Xi Jinping sólo piensa en sus problemas internos, pero los test de Covid en los aeropuertos es lo mínimo que se puede exigir a China
NotMid 02/01/2023
OPINIÓN
FEDERICO RAMPINI (IL CORRIERE DELLA SERA)
Tenemos derecho a pedirle al régimen de Pekín mucho más que las pruebas de Covid que impone a los viajeros que llegan. Esta pandemia nació en China a finales de 2019. Cogió al resto del mundo desprevenido también porque las autoridades de la República Popular mintieron y encubrieron la realidad durante meses. No fue tanto una operación de desinformación deliberada y vertical como el reflejo automático de regímenes autoritarios tendientes a censurar las malas noticias sobre ellos, un problema agravado por la tendencia de las nomenclaturas periféricas (Wuhan) a ocultar a su vez los hechos desagradables a los líderes supremos de Beijing.
No es casualidad que los países más efectivos en la contención de la pandemia fueran los cercanos a la República Popular (Corea del Sur, Taiwán, Japón, Singapur) y, como tales, “entrenados” para no fiarse de las versiones oficiales de su gran vecino. Esos países habían recibido un doloroso entrenamiento en 2003 con la epidemia de SARS, por lo que llegaron a la prueba de 2020 más atentos que nosotros.
Entre las ingenuidades occidentales cabe mencionar que cuando Donald Trump decidió bloquear la llegada de viajeros procedentes de China, el entonces candidato Joe Biden lo acusó de “xenofobia” , para cambiar de opinión unos meses después. Es uno de esos detalles vergonzosos que pocos tienen la honestidad de recordar. Y ahora es Bruselas la que en los últimos días ha definido como innecesario exigir pruebas de Covid a los viajeros procedentes de China.
La misma nación que infectó al mundo a partir del primer brote de 2019-2020… ¿Se arriesga ahora a que se produzca una repetición de la situación con la repentina reapertura de sus fronteras?
Afortunadamente, nuestra situación sanitaria ha mejorado desde entonces. Ahora mismo vivimos en un mundo que ha aprendido mucho sobre cómo protegerse frente al virus: desde vacunas preventivas hasta nuevos tratamientos para los enfermos, y también ha aumentado el conocimiento de las autoridades sanitarias sobre el virus y el nivel de preparación de los hospitales y el personal médico. Además, muchos ciudadanos ya se han contagiado de Covid, precisamente porque hemos estado más expuestos que la población china. Así, aunque sin llegar a la mítica inmunidad de rebaño, hemos desarrollado defensas naturales que los chinos no tienen debido a sus prolongados y rígidos confinamientos.
Sin embargo, el problema fundamental de nuestra exposición a la lógica de un régimen autoritario no ha cambiado: Pekín nos informa sólo cuando quiere, si quiere. En 2020, las mentiras iniciales de Beijing ayudaron a que Occidente se sintiera vulnerable frente al Covid y retrasaron nuestras reacciones. Actualmente, los datos sobre contagios y muertes en China que se publican siguen criterios opacos, inescrutables, impulsados por la propaganda más que por el imperativo de informar a los ciudadanos y al resto del mundo.
Tarde o temprano, China tenía que eliminar sus cuarentenas extremas, pero la salida de la emergencia solo la ha acelerado las protestas populares y la brutal desaceleración de su economía. Pero el experimento de reabrir las fronteras presenta nuevos riesgos para el resto del mundo.
LA REALIDAD EN OCCIDENTE
Ni siquiera en Occidente hemos tenido una transición sencilla y sin riesgos hacia la normalidad. Las distintas fases de confinamiento y las precauciones sanitarias como la distancia de seguridad o el uso de mascarillas han provocado situaciones sin precedentes en Occidente en los últimos tres años, y en cada país ha afectado de una forma. Incluso dentro de Estados Unidos, la pandemia no ha sido igual en Nueva York que California,Texas o Florida.Y es que los balances sobre la eficacia precisa cada medida son todavía provisionales y la comunidad científica seguirá estudiándolos durante décadas. El número de muertos ha sido alto y no se puede decir que ningún sistema de salud occidental haya superado con éxito la pandemia del Covid.
Sin embargo y pese a todo, China pide al mundo recibir a masas de turistas y visitantes, sin tener la menor visibilidad de lo que sucede dentro de las fronteras de la República Popular. La “coexistencia pacífica” entre sistemas políticos tan diferentes es un campo minado y estamos a punto de enfrentarnos a una nueva prueba de incompatibilidad.
El experimento de reapertura se complica por el clima geopolítico en el que se desarrolla. Vladimir Putin acaba de invitar a Xi Jinping a Moscú para cimentar esa amistad personal, afinidad y alianza económica que hace que Rusia esté mucho menos aislada de lo que nos gustaría y mucho más segura de que puede continuar la guerra. En los últimos diez meses, muchos observadores occidentales han querido captar señales del distanciamiento de Xi con Putin, a menudo exagerando las diferencias de tono, que son matices. Hasta ahora nunca ha habido una diferencia real entre Moscú y Pekín y mucho menos una condena china a la guerra en Ucrania... La futura visita de Xi estuvo precedida por la del súper halcón ruso Medvedev a Beijing. Hasta ahora, China solo ha evitado cruzar la línea roja de los suministros de guerra a Rusia, pero en realidad los opera a través de su estado vasallo, que es Corea del Norte.
La gestión post pandemia no puede desligarse de este contexto. En el G20 de Bali, el presidente Biden tuvo una reunión bilateral con su homólogo chino con una intención precisa: estar de acuerdo en estar en desacuerdo. Es decir, encontrar un acuerdo en el desacuerdo. Aun reconociendo la rivalidad sistémica entre las dos superpotencias, se trata de llegar a un modus vivendi, pactando reglas que eviten que el antagonismo degenere en conflicto. Entre las áreas donde la cooperación es obligatoria hay dos temas globales, el calentamiento global y las pandemias. Xi en el G20 pareció estar de acuerdo, en principio. Excepto en reabrir entonces las fronteras y eliminar las restricciones escatimando en información al resto del mundo. Atento únicamente a la gestión de su imagen interna, sin miramientos hacia la comunidad internacional.
Ahora, de nuevo, hay un retraso tanto en las instituciones europeas como en la coordinación transatlántica y dentro del G7. Corremos el riesgo de repetir el espectáculo de marzo de 2020. Si bien debemos presentar un frente unido para pedirle a Xi información completa, oportuna, precisa y fiable sobre la evolución de la pandemia dentro de sus fronteras nacionales.