NotMid 19/09/2023
OPINIÓN
ARCADI ESPADA
La inmensa collonada que empieza a tramitarse este martes en el Congreso de los Diputados, Congrés dels Diputats, Congreso dos Deputados, Diputatuen Kongresua, tiene la más estridente prueba en el uso unidireccional de la interpretación. O sea todas las intervenciones en lenguas locales se traducirán al castellano pero ninguna intervención en castellano se traducirá a las lenguas locales. La circunstancia es el resultado de una obviedad: cualquier diputado conoce lo suficiente el idioma español como para evitar su traducción al vernáculo. Obviedad que, por otra parte, destapa la inmensa collonada prevista: cualquier diputado conoce el castellano lo suficiente como para que la eventual ventaja que tendría al hablar en su lengua materna quede neutralizada por la presencia del intérprete. Como bien saben las lavanderas catalanas, en el proceso de interpretación a cada bugada (colada) es perd un llençol (sábana).
Pero la realidad no es el fuerte de los nacionalistas, y es incomprensible que Puigdemont no haya apretado en la bidireccionalidad, una forma al fin y al cabo compleja, pero indiscutible, de la unilateralidad. Si el catalán es una lengua de ida pero no de vuelta, la naturaleza manqué de la nación seguirá vigente. El castellano seguirá conservando su carácter de koiné. Y presumirá, con su habitual arrogancia machista, de ser la única lengua que tiene pinga en vez de pinganillo. El escenario en el que el prófugo debería haberse esforzado es el del Parlamento Europeo: 24 lenguas que (multiplicado por 23) dan 552 combinaciones posibles de intercambio lingüístico. O más modestamente el escenario de Canadá, siempre tan en boca de los nacionalistas.
En el parlamento federal de Ottawa se habla en inglés y en francés -hace tiempo hubo una propuesta para introducir la lengua cree, pero no parece haber prosperado- y los dos idiomas se traducen bidireccionalmente a pesar de la evidencia de que todos los diputados conocen la lengua inglesa. Hasta tal punto la conocen que es fama que algunos de los diputados francófonos se coloca políticamente el pinganillo en la oreja, pero el canal reproduce la voz del orador anglófono que esté en el uso de la palabra. Esto mismo podrían haber hecho catalanes, gallegos, vascos e incluso valencianos, si Puigdemont hubiese apretado: atornillados a su pinganillo, pero disimulando. Aunque, por supuesto, no deja de ser una práctica peligrosa: no debe olvidarse que cada lengua trae consigo una cosmovisión y oyendo castellano siempre se les puede pegar alguna lepra.
Por lo demás hay quien sostiene en España que si Feijóo se pone un pinganillo en su investidura está muerto. Qué poca comprensión. Cómo va a arriesgarse el pobre hombre a que el euskérico Aitor Esteban le ofrezca su voto ¡y uno esté en Babel y otro en Babia!