Era tan necesario para España que Sánchez dejara el Gobierno que nos creímos a Narciso Michavila y a los demás
NotMid 03/09/2023
OPINIÓN
FEDERICO JIMÉNEZ LOSANTOS
Pocas veces se ha producido en la política española un cúmulo de equivocaciones tan abultado y grosero como en las últimas elecciones generales. No es la primera vez que las encuestas inducen a error. Pasó en 1993, cuando todos predecían la victoria de Aznar y volvió a ganar Felipe, pero es difícil saber si la gente ocultó su voto, porque la corrupción y el GAL parecían imponer un voto de castigo al PSOE, y a los votantes de Felipe no les dio la gana castigarlo. Y tal vez engañó también el clima general de final de época. Tras su tercera legislatura, hasta Felipe quiso dejar de ser candidato, porque políticamente no daba más de sí. Pero, como a Prisa sí le daba, Polanco, Cebrián y el dóberman le llevaron a repetir.
Entonces también había en la izquierda decente, ex socialista y ex comunista, la sensación de que lo mejor era que el felipismo acabara de una vez, porque, como solía decir Pablo Castellano, «el paso del felipismo a la democracia se está poniendo bastante complicado». Y es que, en 1993, un régimen de hecho, el PRISOE, se imponía sobre el régimen de derecho. Escribí entonces un libro –La dictadura silenciosa (Ed. Temas de Hoy- cuyo subtítulo era Mecanismos totalitarios en nuestra democracia. No había publicado desde La dictadura silenciosa, en Barcelona, en 1979. Y para mi orgullo y mi desgracia, ninguno de los dos ha perdido actualidad.
Lo bueno de vivir en democracia es que no hace falta recurrir a la guerra civil para cambiar de Gobierno. Lo malo es que las mayorías te imponen gobiernos que consideras abominables, para ti y para todos. Y, aunque te desgañites queriendo convencer a la gente que hay que cambiar, no cambia. O no lo suficiente. En este caso, era tan necesario para España que Sánchez dejara el Gobierno y no formara otro Frankenstein con todos los enemigos de España, que nos creímos a Narciso Michavila y a los demás. Error compartido e inducido, a partes iguales, cuyos perjudicados fueron, precisamente, los más favorecidos por las encuestas, o sea, Feijóo y el PP.
Pero una cosa es errar el cálculo, en este caso, los escaños del PP y Vox, que se quedaron a sólo cuatro de la mayoría absoluta, cuando tenían ocho en la mano con solo desistir uno u otro en otros tantos distritos; y otra, equivocarse con respecto a lo bueno o malo de una opción política. En eso, lamentablemente, no me he equivocado en absoluto. Y me niego a que una horda de separatistas, comunistas, racistas y xenófobos no sea mala. Y que no demuestre, con toda probabilidad, que las urnas también yerran. Herradas a fuer de erradas, cabría decir. Ha sido una coz al sentido común.
En Lo que queda de España planteé el problema que la inmersión lingüística en Cataluña, cuando aún no se decía así, supondría para España como Estado y para la igualdad de los españoles ante la ley. Cuarenta años después, a los hechos me remito. Y también denunciaba la traición de la izquierda, socialista y comunista, a la idea nacional. Ahí está. No es posible un Estado de derecho que se quiere torcido, con ciudadanos a los que se priva de unos derechos que se consideran sagrados para otros. Y eso es lo que pasa, desde que Pujol llegó al poder, en Cataluña y España. La raíz de la disolución del Estado es la discriminación lingüística. Lo era en 1979, lo era en 1993 y lo es en 2023. Con una triste diferencia: los separatistas, incluidos socialistas y comunistas, quieren imponer en las Cortes la pluralidad de lenguas que persiguen sañudamente en las aulas.
En otros libros, como El linchamiento y Los años perdidos de Rajoy, trato la manipulación informativa sobre el 11-M; y en La vuelta del comunismo, la ideología de género, que es otra vuelta de tuerca a la desigualdad ante la ley, al derecho a la presunción de inocencia y a la simple realidad. Cuando veo a los medios chapotear en el caso Rubiales, modelo de manipulación comunista calcado de La Manada, podría decir que me equivoqué al tratar de convencer a los demás de lo evidente. No lo haré, porque creo que no se debe renunciar nunca a defender lo que uno cree justo. Media España se ha equivocado mucho más que yo. Lo peor es que se equivocan por mí.