No se entiende el PSOE actual sin Ábalos: si algo dejan claro los mensajes es su lealtad fundacional. Y lo mucho que el presidente valoraba su amistad
NotMid 11/05/2025
EDITORIAL
La trayectoria de Pedro Sánchez ha estado marcada por su obsesión por el control absoluto del partido desde que en 2017 encontró en el resentimiento la fórmula emocional para conectar con las bases. EL MUNDO publica desde hoy una valiosa historia política que explica muchas claves de actualidad y es el resultado de una investigación de Juanma Lamet y Esteban Urreiztieta, que han tenido acceso a mensajes que se enviaron el presidente del Gobierno y su hombre de máxima confianza, José Luis Ábalos, durante la etapa en la que ambos eran uña y carne.
El intercambio revela la estrechísima amistad entre los dos y retrata la manera de entender y ejercer el poder de Sánchez, su desprecio a la discrepancia y su ambición de domeñar el PSOE para transformar una organización con larga tradición de debate interno en una maquinaria subordinada al culto personal del líder. “Hay que seguir marcándoles: deben ser conscientes de que son una minoría y de que son unos hipócritas”, dice el presidente a su mano derecha, con frialdad implacable, de los dirigentes que criticaban el pacto de Presupuestos con Bildu.
Para Sánchez, sojuzgar el partido, con todas sus adherencias, no ha sido tanto una consecuencia de su poder como la condición para conservarlo. Mantenerse en Moncloa con apoyos parlamentarios frágiles y decisiones impopulares exigía una organización acomodaticia, sin disidencias ni alternativas internas. Así es como el PSOE ha dejado de ser un proyecto vertebrador de grandes mayorías, garante de la igualdad entre los españoles, para encabezar un frente de populismo progresista que es el vehículo de una plurinacionalidad oportunista e instrumental, modulada según las exigencias de sus socios y la exclusiva conveniencia del presidente.
El psicodrama de hace un año tras la imputación de su esposa, alzando nuevamente la bandera de las bases, terminó en el sometimiento del PSOE y la imposición de cuatro ministros en liderazgos territoriales vicarios, encargados de garantizar en las federaciones más sensibles la asunción dócil de esa idea de España confederal e insolidaria tomada del PSC: el resultado lo hemos visto en las encuestas de Sigma Dos para EL MUNDO y es la desaparición de cualquier opción de que el PSOE pueda gobernar en Andalucía, Madrid o Aragón. Todo a Cataluña.
Ese cesarismo postmoderno es la antesala de un modelo autorreferencial de poder. Esa concentración no es un simple rasgo personal: es una propuesta política. Es la imagen de un Estado gobernado desde la excepcionalidad y un espejo del modelo de país que impulsa Sánchez: centralizado en el poder ejecutivo, con nula tolerancia a la crítica institucional y los contrapoderes, opaco en la toma de decisiones estratégicas y altamente dependiente de una narrativa personalista.
El Parlamento ha sido degradado a teatro del relato: el paroxismo lo alcanzó este miércoles, cuando silenció el debate del rearme, el más profundo compromiso que ha adquirido España para las generaciones futuras, y al mismo tiempo eludió cualquier rendición de cuentas por el bochornoso apagón, acudiendo a la estrategia de resistencia de la victimización populista, que deslegitima cualquier crítica oponiendo al pueblo virtuoso -las bases sociales de la izquierda- contra la élite -los «ultrarricos» de las nucleares-.
Ninguna decisión se adopta hacia el interés general sino dirigiéndose exclusivamente a su espacio fanatizado o cautivo, la propia España ya no se define desde la centralidad sino desde el extremo, y la tensión institucional ha dado paso a la arbitrariedad del poder: estaba escrito que el precedente de la amnistía abriría la puerta al intervencionismo más crudo y someter una OPA entre dos bancos privados a un tribunal popular en una democracia del euro anticipa un futuro caribeño.
Ni uno solo de los pasos que dio Sánchez en la política desde su defenestración en el Comité Federal de 2016 hasta julio de 2021 puede explicarse sin la figura de José Luis Ábalos. No se entiende el PSOE actual sin Ábalos:si algo dejan claro los mensajes es que la suya no era una lealtad táctica sino filosófica, fundacional. Y que el presidente valoraba extraordinariamente su criterio político y también su amistad. Por eso lo situó al mismo tiempo como ministro a cargo de la obra pública y secretario de Organización: para que fuese la extensión misma de su propio poder, para que su ascendiente se aplicase sin filtros sobre todos los cargos del PSOE. Y por eso el escándalo que amenaza con enviar a la cárcel a su hombre fuerte es en realidad para Sánchez el más delicado de todos.
Esa notoria cercanía con el presidente que muestran los whatsapp es indudablemente la fuente de la conciencia de impunidad con la que se condujo el superministro y de su influencia sobre el resto del Gobierno y presidentes autonómicos del partido. También del atractivo para la trama que pagaba sus debilidades con el mismo vórtice de la compañía que patrocinaba los cursos de la primera dama. Esa intensísima confianza recíproca hace inverosímil que el presidente destituyera a Ábalos inopinadamente, sin una explicación ni un reconocimiento, si no es que tuvo noticia de hechos graves que pudieran perjudicarle. Como tampoco es creíble que lo recuperase después para las listas sin otro motivo que lo mucho que echaba de menos trabajar con él. Aquí como en todo, Sánchez actúa como si no tuviera pasado, como si cada crisis pudiera gestionarse desde el olvido planificado. Pero esta no: el partido no debería dar por descontados los silencios de Koldo y Ábalos.