Más de 100 personas han perdido la vida, entre ellas al menos 28 niñas. El mayor número de víctimas se produjo en Camp Mystic, el centro cristiano de verano donde el río Guadalupe llegó con tal fuerza que arrasó con todo
NotMid 08/07/2025
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“El dios del amor vino a mí y quiero transmitirlo a los demás”, cantan las niñas que sobrevivieron a las terribles inundaciones que devastaron el condado de Kerr, Texas, el pasado 4 de julio. El autobús que las lleva de regreso a sus padres atraviesa una escena dantesca: árboles caídos, cabañas destrozadas, coches volcados y las luces rojas intermitentes de los vehículos de emergencia por doquier.
A pocos kilómetros de allí, en Kerrville, la cifra de muertos aumenta por horas. La tragedia se ve empañada por la polémica sobre la falta de evacuación y los recortes en el servicio meteorológico ordenados por el entonces jefe del departamento de eficiencia, Elon Musk. El presidente Donald Trump, según ha anunciado la Casa Blanca, viajará a los lugares de la catástrofe en el transcurso de la semana.
Más de cien personas perdieron la vida, entre ellas al menos 28 niñas. El mayor número de víctimas mortales se registró en Camp Mystic, el centro cristiano de verano donde el río Guadalupe desbordó con tal fuerza que arrasó con todo. Aquí, la búsqueda continúa para diez niñas y un animador. En medio de tanta desesperación, hay un atisbo de alivio para aquellos que sobrevivieron.
El mérito es de los miles de rescatistas que han trabajado incansablemente desde el primer día para poner a salvo a los campistas. Entre ellos se encuentra Scott Ruskan, un buzo de rescate de 26 años de la Guardia Costera de Corpus Christi. En su primera misión, logró salvar a 165 niñas.
Al amanecer del 4 de julio, una llamada inesperada irrumpió en su puerta: “¿Tienes una motosierra? Tenemos que correr a Hunt. Hay una inundación”. A las siete de la mañana, despegó en helicóptero y, tras un viaje accidentado, llegó a Camp Mystic. Allí, Scott consiguió evacuar a 165 niñas, “todas aterrorizadas. Estaban en pijama”, recuerda en una entrevista con el New York Times, “con frío y cansadas, totalmente empapadas. Querían algo de consuelo”.
Una hazaña que le valió los elogios de la Secretaria de Seguridad Nacional, Kristi Noem, quien en una publicación en X lo calificó de “héroe estadounidense cuyo valor desinteresado encarna el espíritu y la misión de la Guardia Costera de Estados Unidos”.
Mientras tanto, Estados Unidos llora las jóvenes vidas truncadas. Sarah Marsh y Renee Smajstrla, ambas de ocho años, habían llegado con otros cientos de compañeros, dispuestas a pescar, a tirar con arco, a rezar, a hacer amigos. Habían dibujado juntas sus nombres en las literas de la cabaña, enclavada entre robles y cipreses. La riada se los llevó. Sarah vivía en Alabama, donde estudiaba en la escuela primaria de Cherokee Bend, un suburbio de Birmingham. En su barrio, de 20.000 habitantes, la gente se volcó para apoyar a sus padres. El tío de Smajstrla, Shawn Salta, publicó una foto de Renee con el pelo recogido, una sonrisa enmarcada por los aparatos de ortodoncia y ojos suaves: “Estamos agradecidos de que estuviera con sus amigos y pasándoselo como nunca, como muestra esta foto”, escribió.
Eloise Peck, de ocho años, con su pelo rubio, luce orgullosa su camiseta con el emblema del campamento. Abraza a su amiga y compañera Lila Bonner, con quien compartió el trágico destino. Hanna y Rebecca Lawrence, hermanas gemelas, eran de Dallas, donde acababan de terminar segundo de primaria. “Nos trajeron tanta alegría a nosotros, a su hermana mayor Harper y a tantos otros”, dijeron entre lágrimas sus padres, John y Lacy. “Encontraremos la manera de preservar esa alegría y transmitirla”.
No queda nada en el campamento Mystic, ni siquiera su director, Richard “Dick” Eastland, de 70 años, quien murió intentando salvar a los pequeños campistas. Él y su esposa, Tweety, dirigían el campamento desde 1974, pero la propiedad había pasado de generación en generación desde 1939. Cuando los equipos de rescate lo encontraron, estaba inconsciente en su todoterreno negro, atascado entre los árboles, junto con tres niñas a las que ponía a salvo. El traslado al hospital fue inútil. A Dick le encantaba pescar y lo enseñaba con cariño a niñas y jóvenes.
Entre los que perdieron la vida se encontraba Chloe Childress, de 18 años, que acababa de graduarse en la escuela Kincaid de Houston con excelentes calificaciones y había decidido trabajar como coordinadora en el centro de verano que tanto le había dado de niña.
El despiadado destino se cebó también con Annie y RJ Harber, de Dallas, quienes habían decidido pasar el fin de semana del 4 de julio con sus hijas Blair y Brooke junto al río Guadalupe. El agua se llevó a las dos niñas, de 11 y 13 años; sus cuerpos fueron encontrados a 24 kilómetros de distancia, con las manos entrelazadas por el miedo. Sus abuelos, Mike y Charlene, están desaparecidos. Las hermanas asistían con gran éxito a la escuela católica Santa Rita de Dallas. El sábado, la iglesia del Instituto celebró un servicio especial de oración por ellas y ofreció apoyo psicológico a la comunidad.
“Honraremos las vidas de Blair y Brooke, la luz que compartieron y la alegría que aportaron a todos los que las conocieron”, escribió el párroco Joshua J. Whitfield en una carta a los feligreses.
Agencias