El caso desgraciado de la diputada Noelia Núñez debería conducir a otras reflexiones
NotMid 25/07/2025
OPINIÓN
RAFA LATORRE
Una de las reparaciones que requiere la averiada escalera social consiste en recuperar el prestigio de los títulos. De manera que esto de andar diagnosticando titulitis es una coquetería de pijos. Una forma de que el mérito vuelva a significar algo es que haya una forma objetiva de reconocerlo; que una titulación sirva para acreditar un esfuerzo, un conocimiento, un talento. Que las acreditaciones, en fin, acrediten.
Cuando un político exhibe algo en su currículo es porque espera que eso le conceda una autoridad. Esto vale para el que se dice doctor en Economía, pero también para el que se presenta ante la sociedad como un obrero de mono azul, que lo que pretende es que se le reconozca como un representante de clase. Da igual lo que alegue el político, siempre que pueda defenderlo. Por eso tan embarazoso sería que al obrero se le encontrase un título nobiliario como que la aristocracia del marqués se revelara de fantasía. Los atributos con los que uno puede pedir el voto son muy variados, hasta el estúpido puede pedirlo por serlo; lo único exigible es que sean ciertos.
Cumplido el trámite de la dimisión, el caso desgraciado de la diputada Noelia Núñez debería conducir a otras reflexiones. Sobre todo porque nadie considera que sea un trámite, porque nadie esperaba ya que esto condujera a una dimisión. Eso tiene su razón, también, en la imparable degradación moral que el mandato de Pedro Sánchez ha propiciado.
De Pilar Bernabé a Patxi López, la lista de socialistas que deberían dimitir por adornar con mentiras y medias verdades -esto es, estudios sin terminar- sus pobres expedientes es tremebunda. Pero todo empieza en la Secretaría General. Uno de los primeros anclajes morales que saltó en la izquierda fue la aceptación de que Pedro Sánchez era un doctor cum fraude. No fue un digital fachosférico quien narró la peripecia. El libro de Jesús Maraña, Al fondo a la izquierda, relata la fabricación de un doctorado que le diera algo de corpulencia al anémico currículo de Pedro Sánchez, titulado en Economía en un ignoto centro privado.
Este nunca fue un asunto anecdótico y más que nunca es evidente hoy, cuando sabemos que el complejo académico y la necesidad de reconocimiento que guiaron la fabricación de su tesis estarían detrás de algunas de las más nefastas decisiones del matrimonio presidencial. Como la construcción de una carrera para Begoña Gómez, tan artificial que llegó a impartir un máster que no podría cursar como alumna.