NotMid 16/12/2025
EDITORIAL
Pocas veces un balance de fin de año ha exhibido una desconexión tan palmaria con la realidad política como el ofrecido ayer por el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. En una fecha insólita, y convenientemente anticipada a la previsible debacle electoral del PSOE en Extremadura este domingo, el presidente compareció para pintar un cuadro idílico de España y presentar a su Ejecutivo como un dechado de pulcritud y transparencia. Lo hizo, paradójicamente, en un momento de crisis institucional sin precedentes, acorralado por investigaciones de corrupción y denuncias de acoso en las filas socialistas.
La abismal distancia entre su discurso y los hechos objetivos no es solo llamativa: es la prueba más fehaciente de la creciente bunkerización del presidente, no solo respecto a la ciudadanía, sino también en relación con su propio partido.
Desde La Moncloa, Sánchez se arrogó nuevamente la voz de una España “real” que contrapuso a la de “las tertulias y las columnas”, tratando de reducir la sucesión de investigaciones judiciales, detenciones, registros policiales y crisis internas a una mera construcción de la “derecha política y mediática” (el infame “fango”). Esta narrativa victimista pretende anular la realidad objetiva de los escándalos que cercan al Gobierno. Entre veladas amenazas a la prensa —especialmente al abordar los casos de presunto acoso en Moncloa y Ferraz— y una retórica de confrontación pura y dura contra el Partido Popular, la intervención de Sánchez fue la de un líder visiblemente a la defensiva, cuyo sistema de poder parece estar en fase de descomposición.
El Antidemocrático Rechazo a la Alternancia
El presidente se aferra a una única coartada universal para eludir su responsabilidad política: su autoproclamada “responsabilidad histórica” para evitar el acceso de la oposición al Gobierno. Esto no es más que la articulación de un rechazo antidemocrático a la alternancia.
Este argumento, sin embargo, se desmorona incluso entre sus socios: Podemos da al Gobierno por “muerto”, el ex lehendakari Iñigo Urkullu describe la situación como “insostenible”, y Gabriel Rufián admite abiertamente la existencia de “pruebas de corrupción”. Incluso la vicepresidenta Yolanda Díaz ha demandado un cambio ministerial profundo que La Moncloa optó por ignorar. No obstante, la posición del Ejecutivo se ve resumida en la comparecencia de Ernest Urtasun, quien se negó hasta cuatro veces a confirmar si los ministros de Sumar abandonarían el Gobierno: los socios protestan, pero priorizan su beneficio derivado de la extrema debilidad presidencial.
El Esperpento de la Resistencia
Ante esta coyuntura, la respuesta de Sánchez es la conocida: negar la financiación ilegal del PSOE, asegurar su continuidad a pesar de todo e intentar seducir a sus aliados con nuevas prebendas contrarias al interés general de los españoles.
A los nacionalistas, les prometió convertir a Cataluña y País Vasco en miembros asociados de la Unesco y de la Organización Mundial del Turismo —una nueva ruptura del espacio común con fines exclusivamente espurios—, al tiempo que anunció una reunión con Oriol Junqueras como gesto a ERC. El resto de su comparecencia rozó el esperpento cuando, interpelado directamente por la corrupción, escenificó un notorio bostezo para lamentar que el único anuncio novedoso que hizo —la creación de un abono único de transportes, otra medida de puro electoralismo— no fuera debidamente valorado.
Sánchez pretendía transmitir determinación y energía. Lo que proyectó, en cambio, fue la imagen de un líder atrincherado en el poder y en su relato. Gobernar exige más que mera resistencia: exige la asunción de responsabilidades y el compromiso ineludible con la verdad.
