Impulsa el ‘Premierato’, una norma que fortalece al primer ministro de forma que la lista más votada tenga mayoría absoluta sea cual sea el resultado
NotMid 06/12/2023
EUROPA
Giorgia Meloni, la primera ministra italiana, hizo saltar las alarmas de gran parte de Europa cuando accedió a la Presidencia del Consejo de Ministros de Italia en octubre de 2022. Era la primera vez que una representante de la derecha radical (con la formación Hermanos de Italia, los socios italianos de Vox) se alzaba con la jefatura del Gobierno de uno de los cuatro grandes países del continente.
Sin embargo, Meloni trabajó con discreción, sin hacer excesivo ruido y con más moderación de lo que hacían pensar su programa o sus eslóganes euroescépticos. Como han apuntado varios analistas, llegó con la lección de lo que le ocurrió a Silvio Berlusconi bien aprendida. Para mantenerse y consolidarse no tenía que inquietar demasiado a la Unión Europea, a Estados Unidos o al poder económico italiano, como sí ha ocurrido con Victor Orban en Hungría.
Así ha sido al menos hasta la segunda mitad de 2023. A principios de noviembre, su Consejo de Ministros aprobó la que ella llamó “la madre de todas las reformas” que dará paso, asegura, a “la III República italiana”.
Se trata de un proyecto de ley de reforma de la Constitución -bautizado en Italia como el Premierato– que sólo cambia cuatro artículos de la Carta Magna, pero que encierra una reforma profunda del sistema político, que pasaría de ser un régimen parlamentario a otro presidencialista.
El objetivo de Meloni es reforzar la figura del primer ministro y garantizar que gobierne con mayoría absoluta, aunque gane las elecciones de forma ajustada. La jugada es de alto riesgo. Si no consigue el apoyo de los dos tercios del Parlamento, será necesario someterlo a referéndum. Y no sería la primera vez que una consulta nacional acaba con un primer ministro italiano.
La intención oficial de la reforma es acabar con la secular inestabilidad política italiana, que ha tenido 68 gobiernos en los últimos 75 años o 12 primeros ministros en las últimas dos décadas. La nueva Constitución establecería la elección del primer ministro “por sufragio universal y directo por un periodo de cinco años”.
Y lo haría en una sola vuelta y con una sola papeleta, mediante la concesión de “un premio” del 55% de los escaños de las dos cámaras para la lista más votada. El ganador sería propuesto como primer ministro por el presidente de la República y ratificado después por el Parlamento, ya sin necesidad de cerrar pacto alguno, ya que tendría garantizada la mayoría absoluta aunque sólo sacara un diputado más que el siguiente partido.
JEFE DEL ESTADO
Hasta ahora, el candidato a primer ministro era propuesto por el jefe del Estado. Después, tenía que obtener la mayoría de las cámaras, un modelo parlamentario similar al español, donde el Congreso elige al presidente por mayoría a propuesta del Rey.
Otros sistemas políticos dan una prima al ganador para garantizar una mayor estabilidad parlamentaria –Grecia premia con 50 escaños extra al vencedor de las elecciones-, pero no le garantiza al 100% la mayoría absoluta en el caso de que haya, por ejemplo, una gran fragmentación y si ninguna de las opciones llega a 101 escaños (el Parlamento griego tiene 300 diputados).
La reforma italiana pretende también limitar las crisis de Gobierno, de forma que en caso de muerte, incapacidad o dimisión del primer ministro, no se celebrarían de nuevo elecciones, sino que el presidente volvería a proponer a otro diputado del mismo partido político del ex primer ministro como jefe del Gobierno.
La norma también impediría así la elección de tecnócratas al frente del Gobierno a propuesta del presidente de la República, una fórmula que ha salvado varias veces a Italia de complejas crisis políticas de la mano de Mario Monti en 2011 o de Mario Draghi en 2021, por ejemplo.
Desde que se presentó, el proyecto ha generado una amplia polémica en Italia, ha cosechado el rechazo de la mayoría de la oposición e incluso de la opinión pública. Una encuesta del diario La Stampa refleja que sólo el 40% de los italianos lo apoya.
La reforma ha cosechado críticas también desde la derecha. A pregunas de Il Corriere della Sera, uno de los hombres de confianza de Berlusconi, Gianni Leta, fue crítico con la medida. Leta fue subsecrerario de varios consejos de ministros y candidato de Forza Italia para ser presidente de la República. El veterano político afirmó que la reforma “reduce los poderes del presidente de la República” y mermaría su legitimidad frente al primer ministro. “La figura del presidente está bien como está ahora, yo no eliminaría ninguna de sus prerrogativas”, concluyó.
De hecho, el jefe del Estado seguiría siendo votado por el Parlamento frente a un primer ministro elegido directamente por los ciudadanos. Además, el presidente ya no podría disolver el Parlamento, ni escoger a un primer ministro ajeno a las cámaras.
Otra de las críticas que ha provocado la propuesta es que acabaría con la fuerza del Parlamento italiano. Las cámaras estarían condenadas a trabajar siempre bajo la mayoría absoluta de la lista más votada, perdiendo peso e influencia.
A pesar de la oposición generada, Giorgia Meloni parece dispuesta a llegar hasta el final, aunque tenga que someter su propuesta a referéndum para que “decidan directamente los italianos”.
La primera ministra pretende consolidarse en el poder, como apunta la mayoría de los analistas, y partir con la ventaja ser primera ministra en las próximas elecciones. Ahora encabeza una coalición de tres partidos de centroderecha y de la derecha dura: Hermanos de Italia, Forza Italia y la Liga de Matteo Salvini. Si sacara adelante la reforma, que entraría en vigor ya para las próximas elecciones, podría aspirar a dirigir el país con mayoría y a lomos de un solo partido.
La norma ha empezado su tramitación en el Senado y está en la fase inicial de consultas y de escuchar a expertos y catedráticos. Después, al ser una reforma de calado, la tramitación será larga. Necesita dos lecturas de cada una de las dos cámaras y ser aprobada por dos tercios de las mismas. Si no consigue esa mayoría cualificada -algo ahora mismo impensable-, tendría que ser ratificada en un referéndum que no se celebraría antes de 2025.
El riesgo que asume Meloni es muy alto ya que los referendos en Italia los carga el diablo. Silvio Berlusconi en 2006 o Matteo Renzi en 2016 perdieron sendas consultas que acabaron con importantes reformas que intentaron impulsar. De hecho, Renzi, entonces líder del Partido Democrático (centroizquierda) dimitió después de que los ciudadanos tumbaran una reforma constitucional que también trataba de dar más poder al Gobierno, aunque de forma menos radical: penalizando a los partidos pequeños reduciendo el número de escaños de la Cámara de Diputados y quitando al Senado su capacidad de bloqueo. La propuesta fue entendida como un intento de perpetuarse en el poder.
Con este antecedente, Meloni se ha curado en salud y ya ha dicho públicamente que no dimitirá aunque pierda el referéndum: “Son los italianos quienes deciden. Esto no tiene nada que ver con la actividad del Gobierno”, ha zanjado.
Agencias