Los 31 se ven en Lituania para cerrar los nuevos planes regionales y sobre todo para dilucidar cómo dar garantías a Ucrania sobre su seguridad y su futuro en la Alianza
NotMid 10/07/2023
EUROPA
El mayor escollo para que la Cumbre que la OTAN celebra este próximo martes y miércoles en Vilna (Lituania) sea percibida como un éxito tiene que ver con una simple frase redactada en la primavera de hace 15 años. En abril de 2008, en Bucarest, los líderes de la Alianza abrieron la puerta oficialmente a Albania y Croacia, pero se la mantuvieron cerrada a Ucrania y Georgia. La historia es bien conocida: EEUU, con George Bush a la cabeza, empujó para la ampliación, pero Francia y Alemania, receptivas a las quejas y amenazas rusas, lo impidieron. De aquella declaración, infinitas veces citadas, salió un compromiso lo suficientemente vago como para dar esperanzas perpetuas y lo bastante concreto para provocar más adelante la ira de Moscú y sobre la que justificar sus agresiones: “La OTAN da la bienvenida a las aspiraciones euroatlánticas de Ucrania y Georgia. Acordamos hoy que estos países se convertirán en miembros de la OTAN”, decía asépticamente el punto 23 de aquel documento. El inicio de todo.
Los 31 se sentarán en los próximos días para hablar de los tres planes regionales que van a servir para mantener en alerta constante a 300.000 soldados (casi 10 veces más que ahora) con rápida capacidad de despliegue, de los riesgos en el Pacífico, de la amenaza nuclear rusa, de la necesidad de aumentar los gastos de Defensa para que el 2% comprometido hace una década en Gales sea un “suelo y no un techo”. Hablarán de reforzar el flanco Este de forma permanente, de los flecos pendientes para la adhesión de Suecia, cuyo primer ministro se reúne hoy con Erdogan para intentar desbloquear el veto turco; o de cómo la presencia de Wagner en Bielorrusia pone muy nerviosos a los países fronterizos, como la propia Lituania, Letonia o Polonia. Pero independientemente de lo que aprueben, discutan y comuniquen, toda la atención estará centrada en el párrafo que recoja el testigo de 2008 y allane el camino de Kiev para cuando la guerra termine.
Ucrania estará en Vilna como invitada y estará el presidente Zelenski para la inauguración del llamado Consejo OTAN-Ucrania, que les permitirá por primera vez reuniones al mismo nivel entre todos (el único precedente en 74 años de historia es el Consejo OTAN-Rusia, suspendido y con casi todos los canales cortados desde la invasión), pero no se llevará las dos cosas que más quiere. Kiev aspira a conseguir para empezar “garantías de seguridad” explícitas, pero eso la Alianza no puede dárselas. Las únicas “garantías” propiamente dichas sería algo equivalente al Artículo 5 o incluso el 4 del Tratado de Washington, por el que el ataque a uno se convierte en un ataque a todos o al menos provoca consultas. Y eso es “sencillamente imposible”, resumen fuentes aliadas. Se están cerrando acuerdos bilaterales con diferentes países y existe el consenso tácito para seguir ayudando económica y militarmente tanto como sea necesario, empezando por 500 millones de euros adicionales y planes para mantenerlo en el futuro proximo. Pero por mucho que decepcione a Zelenski, no sacará de los 31 las promesas con las que sueña, así hay que ver cómo poner por escrito un pacto de asistencia permanente que satisfaga a todas las partes.
ADHESIÓN
El segundo elemento es la adhesión. Los 31 debaten estos días contrarreloj el lenguaje de esa declaración intentando superar el principal problema: cómo reforzar el mensaje de Bucarest pero sin firmar compromisos inviables. La ironía es que hace 15 años, en Rumanía, estuvo invitado Vladimir Putin, qué tiempos aquellos, y él mismo reconoció entonces que no correspondía a su país decidir quién entraba o no en una Alianza.
