Artillería, túneles bajo la ciudad, martirio de los habitantes, la ejecución de sus líderes y la repoblación forzada. Los ecos perversos de la historia resuenan en Gaza.
NotMid 27/09/2025
Estilo de vida
El asedio de Gaza por parte del ejército de Alejandro Magno, hace más de 2.000 años, al inicio de su campaña contra el Imperio Persa camino de Egipto, guarda paralelismos escalofriantes con el castigo al que Israel somete hoy a la Franja.
La gran diferencia estriba en el origen de la agresión: la de Alejandro no fue la reacción a un ataque, como la sangrienta incursión de Hamás el 7 de octubre de 2023, sino el apetito y el delirio imperialista de uno de los más grandes conquistadores de la historia. La incógnita hoy es si ese mismo delirio —que un mundo compungido observa en Vladimir Putin, Xi Jinping o hasta Donald Trump— no ha despertado en Benjamín Netanyahu y sus halcones del Likud el anhelo sionista del Gran Israel, la Tierra Santa que va desde el Nilo al Éufrates.
Lo que hoy conocemos como Tierra Santa fue, en realidad, apenas una pequeña provincia de los dominios de Alejandro Magno, un imperio que se extendió de Grecia al norte de la India, conquistado en un tiempo récord antes de su prematura muerte a los 33 años.
El joven rey, educado por Aristóteles
Con tan solo 20 años, tras el asesinato de su padre, el rey Filipo II, Alejandro asumió el poder en Macedonia, dominó los Balcanes y en el año 334 a.c. inició su gran campaña contra el imperio persa. Su avance era imparable hasta que, en el 332 a.c., se encontró frente a Tiro y, posteriormente, Gaza. La toma de todos los puertos era clave para cortar la cadena de suministros persa.
La historia de Alejandro, educado por Aristóteles, fundador de Alejandría, lector ferviente de la Ilíada y admirador de Aquiles, es fascinante. Se consideraba descendiente del héroe griego, un hecho que pondría de manifiesto en el episodio final de la conquista de Gaza, como si se encontrara a las puertas de Troya.
Tras someter a Tiro durante siete meses, Alejandro se encontró con dos reacciones muy distintas en el actual territorio israelí:
- Samaria: Su líder, Sanbalat, se alió con Alejandro, cediéndole 8.000 hombres. En contrapartida, los samaritanos, enfrentados a persas y a Jerusalén, obtuvieron el permiso para construir un templo.
- Jerusalén: Simón el Justo, Sumo Sacerdote, optó por la neutralidad. Alejandro, según el historiador Flavio Josefo, entró pacíficamente y fue recibido con honores, pactando respetar la autonomía del reino de Judá y anexionándolo sin sangre. Este pacto sería beneficioso, años después, cuando la arrasada Gaza hubo de ser repoblada.
El bombardeo con piedra y fuego y la excavación de túneles
Con la cruel toma de Tiro imponiendo el temor, Alejandro avanzó hacia su gran obsesión: Egipto. La única oposición provino de un comandante que decidió no rendirse: el eunuco Batis, gobernador de la ciudad de Gaza, fuertemente amurallada y elevada.
“Será imposible tomarla por la fuerza”, advirtieron sus mandos a Alejandro, pero él se negó a sortear la ciudad, sabiendo que sería una muestra de debilidad. Se dispuso entonces a diseñar una estrategia que, de manera inquietante, guarda similitudes con el acoso actual del ejército israelí:
- Bombardeo a nivel: Ordenó construir montículos para colocar la maquinaria de asedio al mismo nivel de las murallas, permitiendo bombardear a la población con proyectiles de piedra y fuego.
- Guerra de Túneles: Al mismo tiempo, excavó túneles desde el perímetro para llegar al subsuelo. El objetivo de Alejandro, a diferencia de la red de Hamás hoy, era inundarlos con líquido inflamable para que el fuego descompusiera el adobe y la madera de la fortaleza.
A pesar de que Batis se aprovisionó y reclutó mercenarios árabes, la habilidad militar de Alejandro y el poder de su ejército fueron imbatibles. A los tres meses, Gaza había caído.
El martirio de Batis y la ‘repoblación’ de Gaza
Gaza, que ya entonces era un enclave estratégico y cuna de mitos bíblicos como Sansón y el rey David, fue sometida a una carnicería.
Tras la masacre, Alejandro pasó a cuchillo a todos los hombres supervivientes y vendió como esclavos a las mujeres y los niños. La repoblación se hizo con nuevos habitantes, muchos de ellos judíos, producto de sus acuerdos en Jerusalén.
La presencia de israelitas se sucedería a lo largo de la historia junto a egipcios, filisteos, asirios y babilonios. La victoria de Alejandro contribuyó a nuevos asentamientos, actuando como una especie de ‘colono’ de la antigüedad. El desplazamiento de los palestinos hacia el sur de la Franja que ha impuesto Netanyahu, y que hoy observamos como la nueva Nakba, esconde, para algunos, la misma amenaza de una nueva repoblación en la tierra de todas las diásporas.
El asedio de Alejandro Magno culminó con un acto de crueldad que reflejó su ‘delirio’. El eunuco Batis fue llevado ante su presencia, y a pesar de su valentía, su actitud altiva lo condenó. Alejandro, en un acto que emulaba su héroe, Aquiles, mandó que le atravesaran los tobillos con cuerdas y lo arrastraran con un carro hasta morir. Fue un acto más cruel que el de Aquiles, quien ató a Héctor a su cuadriga cuando el troyano ya estaba muerto.
Israel ha demostrado que su propósito es eliminar a todos los miembros y caudillos de Hamás, sea donde sea. No conocemos todavía el final de este conflicto, pero la historia, como la de Alejandro, ya ha demostrado demasiadas veces que la realidad puede ser más creativa y cruel que la propia mitología.
Agencias