Si en algún momento de aquellos días ridículos los rusos se instalaron en Cataluña fue para aprender
NotMid 22/03/2022
OPINIÓN
ARCADI ESPADA
El mayor éxito de las célebres redes de desinformación rusas fue convencer al mundo de que esas redes eran temibles. Aunque el hecho tiene menos que ver con la pericia de los desinformadores que con la idiotez congénita del mundo. Ahora que debe de haber tres o cuatro países que no escupen sobre Putin es el momento de preguntarse por esas temibles fábricas de consenso antioccidental en red. Los rusos, hay que reconocerlo, han vestido de popelín a Juan Manuel de Prada, han repartido sus buenas dosis de avoxeína y le han comprado un seiscientos a Ana Iris Simón. Meras expansiones del alma rusa. Sostener que la estupidez del mal actúa aquí subterráneamente es un ejercicio de optimismo pueril. Basta recordar cómo se desarrolló el Proceso catalán, retransmitido y alentado 24/7 por TV3 y el Conde de Godó.
Si en algún momento de aquellos días ridículos los rusos se instalaron en Cataluña fue para aprender. Ahora bien: si a cambio de ilustrarse sobre el manejo de la propaganda, los rusos hubiesen impartido lecciones sobre lo que realmente dominan -la conducción de carros de combate a través de las llanuras centroeuropeas-, qué duda cabe que habría que investigar esos seminarios. Puigdemont cuenta en sus memorias de exilio que en Dinamarca una profesora le preguntó públicamente por la satisfacción de Putin con el Proceso y que él contestó: «Por favor, más seriedad». Pero váyase a ver lo que lleva debajo del flequillo.
Josep Alay, el hombre que se habría ocupado de la parte rusa de la insurrección, es su jefe de gabinete. Y está imputado en un fleco del Procés. Se le acusa de haber pagado con fondos públicos un viaje a Nueva Caledonia, ¡donde había referéndum!, aunque siempre sostuvo que los gastos corrieron a cuenta del Frente de Liberación Canaco. Y peor pinta tienen los 11 euros de un peaje que cargó al erario público para ir a Lledoners. Las acusaciones prorrusas a Alay tienen un nítido y serio encaje en el 592 del Código Penal: «Serán castigados con la pena de prisión de cuatro a ocho años los que, con el fin de perjudicar la autoridad del Estado o comprometer la dignidad o los intereses vitales de España, mantuvieran inteligencia o relación de cualquier género con Gobiernos extranjeros, Organismos o Asociaciones internacionales o extranjeras.» Pero puede estar tranquilo el tibetano. Léase otra vez el artículo. Medítese la evidencia de que nadie, nunca, jamás, en toda la historia jurídica del Proceso, haya sido condenado por él. Cuando hasta los conserjes del Diplocat habrían ido a la cárcel de aplicárseles. Hombre, hombre, nuestros fiscales. ¡Bots rusos! Como si no bastara con nuestros botarates.
ElMundo