La diferencia entre el periodismo y la propaganda es el porcentaje de verdad que uno y otro acumulan
NotMid 07/05/2024
OPINIÓN
ARCADI ESPADA
Nadie va a negar que esta es la época en que los hombres tienen la mejor información que nunca tuvieron sobre el funcionamiento del mundo. A pesar de eso ya la llaman la era de la desinformación. La razón la daba indirectamente David Remnick, el director del New Yorker, en la entrevista del domingo en el periódico: «Si quieres hacer un perfil de Beyoncé, solo puedo desearte buena suerte». Beyoncé, como cualquier otra estrella, ya se hace cada día su perfil en las redes. ¿Por qué va a someterse a la mirada del intermediario? En la política pasa lo mismo. Pedro Sánchez escribe directamente a los ciudadanos, sin pasar por la mediación de algún periódico que, aparte de hacerle algunas preguntas, le habría corregido la gramática. La diferencia entre el periodismo y la propaganda es el porcentaje de verdad que uno y otro acumulan.
Las estrellas del espectáculo o de la política ya no tienen que pasar por el filtro del periodismo para dar cuenta de que existen, ellos y sus obras. Y esta evidencia, y no la Inteligencia Artificial, ni China ni Rusia, es la principal fuente de desinformación contemporánea. La más dañina amenaza a la verdad no son los bulos, sino la propaganda. Es decir, no la Begoña Gómez Fernández de Cantabria, sino la farsa organizada por el marido de la bilbaína. Esta amenaza no se conjura con leyes o reglamentos, perfectamente inútiles y cínicamente impulsados por los propios beneficiarios de la propaganda. Se conjura, o se trata de hacerlo, con periodismo. Con un periodismo más atento a decapar que a engrosar: en nuestro tiempo un perfil newyorker de Beyoncé se hace quitando las innumerables capas de propaganda y maquillaje que debe de tener ese culo. Y un periodismo, sobre todo, que establezca de modo mucho más rígido el derecho de admisión.
En los últimos estertores del periodismo analógico sonaban cada día voces de alarma sobre la inflación del periodismo de declaraciones. Hoy, ya en el modo digital, se ha convertido en un pleonasmo. La información política, por medular ejemplo, es poco más que una sucesión de vídeos de gatitos. Hay, por último, una cuestión relacionada con la transparencia. A partir de la invención del smartphone y del tendido de las redes sociales se entró en el verdadero 1984. Aunque para desagradable sorpresa de Orwell, el Gran Hermano no ha sido el Jefe sino el Pueblo. Los periódicos deben dejar que el Pueblo se macere en sus beodos entretenimientos, sin incorporarlos. Y reflexionar profundamente sobre sus presuntos progresos morales. Por ser hijo de Cándido Conde-Pumpido Ferreira los periódicos no habrían publicado nada, hace unas décadas, sobre los descalabros causados por los problemas de salud de Cándido Conde-Pumpido Varela. Hoy los publican por eso mismo. La vil y oscura transparencia.