Desertó de su brigada en noviembre, cuando estaba destinado en la picadora de carne del Lugansk. Allí había ido obligado, para huir de los años de torturas que sufrió en una cárcel de Putin por ayudar a ucranianos detenidos en Rusia. Aún no está a salvo
NotMid 03/05/2025
MUNDO
Una breve comunicación remitida a través de un programa encriptado de mensajería confirmó el pasado martes, día 22 de abril, que el soldado Vladislav Aleksandrovich Glotov había logrado escapar de Rusia y penetrar en el territorio de la vecina Georgia, donde inmediatamente solicitó un visado humanitario a varios países de la UE entre los que se halla España. No está a salvo todavía pero su situación ha mejorado significativamente desde que, en noviembre del pasado año, desertó de la unidad del frente en que servía y arriesgó su vida para no perderla de todos modos en la picadora de carne del Lugansk, donde había sido enviado para servir en una unidad de asalto. Casi cinco meses ha pasado escondido, buscando la oportunidad y la manera de cruzar esa frontera tras la que sigue temiendo por su seguridad.
Glotov había sido enviado por la fuerza al frente el 20 de julio de 2024 tras cumplir ocho años y ocho meses de condena en un correccional de la región de Bryansk donde fue salvajemente torturado por los funcionarios de prisiones. Fabricaron los cargos de tráfico de drogas con los que le condenaron por prestar asistencia legal a presos ucranianos a quienes los federales (FSB) habían atraído con promesas de un empleo al territorio de la Federación de Rusia a partir de la anexión de Crimea, para posteriormente condenarlos con cargos fabricados.
El relato que hace de su vida y que Crónica ha recopilado, ordenado y completado a partir de varias entrevistas y de pesquisas ulteriores ilumina una verdad completamente ignorada por quienes, como el presidente Donald Trump, tratan de establecer una simetría entre la legitimidad de los intereses de ambos contendientes: la certeza de que Putin es un tirano que lidera una dictadura abyecta.
Pero vayamos por partes. Vladislav nació el 13 de junio de 1991 en Bryansk, una ciudad situada a 380 kilómetros al suroeste de Moscú del tamaño aproximado de Palma de Mallorca. Con 15 años, terminó sus estudios de enseñanza secundaria e ingresó en la escuela vocacional con la intención de convertirse en pastelero. Logró graduarse con honores en el cuarto puesto de su promoción. Al cumplir los 20, fue llamado a filas y tras servir durante doce meses, fue desmovilizado con el rango de sargento menor. Tras concluir el servicio militar obligatorio, trabajó algún tiempo como tatuador al tiempo que empezó a estudiar las leyes de la Federación de Rusia, lo que a la postre marcó su destino.
«A finales del verano de 2014, ciertos empleados del Servicio Federal de Control de Drogas de la Federación de Rusia para la región de Bryansk empezaron a atraer a Rusia mediante engaños a ciudadanos de Ucrania», recuerda Vladislav. «Tan pronto como se registraban en los hoteles, las fuerzas de seguridad irrumpían en la habitación con testigos y los arrestaban por posesión de sustancias que aparecían de la nada entre el equipaje. Por aquellas mismas fechas,gracias a mis conocimientos en Derecho, empecé a ayudar a esos muchachos como defensor público, lo que me permitía asistirles en igualdad de condiciones con un abogado enviando peticiones al investigador, la fiscalía o el tribunal o solicitando documentación».
“SUFRÍAS UN DOLOR INSOPORTABLE”
«A partir de ese momento, los funcionarios comenzaron a amenazarme verbalmente con meterme en la cárcel junto a ‘mis amigos drogadictos’», prosigue el desertor. «Yo no les creía porque todavía confiaba en la Constitución rusa. Aproximadamente dos meses después me arrestaron por primera vez aduciendo que había vendido un gramo de anfetamina a un testigo oculto. Tan oculto estaba ese testigo que nadie sabía de quién hablaban. Desde el primer momento, comencé a apelar a todas las instancias. El investigador Bulygin vino un día a verme, me sonrió y me dijo que no importaba lo que hiciera porque estaba perdido. Dos meses después, me acusaron de fabricar drogas en un garaje y, unas semanas más tarde, detuvieron a una conocida mía vendiendo anfetamina y le ofrecieron un trato: si declaraba que las drogas me pertenecían, no iría a prisión. Eso fue lo que hizo y, finalmente, fui condenado a cumplir 12 años de prisión en la colonia correctiva 1 de Bryansk».
