE desde La Moncloa, agrava la herida de la credibilidad de Sánchez ante su propia organización y le abre la más peligrosa, que es la de la crisis de autoridad, de la mano de Adriana Lastra, quien ya advirtió cuando fue despachada por la puerta falsa de que volvería: «¡Nos vemos en las Casas del Pueblo!», proclamó entonces.
La intervención ayer del diputado asturiano Fernández Huerga, adlátere de la propia Lastra, denunciando «privilegios» territoriales en la política de alianzas del presidente, es algo más que una anécdota. Algo empieza a romperse. Sánchez comienza a perder el control del relato incluso dentro del perímetro que creía más seguro. La retórica del sacrificio personal, aquel psicodrama narcisista de los cinco días de reflexión, ha terminado de oxidarse. Las preguntas se las hacen cada vez más cerca del escaso núcleo duro: ¿Quién habría pensado que quien ha desarrollado una concepción sin escrúpulos de la política necesitaría una guardia de amorales para aplicarla? ¿Quién habría imaginado que quienes han hecho de la trampa, la fullería y el abuso de poder un estilo político los ejercerían también de puertas para adentro? Sánchez ya sólo aguanta porque no tiene otra salida.
La rueda de prensa de Arnaldo Otegi del jueves fue la reveladora secuela política de la declaración ante el juez de Cerdán y la puesta de largo de lo que la debilidad del presidente pone en juego. Al señalar al empresario cómplice de Cerdán como su intermediario ya en 2016, Otegi dibuja el rastro temprano de un proyecto político. Confirma que la operación de blanqueo de la izquierda abertzale fue una coartada construida con premeditación y señala que el verdadero hilo conductor del PSOE reside en el uso del poder como herramienta de impunidad y protección.
Pero mucho más importante fue su propuesta de un «pacto de regeneración sobre el futuro político del Estado». Bildu percibe, con más claridad que otros, que Sánchez ya no controla las piezas de su coalición. Y se anticipa: reclama volver a reunir a Junts, Podemos y compañía en el propósito de la «superación del 78», como una cláusula de cierre de esta legislatura agónica. Lo que Otegi plantea es una ruptura simbólica con el pacto constitucional que integró a «las dos Españas» en un mismo proyecto nacional. Esta disolución es el precio que Sánchez está dispuesto a pagar y lo demuestra la prioridad que José Luis Rodríguez Zapatero dio en su reunión en Suiza con Junts a la ley que pretende el control ideológico de los jueces, cuando ya sabía que los independentistas piden a cambio el Poder Judicial catalán.
Y mientras España continúa atrapada en torno a obsesiones particularistas, el tren del futuro no se detiene. El país se enfrenta al implacable deterioro de sus servicios públicos, a la desesperanza de la juventud y a los grandes desafíos de nuestro tiempo con su potencial lastrado, sin capacidad para acuerdos de Estado y con la discusión pública encadenada a una minoría que no contempla el interés general sino la desigualdad entre los españoles. Hay una España media y templada en la que aún resiste la mayoría social que necesita una llamada clara, casi existencial, para evitar su desconexión definitiva hacia la antipolítica. Todo el PP ha renunciado generosamente a sus disidencias y ha dejado muchos debates pendientes para poner todas sus energías en ese proyecto de grandes mayorías bajo el liderazgo de Feijóo. Y como dice José María Aznar: «No tiene que ser un cuadro de Velázquez». No hace falta ser perfecto, pero es la hora de la claridad y la determinación.