¿Cómo cuadrar el círculo? “En eso estamos, buscando poner las bases para el futuro pero sin que haya ningún tipo de automatismo del tipo que dé por hecha su incorporación simplemente por el final de la guerra“, explican las mismas fuentes. No habrá referencias temporales, no puede haber la claridad deseada, pero hace falta ir más allá que en 2008, para empezar porque esa Ucrania no es la de entonces.
En ese momento, Georgia y ella eran países cuya tradición democrática, por decirlo así, era más que dudosa, y de hecho había referencias expresas en la declaración a la necesidad de elecciones libres. Ahora, tras la Revuelta del Maidán y la anexión de Crimea, Ucrania lleva casi una década trabajando con los aliados y con la UE y avanzando en las reformas para su adhesión a una Unión de democracias. Hay una conexión permanente a nivel político y militar, se ha trabajado en la interoperabilidad de los ejércitos, ambas partes se conocen de cerca y decenas de miles de soldados se han entrenado en los países de la Alianza. Además, poco a poco el material soviético ha dejado paso a los equipamientos más modernos de Occidente. Así que, por decirlo de forma poco ortodoxa, Ucrania, aunque no haya aprobado el examen teórico, ha convalidad buena parte de las prácticas requeridas.
“Los aliados van a enviar un fuerte mensaje de apoyo a Kiev en Vilnia mientras tiene lugar la contraofensiva. Desde la promesa de entregar armamento adicional, incluido equipo cada vez más serio, a Ucrania. Pero esto debe combinarse con una vía hacia la membresía en la OTAN que vaya más allá del compromiso ambiguo de la cumbre de Bucarest. Los tiempos extraordinarios requieren audacia, ya que los que está pendientes de la OTAN, amigos y enemigos, seguirán de cerca los resultados de la cumbre. Sin duda, alcanzar los objetivos fijados serviría para desmontar la creencia de Moscú de que la guerra durará más que la paciencia de Occidente”, apunta Camille Grand, del European Council on Foreign Relations.
El debate para esa futura adhesión, además, está más ligado que nunca a la entrada en la UE. En octubre, bajo presidencia española, la Comisión Europea hará público el informe de evaluación de la candidatura ucraniana para decir si, a su juicio técnico, están listos para abrir oficialmente las negociaciones. Hasta hace muy poco, París o La haya París decían abiertamente que la entrada de nuevos miembros era una amenaza demasiado grande para la cohesión de la UE, y que antes de plantearse siquiera una ampliación había que hacer una reforma en profundidad de una Unión que a duras penas logra avanzar ahora a 27 y con temas clave marcados por la unanimidad. Más miembros era del todo impensable, pero ahora, sin embargo, líderes como Macron creen que el ingreso de quienes están amenazados o atacados es casi un requisito previo para consolidar la soberanía europea. No será rápido, pero no tendrá más remedio que ser.
“Junto a algún tipo de pacto de seguridad, o garantías militares, la UE debería elaborar un pacto de apoyo económico a largo plazo y proponer un calendario para la admisión a la UE, garantizando a Ucrania que está en el camino hacia la plena integración. En el mejor de los casos, los ucranianos tienen días difíciles por delante, por lo que la pertenencia a la UE les ofrecería la luz al final del túnel que merecen ver”, escriben dos expertos como Richard Haas y Charles Kupchan, que según ha publicado la prensa norteamericana forman parte del grupo secreto que en nombre del Gobierno de EEUU están intentando establecer canales entre Kiev y Moscú de cara a lo que consideran inevitables conversaciones de paz en la segunda mitad de este año.
Parece imposible por ambas partes, pero dado que el apoyo occidental no es seguro que pueda ser permanente (sobre todo si hay cambios en algunas de sus piezas, como Washington en 2024) y que Putin ha visto recientemente cómo su imperio se tambaleaba, no hay más remedio. No se sabe cómo, cuándo y a través de quién. Pero a veces hay que apostar por una “solución subóptima”, aunque no sea elegante, no sea digerible ni genere ningún entusiasmo.
Agencias