«Nada más ingresar en la colonia penal FKU IK-1 UFSIN me aguardaban en la recepción», afirma el soldado. «Te obligaban a estirarte de tal forma que sufrías unos dolores insoportables en las ingles y las articulaciones de los hombros. Si intentabas aliviar tu posición, te golpeaban en las piernas. Luego me golpearon brutalmente en la espalda y me preguntaron qué pensaba sobre Putin y las leyes de Rusia. No recuerdo exactamente lo que respondí, pero no debió gustarles porque me volvieron a golpear con una porra y a patearme mientras me forzaban a hacer flexiones al tiempo que cantaba el himno de Rusia. Y así durante muchas horas. Bienvenido a las cárceles de Putin. Me raparon el pelo y me obligaron a limpiarlo con las manos. Por alguna razón, el comité de bienvenida me envió cinco días a una celda de aislamiento. En la colonia penal había en ese momento fuerzas especiales del Servicio Penitenciario Federal, la misma clase de bastardos que me torturaron durante dos meses».

Hay pruebas independientes de investigadores como Vladimir Osechkin que acreditan que, por las fechas que menciona Vladislav, el gobierno envió a policías antidisturbios a prisiones para que, de forma selectiva, torturaran a los reclusos. En el IK-1 de Bryansk les ponían bolsas en la cabeza, les sellaban la boca con cinta adhesiva y les propinaban brutales palizas. Ninguno de los abogados de los presos fueron autorizados a entrar en la colonia.
«Me golpeaban todos los días, al menos un par de veces, pero especialmente, durante los controles de la mañana y la tarde. Las fuerzas especiales entraban a eso de las ocho dentro de la celda y me obligaban a hacer cuclillas completamente desnudo. Me retorcían del brazo y me sacaban desnudo al pasillo. Solían repetir la operación por la noche, cuando tenía que ir al almacén a buscar un colchón para dormir. De camino te golpeaban. A menudo volvían a preguntarnos nuestra opinión sobre Putin y si no terminaba de convencerles la respuesta, te golpeaban en el culo con una tabla gruesa. No apagaban, así que no había manera de conciliar el sueño».
«Recuerdo que pasé 17 días en ese infierno antes de que me llevaran al destacamento de la cuarentena», asegura el desertor. «Allí nos forzaban desde la mañana hasta la tarde a saludar y despedirnos de un jefe imaginario. De cuando en cuando te llevaban a una sala y te ponían en camillas donde te golpeaban las piernas y la espalda. Lo llamaban boxeo. Tras pasar allí otras dos semanas, me asignaron a una planta de costura donde trabajé cerca de un semestre a cambio de 30 rublos mensuales (unos 30 céntimos de euro). De cuando en cuando, me llevaban a la caja y me tenían en aislamiento. Te podías pasar diez días en confinamiento solitario solo porque uno de esos tipos decidía que una etiqueta estaba mal cosida. Aquello era infernal. No podía soportarlo. Así que me cosí la boca y destruí una de las cámaras de vigilancia. Me quitaron los puntos, me esposaron las manos y comenzaron a golpearme con una tabla. De cuando en cuando nos llegaban los ecos de que algún otro recluso había sido asesinado por los carceleros. Es lo que le pasó a Roman Sarychev. Y hubo muchos más muertos, pero la mayoría de los casos eran silenciados. Destruían a la gente. No era posible soportarlo y muchos preferían suicidarse. El condenado Mironov se rajó la carótida en el retrete del destacamento. Su cuerpo quedó allí tendido sobre un charco de sangre», relata Glotov.
La amenaza de otros 15 años de gulag
«En 2022, cuando comenzó la invasión de Ucrania a gran escala, los reclutadores de la Wagner comenzaron a viajar por todas las prisiones y el correccional de Bryansk no fue la excepción», continúa Glotov. «La primera vez que vinieron fue en octubre de ese año, pero luego volvieron varias veces. Los internos se apresuraban a inscribirse porque daban por hecho que no había otra forma de salir de esa pocilga. Se quedaban con todos, salvo con los pedófilos y los violadores. Luego el Ministerio de Defensa reemplazó a los contratistas de Prigozhin y volvieron las torturas. Supongo que trataban de llevarnos al límite para que no nos quedara más remedio que huir hacia la guerra».
