El silencio de Jair Bolsonaro genera desconcierto, mientras la Justicia comienza a cercarlo
NotMid 16/01/2023
IberoAmérica
Jair Bolsonaro lleva 18 días recluido en Estados Unidos. Junto a su esposa Michelle, vive en una enorme casa en Kissimmee, a las puertas de Disney World, aunque su día a día está muy lejos del ambiente de un parque de diversiones. Un dato reciente da una idea de que las cosas no le están yendo como esperaba: el ex presidente de Brasil cambió su número de teléfono móvil y ahora son contados los que tienen acceso a él. Se calmó su WhatsApp, que por años hirvió con frenesí.
Su profundo silencio desconcierta a propios y ajenos. Ese silencio, que comenzó con la ajustada derrota ante Lula en la segunda vuelta de las elecciones, nació de una decisión clave: evitar darle a los jueces razones para que lo asocien a ataques contra la democracia. La famosa foto del último día del año en el que se ve al ex presidente comiendo en soledad en un Kentucky Fried Chicken (KFC) de Kissimmee era todo un mensaje: yo ya no tengo nada que ver con todo eso que está pasando en Brasil.
Fue también por eso que, aunque con tibia claridad, Bolsonaro condenó el aquelarre golpista del 8 de enero en la Plaza de los Tres Poderes. Y fue por eso que estuvo 37 días sin emitir palabras tras las elecciones, aunque instruyó a sus funcionarios para que cumplieran con las formalidades de la transferencia del mando.
La casa de Kissimmee es de José Aldo, un ex campeón de Artes Marciales Mixtas (MMA) muy afín al presidente. Una de las habitaciones de la residencia está decorada al completo con Minions alusiones a sus películas.
Según uno de sus hijos, Bolsonaro se recluyó en Estados Unidos a “lamerse las heridas”, y aunque hay mucho de cierto en ello, también se alejó de Brasil para poder pensar. Y para ganar tiempo ante un eventual avance de la Justicia contra su figura, tras todo un gobierno descalificando el sistema electoral, denunciando fraude y horadando instituciones clave del país. Es por eso que resulta difícil de entender su llamativo tropiezo en días recientes: Bolsonaro retomó un mensaje de Felipe Giménez, fiscal del Estado de Mato Grosso do Sul y lo subió a su perfil de Facebook. El mensaje era explosivo: “Lula no fue elegido por el pueblo, fue escogido y elegido por el Supremo Tribunal Federal (STF) y el Tribunal Superior Electoral (TSE)”.
Este era el tipo de cosas que Bolsonaro dijo una y mil veces, sí, pero el asunto es que había dejado de decirlas: la estrategia diseñada por sus abogados apuntaba a que nadie pudiera echarle en cara que quebró la ley tras el triunfo de Lula. Es también por eso que cuando la diputada ultra Carla Zambelli le pidió instrucciones para los extremistas que acampaban frente a cuarteles militares pidiendo la intervención de las Fuerzas Armadas, Bolsonaro se irritó: “¡Yo no convoqué a nadie, así que no tengo por qué darle instrucciones a nadie!”.
Resulta entonces doblemente difícil de entender que el ex presidente, de 67 años, haya difundido en su cuenta el mensaje de Giménez. No importa que haya estado solo dos horas antes de que fuera borrado de su cuenta: el hecho de que lo avalara permitió que la Procuraduría General de la República (PGR) y el STF solicitaran la inclusión de Bolsonaro en la investigación sobre instigación y autoría intelectual de los ataques del 8 de enero.
Quien incluyó a Bolsonaro en esa lista es el juez Alexandre de Moraes, miembro del STF, presidente del TSE y hombre de gran influencia en el devenir político del país. Un hombre al que el ex presidente detesta y teme a igual nivel. “La decisión que elevó a Bolsonaro a la condición de sospechoso fue la segunda mala noticia que recibió en menos de 24 horas. El jueves se hizo público que la Policía Federal encontró en la casa del ex ministro de Justicia Anderson Torres el borrador de un decreto que permitiría al ex presidente intervenir el TSE. Además, suspendería los poderes de los ministros de la Corte e instalaría una comisión para revisar el resultado de las elecciones del año pasado”, destacó O Globo.
Torres está en una prisión en Brasilia desde el último fin de semana. Fue detenido en el aeropuerto de la capital al aterrizar en un vuelo desde Orlando, una especie de capital del bolsonarismo en el exilio, ya que allí estuvo también de vacaciones el ex juez Sergio Moro, también con un paso por el Ministerio de Justicia de Bolsonaro. “Las cosas se han puesto muy mal. Va a ser un infierno”, resume un aliado de Bolsonaro, según la columnista Malu Gaspar. Un ministro del TSE coincidió en que la situación es “extremadamente complicada”.
Las investigaciones en Brasil suelen durar años, pero al final se concluyen y tienen efectos poderosos aunque el objeto de la investigación pueda parecer menor en el contexto de la turbulenta y a menudo corrupa política del país. De ello puede dar fe Dilma Rousseff, destituida en 2016 por violar normas fiscales al maquillar el deficit presupuestario.
Los procesos contra Bolsonaro están en manos de Bernardito Gonçalves, interventor general de la Justicia Electoral y aliado de De Moraes. Así, el de Gonçalves puede ser un nombre que en breve comience a sonar mucho, convirtiéndo se en figura clave de la política brasileña.
Mientras la Justicia avanza, Lula también lo hace. El actual presidente definió varias veces como “genocida” a su predecesor, basándose en su política de desatención a la crisis del covid. De Bolsonaro ya se sabe que gastó 27 millones de reales (unos cinco millones de euros) con su tarjeta corporativa, incluyendo unas cuantas cenas en McDonald’s. Lula quiere derribar el secreto sobre su cartilla de vacunación para confirmar si el ex mandatario se vacunó o no.
La situación del hombre que hace dos meses y medio cosechó 58 millones de votos y el 49,1 por ciento de apoyo de los brasileños es ciertamente extraña, y afecta a la derecha, hoy sin líder. El Partido Liberal (PL), sobre el que Bolsonaro se montó para la elección, se está distanciando con velocidad del ex presidente, que decepcionó a buena parte de su electorado: a los más ultras y a los más moderados. El ex presidente, ingresado hace dos días debido a una aparente obstrucción intestinal, es consciente de ello.
Lo sabe también el diputado Eduardo Bolsonaro, que en la noche del 8 de enero, con las sedes de los tres poderes arrasadas, asistió a una conversación de figuras parlamentarias con el presidente de la Cámara de Diputados, Arthur Lira. Pero en vez de sumarse al encuentro, se refugió en la antesala de la residencia de Lira, según la prensa brasileña. “No quería que lo vieran”, señaló una fuente. Más tarde, el hijo de Bolsonaro se reunió a solas con Lira. En cierta forma, algo lógico: cualquier cosa que dijera ante el resto de sus colegas podía ser usada en su contra, y, sobre todo, en contra de su padre.
Agencias