Sánchez busca desviar el debate de lo sustancial: hasta dónde llegó su lazo con Ábalos y cuál es su concepción del poder
NotMid 14/05/2025
EDITORIAL
El Gobierno ha respaldado la autenticidad de los mensajes intercambiados por Pedro Sánchez y José Luis Ábalos que viene desvelando el diario EL MUNDO, y tiene razón al asegurar que este periódico no ha cometido delito alguno por publicarlos. Sin embargo, la promesa del Ejecutivo de «llegar hasta el final» para -dice- descubrir al filtrador de esas conversaciones no es sino una maniobra de distracción. Porque no se trata, como aseguran los portavoces del Gobierno, de mensajes circunscritos a la más estricta privacidad y sin interés para el ciudadano. Al contrario.
En los chats que se estan desvelando, el presidente del Gobierno y quien entonces era su mano derecha, y que hoy protagoniza la principal investigación judicial por corrupción en nuestro país (caso Koldo), hablan sobre cuestiones de partido y de Gobierno; asuntos de Estado. La trascendencia pública de los mensajes y, con ello, la legalidad de su publicación están fuera de toda duda. Pretendiendo centrar el debate en el quién, el Gobierno procura desviar la atención sobre lo relevante: el qué. Porque lo importante, y lo que zarandea a Sánchez en su debilidad política, es el contenido de esos mensajes y lo que traslucen.
El Ejecutivo acostumbra a eludir toda rendición de cuentas recurriendo a la estrategia de polarización contra una supuesta conspiración formada por el primer partido de la oposición, los jueces incómodos y la prensa no afín. Ahora se ve tentado a replicar la estrategia y apunta a «la derecha». El problema es que la serie de exclusivas firmadas por Juanma Lamet y Esteban Urreiztieta saca a la luz pública palabras textuales del presidente que la propaganda habitual tiene difícil esconder. Y que revelan al menos dos cuestiones de gran interés político.
En primer lugar, los mensajes revelan con toda claridad lo que Ábalos era para Sánchez: no solo el forjador de su moción de censura y de su mayoría parlamentaria, no solo su ministro de Transportes -la cartera con más adjudicaciones públicas- y su secretario de Organización, sino el hombre con el que lo comentaba todo. Eran «uña y carne», como Emiliano García-Page le ha resumido a Carlos Alsina. De ahí que parezca poco verosímil que Sánchez no supiera nada de las actuaciones presuntamente delictivas de su «carne». El presidente tiene una responsabilidad política obvia de la que no puede desentenderse.
En segundo lugar, los mensajes constatan también una forma de liderar el partido y de liderar el país intolerante con la discrepancia, como se aprecia en la implacable laminación de los barones críticos que encargó a Ábalos, e incluso en el desprecio con el que se refirió a la ministra Margarita Robles.
La información que se aporta hoy, directamente vinculada con Air Europa, es relevante en un tercer sentido. Hasta ahora sabíamos que el asesor económico del presidente, Manuel de la Rocha, participó de forma insólita, en nombre de La Moncloa, en las reuniones clave en las que el Gobierno diseñó el millonario y rápido rescate de la aerolínea. Hasta ahora sabíamos que, según un mensaje de Víctor de Aldama recogido por la UCO, el responsable de la compañía, Javier Hidalgo, llamó desesperado a la mujer del presidente, Begoña Gómez, para que le ayudara. Ahora sabemos que cinco días después, Sánchez se implicó personalmente en el debate sobre el rescate, pidiéndole a Ábalos «dar una vuelta» a la operación. El presidente tiene muchas preguntas por responder.