La relación entre capitalismo y democracia se ha vuelto problemática y los populistas se aprovechan de ello. Martin Wolf propone reformas para salvar el sistema más exitoso de la historia
NotMid 04/09/2023
MUNDO
Martin Wolf es hijo de la catástrofe. Sus padres, austriaco y holandesa, se conocieron en una fiesta en Londres, donde se habían refugiado de la persecución nazi contra los judíos. De no haber existido el Holocausto nunca se hubieran conocido.
Cuando a Wolf se le acusa de pesimismo tiene tres respuestas. La primera es que esta percepción fatalista ha logrado que la mayoría de las sorpresas que ha experimentado sean agradables. La segunda es que la mayoría de los errores que ha cometido en su vida se los atribuye al optimismo. La tercera respuesta, y a su juicio más importante, es que su existencia se debe a las decisiones de dos hombres pesimistas: un padre que huyó a Inglaterra desde Viena en 1937 y un abuelo materno capaz de alquilar una barcaza para escapar por mar con su familia cuando Hitler invadió Holanda.
Este británico de 77 años, al que ningún joven ha destronado como tótem de las páginas salmón, es el comentarista económico más influyente del mundo anglosajón, que en este campo equivale a decir del mundo a secas. Sus análisis en el Financial Times son leídos con detenimiento por aficionados a la economía, eruditos, mercaderes, presidentes de compañías y primeros ministros.
El 27 de junio de 2019, cuando recibió el Premio Gerald Loeb a su labor periodística, Wolf expuso en público un credo que es muy relevante en esta entrevista. «Mis opiniones se han alterado al tiempo que el mundo ha evolucionado. No pido disculpas por ello. Los que no han cambiado sus opiniones a lo largo de una vida no piensan. Sin embargo, mis valores, heredados de mis padres, no se han alterado. Creo en la democracia y por tanto en las obligaciones de la ciudadanía, en la libertad individual y por lo tanto en la libertad de opinión, y en la Ilustración y por lo tanto en la primacía de la verdad».
Estos valores que cita en la última frase son los mismos que defiende con devoción en La crisis del capitalismo democrático (Ed. Deusto), una obra que podría definirse como la historia de un matrimonio en crisis -contraído entre la democracia y el capitalismo- que Wolf trata de salvar tras someterlo a una terapia de pareja. Así que nos sentamos en su diván económico en busca de respuestas y de un poco de luz en tiempos de tanta incertidumbre.
Según Wolf, cuando colapsó la Unión Soviética hace tres décadas, el binomio capitalismo y democracia no necesitaba un defensor, ya que era por sí solo invencible. Sin embargo, hoy el modelo está en cuestión y achica agua en medio de la ola populista global. El deterioro de su reputación ha hecho que los modelos políticos autoritarios y también los modelos anticapitalistas estén de moda y mucha gente quiera amortajar un sistema de vida que, con sus contradicciones y fallos, es el más exitoso hasta la fecha de los inventados por el ser humano.
«El capitalismo democrático es un logro tan extraordinario que ha permitido, por ejemplo, que la sociedad británica haya mandado a paseo a Boris Johnson y a su ridícula sucesora [Liz Truss] sin el uso de la violencia y sin coacción por parte de nadie, tan sólo con la pérdida de confianza del Parlamento», dice Wolf. «Piense que estos cambios hace no tanto tiempo acababan en guerras civiles».
La democracia liberal está acosada por enemigos externos poderosos, dictaduras con influencia global, pero también internos. Estos últimos están teniendo mucho éxito debido a algunos desequilibrios del sistema: desde la alta tensión provocada por los supuestos igualitarios de la democracia y las tendencias desigualitarias del capitalismo hasta el roce entre globalización y los intereses nacionales. En fin, todo es un lío.
P. El miedo al comunismo hizo que las democracias liberales desarrollaran el Estado del bienestar. ¿Provocará el populismo una reacción similar en el sistema?
R. Esa es mi esperanza. Tenemos que tener muy en cuenta que algunos de los problemas de la política y la economía nacen de la frustración de muchos ciudadanos que sienten que han dejado de ocupar una posición digna dentro de la sociedad. Este sentimiento de humillación es lo que ha desatado todo. Si nos fijamos en las democracias con un alto nivel de renta, una parte significativa de su población, no la mayoría, está desencantada y no confía en el centro derecha ni en el centro izquierda. Buscan algo diferente.
Según Wolf, es necesario enviar un mensaje para que no olvidemos lo bueno que es el sistema que disfrutamos: «La prueba de su éxito tiene fácil comprobación: la gente no emigra a Rusia ni a China, sino a Norteamérica y a Europa», dice.
La reforma del capitalismo contemporáneo exige a su juicio un nuevo New Deal, una versión actualizada del plan impulsado por el presidente estadounidense Franklin D. Roosevelt durante la Gran Depresión del siglo pasado.