«Mi historia podría terminar aquel día 20 de julio de 2024 en el que aligeraron mi castigo tras cumplir ocho años y ocho meses de los doce de condena, en virtud del artículo 80 del Código Penal de la Federación de Rusia, pero lamentablemente no fue así», dice el soldado. «En realidad, conmutaron la pena de internamiento en la prisión por un centro especial. Me otorgaron dos días para ir hasta él y aproveché para pasar por mi casa de mañana. Esa misma tarde vinieron a verme unos funcionarios del Ministerio de Interior y me pidieron que les acompañara hasta una oficina situada en el número 2 de la calle Televizornaya. Allí estaba uno de los tipos que había manejado mis casos fabricados. Creo recordar que se apellida Mashukov. Comenzó a hablarme con calma; a preguntarme cómo me sentía y cuáles eran mis planes de futuro. Luego, me llevaron ante otros dos agentes que repitieron las preguntas. Querían que firmara un contrato con el Ministerio de Defensa. Les dije que esa no era mi guerra. Y comenzaron a llover las amenazas. Se pusieron violentos. “Has calumniado a las fuerzas armadas rusas en presencia de tres agentes de la ley”, me espetaron. “Han salido a la luz nuevos detalles sobre las actividades delictivas que te llevaron a prisión”, comenzaron a decir. O me enrolaba en la guerra, o me esperaban otros 15 años en un gulag».
«Me dieron un día para pensarlo», afirma Glotov. «Pero no había nada que pensar. A la mañana siguiente regresaron y me llevaron por la fuerza a la oficina de registro. Un joven teniente puso frente a mis narices los documentos de alistamiento. Apenas hacía unas horas que había salido de prisión y ya estaba de camino hacia el pueblo de Belotutsk, en el Lugansk, que fue el destino al que me condujeron para llevar a cabo mi instrucción. Había sido asignado a la unidad militar 91701 l del 423.º Regimiento de Fusileros Motorizado. Todo nuestro entrenamiento consistió en cavar refugios. A los que protestaban, los golpeaban y los amarraban a los árboles. Yo tenía bien claro que no iba a combatir y llamé a ‘mis amigos’ para que me sacaran. Me pidieron paciencia. Necesitaban tiempo para prepararlo todo. Y mientras aguardaba, me enviaron a la línea de contacto».
«Los oficiales se referían a ese lugar como ‘gatillo’ aunque nunca supe bien por qué», refiere el soldado huido. «Nos formaron en grupos de tres personas antes de prepararnos para el asalto. Yo me negué a avanzar. No estaba allí por mi propia voluntad. Me golpearon, amenazaron con ponerme a cero (matarle) y me ataron a un árbol durante cuatro días enteros. A menos de un kilómetro de nuestra posición había un lugar al que llamaba pozo. Todo lo que sabíamos es que los soldados a los que enviaban al agujero no regresaban nunca. Al quinto día de ser amarrado, vino uno de mis camaradas a traerme agua y me dijo que Kizlyar quería resetearme. Pero el comandante decidió mandarme de regreso a Belotutsk para que fueran los oficiales quienes decidieran lo que hacer conmigo. Yo sabía lo que eso involucraba. Me enviarían a Zaitsevo, que es donde reunen a los refuseniks (los objetores que se niegan a combatir). Los golpean, los humillan, les impiden dormir, les orinan encima y, si eso no funciona, los ponen a cero».
«A última hora de esa tarde, se me encomendó llevar dos litros de agua y tres radios a una posición alejada de la línea», concluye el desertor.
«Tan pronto como eché a andar me di cuenta de que me habían enviado al frente con dos litros de agua, una barra de chocolate y una granada. La granada era para mí. Caminé varios kilómetros sorteando los cadáveres. El olor a muerte es abominable. Me contactaron desde la unidad y me dijeron que, o llevaba las radios a Serpiente, o irían personalmente a por mí para resetearme. Tan pronto como me aventuré sobre una zona abierta, los ucranianos dispararon contra mí y caí herido. De regreso al campamento comprendí que solo tenía dos opciones: o encontraba la manera de escapar o me matarían mis propios oficiales. Han transcurrido cinco meses desde entonces y he logrado, por fin, llegar a Georgia»
Agencias