Lo de Feijóo fue perder el tiempo y lo de Sánchez, una tortura en cabina de estética. Amnistía: palabrería para vestir siete votos y un puñado bochornoso de artículos
NotMid 19/11/2023
OPINIÓN
MARISA RUÍZ
Desde el pasado 22 de agosto, cuando Felipe VI designó a Alberto Núñez Feijóo, en su calidad de líder del partido que había ganado en las urnas, candidato a la investidura, desde las filas del PSOE se martilleó con la idea de que el aspirante popular nos estaba haciendo perder el tiempo porque en ningún caso lograría añadir a su cuenta de resultados ni un voto más que los que le proporcionaba su propio partido, Vox, UPN y Coalición Canaria. Y así fue: en total 172 apoyos clavados. El mareo de la perdiz duró un mes y cuatro días.
El 3 de octubre, el Rey dio por fin luz verde al deseo de Pedro Sánchez, líder del partido que quedó segundo en los comicios, de promocionarse una vez más para el puesto de presidente del Gobierno. Hasta el pasado miércoles, fecha de su debate exitoso de investidura, transcurrieron un mes y doce días. No ha sido este plazo una pérdida de tiempo, ha sido una tortura en la cabina de estética para salir al final hechos un asco.
Pulir, peinar, cepillar, abrillantar, retocar, masajear… un sinfín de verbos anticipatorios para el contrato clave entre Pedro Sánchez y Carles Puigdemont por el que el primero ha conseguido la investidura y el segundo, una amnistía que borra los delitos que se le imputan y sobre los que nunca ha dado cuentas ante los tribunales porque huyó de España, con el corazón y las piernas encogidas.
No obstante, tanto preparativo alumbró al final dos engrudos firmados por subalternos: un acuerdo político que, según los socialistas, no dice lo que dice, pero sí lo dice. Ahí está, negro sobre blanco, el reconocimiento de eso que se llama lawfare, un barbarismo anglosajón, copiado por el secesionismo a un señor que fue vicepresidente del Gobierno y que, en definitiva, implica acusar a los jueces de prevaricación por dedicarse a reprimir ilegalmente a independentistas de derechas y de izquierdas.
También está el compromiso de crear una mesa con relatores extranjeros, que se reunirá fuera de España para vigilar el cumplimiento de lo pactado y negociar, que no dialogar, la fórmula que propicie un referéndum de autodeterminación, o sea, de independencia en Cataluña. Y, a más a más, la asunción del relato-delirio histórico-victimista, punto por punto, del independentismo.
El segundo mucílago es la Ley de Amnistía: tropecientos folios de exposición de motivos, de pura palabrería, para vestir un muñeco que lleva la etiqueta del precio colgada, siete votos, los que posee el señor de Waterloo. Y luego un puñado de artículos de bochornoso perdón para todo un listado de delitos, que va desde la malversación a la prevaricación pasando por la extinta sedición -ahora se dice desórdenes públicos agravados-, siempre y cuando, que quede claro, hayan sido cometidos por los que atentaron contra el Estado, o sea, por políticos y sus secuaces.
El ingenio culmina con una seria advertencia a los jueces: dos meses para cumplir con lo ordenado, comerse sentencias, instrucciones, resoluciones, medidas cautelares y órdenes de detención. Y cuidadito con los recursos, porque, si se presentan, no podrán tener efectos suspensivos.
Esta papilla huele mal, pero a Sánchez le ha servido para sacar adelante su tercera investidura y todo lo demás, piensa él, son pamplinas y rabietas de trumpistas. Bien clarito lo dejó esta semana desde la tribuna del Congreso, exultante, mientras ponía piedra tras piedra en el muro -«democrático» eso sí- con el que pretende separar a los españoles en dos bandos: los suyos, seres de luz progresista, a un lado; y los que le llevan la contraria, morralla fascistoide, al otro. Ya lo dijo la señora de Bildu, todo un referente en la defensa de la libertad y los derechos humanos. Así están las cosas y así quedarán reflejadas en la Historia.
Solo falta esperar al desenlace porque, tras los aplausos fervorosos, los besos y abrazos entusiasmados, los repartos de sillones y asesorías, llega la hora de la verdad, la de cumplir con lo pactado con unos y con otros. La de demostrar que Sánchez, ese resistente preclaro, no marea la perdiz. Fácil no se presenta.
Dejen de lado el tractor de Aitor Esteban, la barra de bar de Gabriel Rufián, la lucha de clases de Mertxe Aizpurua, los desatinos de Santiago Abascal, los mítines de Patxi López y el lamento de Feijóo. Hagan caso a la portavoz de Puigdemont en el Congreso. El de Waterloo le ha dado poder.
Ya sé que hasta hoy la mayoría no sabía quién era. Sacúdanse la ignorancia y escúchenla, porque a partir de ahora su mano será la que mezca la cuna en Madrid. «Señor Sánchez, no tiente a la suerte», avisó en catalán, y al socialista le cambió el color de la tez y hasta del pinganillo. Cherchez la femme. Se llama Míriam Nogueras y es dura de pelar.