Wolf propone reformas con el fin de lograr estabilidad macroeconómica, innovación e inversión, sostenibilidad, apertura al mundo, calidad de empleo y mejora del Estado del bienestar. Trata un tema importante: cómo acabar con los privilegios de élites poderosas que distorsionan tanto la economía de mercado como la política. Deben ser corregidos los defectos de un régimen de gobierno corporativo que recompensa a los poderosos con información privilegiada, la tolerancia ante los monopolios y un sistema fiscal que hace que el pago de impuestos por parte de los ricos sea casi voluntario.
Defiende que muchas de sus medidas son realistas. Es cierto que requieren de un gran esfuerzo, pero no son las recetas mágicas que propone el populismo para resolver grandes problemas con soluciones fáciles.
Sobre este mundo de profetas extremos, Wolf detecta una tendencia: la izquierda radical quedó casi totalmente desacreditada por el fracaso del comunismo, mientras que la extrema derecha ejerce una gran presión sobre los partidos conservadores, que se ven obligados a lidiar con ella para evitar la fuga de votos. «En Reino Unido se vio con el Brexit; en España en las elecciones con el acercamiento del PP a Vox y la adopción de algunos de sus temas; en Francia el centro derecha busca votos en el terreno de Marine Le Pen; mire lo sucedido en Italia… Y qué decir de Estados Unidos, donde esto es mucho más obvio».
Para el autor de La crisis del capitalismo democrático es vital acabar con esa creencia injustificada de que la democracia estará entre nosotros por toda la eternidad. Darla por hecho es el error, cuando en realidad está amenazada en todo el mundo, incluso en países en los que tiene mayor tradición. La crisis va más allá de debatir sobre la prosperidad material. Su riqueza nos ha traído más esperanza de vida, mayor nivel de educación y un avance progresivo de los derechos de igualdad.
«La libertad que concede abre oportunidades para la mejora tanto de los individuos como de la sociedad», sostiene Wolf. «¿Y cuál es la alternativa? O el gobierno irresponsable de matones y burócratas o la jaula de hierro de las costumbres. Ambas son recetas para el estancamiento y la opresión. Son la muerte del espíritu humano y del progreso social».
¿Quienes son esos «matones y burócratas» y cuáles son sus «jaulas de hierro»?
Las versiones autoritarias hoy en día son muy distintas a las conocidas en el siglo XX. Operan con cierto pudor y no se muestran tan salvajes. Todas de una forma u otra se valen del capitalismo, aunque sea de forma torticera y derive en un capitalismo de amiguetes, en el que la riqueza depende de la cercanía con el poder y no se vigila la corrupción. Wolf distingue dos variantes: el «capitalismo autoritario demagógico» y el «capitalismo autoritario burocrático».
El primero constituye una amenaza interna para las democracias liberales de renta alta. Sus representantes más destacados son la Rusia de Vladimir Putin, la Turquía de Recep Tayyip Erdogan, la Polonia de Kaczynski, la Hungría de Orban y la India de Naredra Modi, cuya reputación internacional está en máximos gracias a su conquista del Polo Sur lunar. Estos líderes surgen de mayorías llevadas a límites destructivos. Ejercen un poder personalista y lo hacen de forma supuestamente temporal hasta que, claro, logran el control omnímodo de sus sociedades. Para ello recorren un camino en el que se suprimen instituciones y grupos opositores.

La tentación totalitaria moderna no requiere de un golpe de Estado. El aspirante a dictador devora el sistema por dentro, como si fuera una tenia.
El segundo gran enemigo de Wolf proviene del denominado «capitalismo autoritario burocrático». Tiene menos representantes que el anterior, pero cuenta con el supercampeón, capaz de amedrentar a cualquiera: China.
P.- Desde la crisis financiera han salido muchos pensadores hablando del fin del capitalismo, pero en términos de expansión geográfica nunca ha sido tan poderoso como hoy. Podrá tener mala reputación, pero nunca tuvo tanto poder.
R.- Esto que comenta lo sostiene mi buen amigo el economista Branko Milanovic. Es cierto que hay mucha gente en el mundo que odia el capitalismo, pero la realidad es que ha ganado, nadie ha presentado otro modelo amplio de organización económica capaz de ignorar las reglas capitalistas por completo. Los mismos chinos detectaron que la economía soviética era increíblemente pequeña para el tamaño del país y sus recursos hace 40 años. Fue cuando Pekín puso en marcha un sistema económico híbrido tutelado por el Partido Comunista con el que les ha ido muy bien…
Wolf lanza una interesantísima -y larguísima- explicación de sus fortalezas y debilidades del sistema chino que por falta de espacio no es posible recoger. «La culpa es suya: lanza preguntas muy interesantes que exigen respuestas demasiadas largas. ¡Es imposible ser breve!», reprende con cachondeo al periodista. De su despertar capitalista al mando de Deng Xiaoping hasta la dependencia de la inversión, la gestión del Covid o sus riesgos inmobiliarios. Pero una cosa que está clara para este economista que empezó su carrera en el Banco Mundial es que el líder de China, Xi Jinping, no es el timonel que necesita el país.
