Nos hemos convertido en siervos de la gleba de un señor que nos desprecia
NotMid 20/08/2025
OPINIÓN
JOSU DE MIGUEL
Ya no hay que fingir más. Lo que Raymond Aron llamó República imperial es cada vez más imperio y menos república. La pérdida de densidad institucional de la democracia estadounidense es un hecho, por más que Trump haya sido elegido en unas elecciones. El caso es que los europeos, que tuvimos como faro moral a Estados Unidos tras la II Guerra Mundial, tenemos que empezar a interpretar y continuar la historia a partir de lo que los franceses llaman longue durée. Hace muchas administraciones que se estaba cociendo la presidencia de Trump, como lo demuestra el abandono -desde hace décadas- del sistema internacional que los propios norteamericanos impulsaron en áreas como el comercio o la seguridad colectiva.
La Unión Europea ha consentido una subordinación suicida con respecto a aranceles impuestos al margen de las reglas de la OMC. Datos: en 2024 Estados Unidos fue el segundo país del mundo donde más creció la deuda pública. Solo Israel, economía en guerra, lo supera. Hoy en día, casi dos tercios de toda la deuda pública mundial está constituida por deuda estadounidense: 37 billones de dólares de un total de 59 billones según datos de la OCDE. ¿Y saben qué? Que, desde enero, cuando Trump puso en marcha el plan de transformar los aranceles en un impuesto imperial, los países que han aceptado el envite han comprado 400.000 millones de dólares adicionales de deuda. A la cabeza de compra de deuda pública están Japón, Canadá y, sobre todo, Europa.
A este plan, tan crudo como evidente, solo le falta una pieza más: cargarse, como en una autocracia cualquiera, al presidente de la Reserva Federal, Jerome Powell, para bajar los tipos de interés y debilitar el dólar. Una caída adicional del dólar del 10 %, una hipótesis plausible, haría caer en 200.000 millones de euros el valor de las inversiones europeas en deuda estadounidense. El paisaje para los tenedores de deuda -China ha ido reduciendo su exposición- es francamente preocupante. Y, aceptar, como se ha hecho, la narrativa y las medidas que implican que es el resto del mundo quien debe apretarse el cinturón para que Estados Unidos pueda seguir viviendo su sueño extractivo, es reconocer que nos hemos convertido en siervos de la gleba de un señor que nos desprecia.