«China necesita muchas reformas estructurales, reformas en la distribución de la renta, cambios políticos y empresariales… Su sistema no está capacitado para abordarlos y por eso está destinado a afrontar dificultades, aunque eso no significa que no siga creciendo». Wolf afirma que Xi Jinping es algo así como un Brézhnev chino. «La URSS pudo haber hecho grandes reformas en los años 60, que era su última oportunidad, pero Brézhnev las bloqueó y eso resultó mortal para el país».
Lo más interesante de las grietas que detecta Wolf en el régimen chino no le suponen un alivio moral. «No crea que esto me hace feliz, creo que una China debilitada no sería algo bueno y que incluso podría entrañar un peligro», dice. Reconoce que su opinión no es más que una conjetura. El problema es que las conjeturas pesimistas de Wolf suelen ser demostrables a futuro.
Respecto al control de la inflación, ¿cómo ve la tensión que se produce en las democracias entre los bancos centrales, que son organismos de control independientes no electos, y los políticos elegidos democráticamente, que están dispuestos a gastar lo necesario para realizar sus políticas?
La soberanía en una democracia reside en última instancia en el pueblo, pero hemos sabido en estos últimos 250 años que los representantes elegidos por el pueblo no pueden hacer lo que les dé la gana. Si eliges a alguien para gobernarte, este no puede robar, corromper la moneda o, por ejemplo, encarcelar a la oposición. La democracia es un sistema que sólo puede funcionar con limitaciones, que tienen forma de normas y leyes, pero sobre todo de instituciones que controlan al poder político. Su equilibrio es muy complejo…Un equilibrio que también parece difícil cuando se habla del funcionamiento del Estado. Imagine que cada vez que llegara un gobierno al poder tuviera la potestad de despedir a todos los funcionarios y elegir a otros de su confianza. Sería algo muy democrático, pero el país sería un caos. En la mayoría de los países occidentales se decidió que los políticos electos no pudieran financiar sus promesas electorales sin una barrera, así que se les quitó el poder de darle al botón de la máquina de fabricar billetes. Sin ese límite, acabas como Argentina. Este control de los bancos centrales nace por la falta de confianza en los políticos electos. Es así de simple. Por eso no debemos acabar con la independencia de los bancos centrales, es una de las limitaciones con las que tenemos que vivir.
¿Una Alemania en recesión traerá la estanflación a la Unión Europea?Existe el riesgo. El gran choque de términos de comercio asociado con la guerra de Ucrania se ha reducido mucho, porque los precios del gas han caído, así que el shock inflacionario debería disminuir. Como resultado, los tipos de interés empezarán a bajar. En mi opinión todavía hay, aunque esto sea controvertido, margen de maniobra fiscal para la zona euro. Así que una recesión profunda no es necesaria ni inevitable, pero existe claramente el riesgo de un periodo de crecimiento débil con una inflación moderadamente alta de uno o dos años.¿Hemos asumido por fin los europeos nuestra decadencia económica respecto a otras potencias?Es obvio que Europa en su conjunto se ha quedado rezagada con respecto a los estadounidenses en tecnología e innovación. Le pongo el ejemplo de Alemania, que es una economía muy poderosa, pero una economía vieja. Me refiero a que algunas de las industrias en las que era líder, como la del automóvil, viven una enorme transformación y da la impresión de que China va a ser el líder mundial del coche eléctrico. No dudo de que la economía alemana a medio y largo plazo, funcionará. Lo mismo puede decirse de otros grandes países europeos con grandes sectores industriales.Usted es británico, un país que tiene muy presente el desafío colosal de la inmigración en la actual agenda política.
Quiero preguntarle si en su opinión pesa más ser economista o hijo de refugiados.
Es un reto gigantesco sin duda. Si tuviera una respuesta, la habría escrito y publicado, pero me temo que no existe. Al menos una.Además, es el arma más rentable electoralmente del populismo.Está clarísimo que los países desarrollados la necesitan, basta con echar un vistazo a los índices de natalidad europeos. Cierto que sin control es política, social y económicamente imposible de gestionar. La pregunta es cómo hacer esos controles. Más aún cuando hay tanta gente que quiere venir, y cada vez será más. La presión migratoria sobre Europa, de países demográficamente muy jóvenes, es enorme. En ese sentido, España e Italia tienen obviamente un problema especialmente difícil. Deberían distinguirse los refugiados de los demás. No hablo sólo de Ucrania, sino también por ejemplo de Etiopía, de tantos sitios en guerra. De lo que sí estoy seguro es de que es imprescindible que mejoren las condiciones de vida en África y Oriente Medio. Pero me temo que, por desgracia, no sabemos muy bien cómo hacerlo.
Según Martin Wolf, al mundo libre le espera una labor de «reconstrucción» en la que es imprescindible aprovechar los cimientos del único sistema conocido que es capaz de proporcionar al mismo tiempo libertad y bienestar. Pero sin volver al pasado. «Para bien y para mal, el mundo del siglo XX ha desaparecido para siempre», dice quien advierte que el primer paso de la esperanza es reconocer el peligro.
Palabra de un hijo de la catástrofe.
Agencias