El candidato ultra liberal ha ganado las primarias en casi todas las áreas urbanas más pobres del país
NotMid 17/08/2023
IberoAmérica
El peso se derrite, la inflación no encuentra límites y muchos comercios prefieren no vender, porque temen estar haciéndolo a pérdida: la crisis económica y social de Argentina es imparable, y cuanto más volumen gana esa crisis, más clara se torna la posibilidad de que Javier Milei, ganador de las primarias el pasado domingo, sea el presidente a partir del 10 de diciembre.
“¿Y si Milei hace todo bien y el país se arregla?, dice Lucas, un adolescente de 16 años que acaba de votar por primera vez y lo hizo por el ultra liberal populista de cabellera ensortijada y verbo flamígero. “A todos los que vinieron a cambiar el mundo los trataban de locos”, le responde a su lado un amigo, que también votó por Milei.
La conversación transcurre en San Isidro, uno de los distritos más ricos de la periferia de Buenos Aires, pero lo mismo podría escucharse a veinte calles de distancia en La Cava, un enorme barrio de chabolas: si algo distingue a Milei es la transversalidad de sus votantes. Atrae a los jóvenes de clases medias y altas en San Isidro, Palermo o Recoleta, pero al mismo nivel a los pobres de La Matanza, Lomas de Zamora o Moreno, en la periferia de la capital argentina.
El fenómeno, de hecho, va incluso más allá: Milei ganó en casi todas las áreas urbanas más pobres del país. Obtuvo el 30 por ciento a nivel nacional, pero hubo zonas pobres en las que sumó el 40 por ciento o más. Y en un país con 42 por ciento de pobreza, el voto de los pobres pesa mucho. El de los jóvenes, también: el kirchnerismo bajó en su momento de 18 a 16 años la edad a partir de la cual se puede votar. Si diez o 15 años atrás esos jóvenes les eran afines, hoy son cada vez más los que abrazan las ideas liberales.
“Esto es un terremoto en la política argentina. Es un cambio del voto peronista a Milei, es decir, se perdió la escala de derecha e izquierda. No es un cambio vinculado a cuestiones ideológicas”, dijo a Infobae el analista Sergio Berensztein.
Milei cabalga una ola sólida. Podría decir hoy que cambia los colores de la bandera argentina y a sus votantes les parecería perfecto. Sus preocupaciones van por otro lado. Con los precios descontrolados, ir al almacén o el supermercado es una película de terror: es imposible prever nada, es imposible saber qué se puede comprar. En las últimas cuatro semanas, el peso se devaluó un 60 por ciento, en los últimos tres días, un 30 por ciento. Se estima que la inflación de 2023 podría alcanzar el 200 por ciento.
La Argentina que se perfila para 2024 tiene poco que ver con la que propuso Raúl Alfonsín hace 40 años, en el regreso de la democracia, y mucho menos aún con la hegemonía ideológica del kirchnerismo en los últimos 20, donde el liberalismo, la autonomía, el esfuerzo y el éxito individual fueron conceptos cancelables. Hoy están de moda.
Y a diferencia de lo que sucedió con Donald Trump y Jair Bolsonaro, el éxito de Milei no es un asunto de desinformación, de fake news y manipulación en redes sociales. No, su fuerza electoral y creciente popularidad descansan sobre el histórico y profundo hartazgo de los argentinos ante un país que vive en crisis desde que nacieron ellos, sus padres y sus abuelos.
Hay, por supuesto, una cantidad muy importante de argentinos espantados ante las promesas y planes de Milei, ante la posibilidad de que efectivamente tome el control de la Casa Rosada. El problema de esos argentinos es que, de cara las elecciones del 22 de octubre, hay dos opciones claras: o Patricia Bullrich, que ganó la interna en la hasta ahora principal oposición, Juntos por el Cambio (Jx), o Sergio Massa, el ministro de Economía peronista que asumió hace un año y más que duplicó la inflación.
¿Y si Milei gana en primera vuelta? Es una posibilidad real que ven muchos, porque ese 30 por ciento que logró es sólido, difícilmente alguno de sus votantes cambie de idea. Y tras las primarias, en las generales siempre se suma una cifra de entre un siete y diez por ciento más de votantes. En el pasado favorecían a JxC, pero hoy se cree que entre ellos hay predominantemente abstencionistas desencantados que, si finalmente hacen el esfuerzo de votar, lo harán por Milei, la figura que mejor representa su enojo.
Las opciones de Bullrich son diabólicas. Debe retener a los votantes de corte socialdemócrata que forman parte de la coalición, pero a la vez subirse a la ola de liberalismo y pescar en ese caladero. Debe acercarse a ciertos postulados de Milei, pero no parecer que lo copie. El ultraliberal lo sabe, y ya dejó una frase hiriente: Bullrich es “una marca falsa y cinco veces inferior en calidad”.
Y mientras el grupo político que gobernó entre 2015 y 2019 busca un camino que lo devuelva a la Casa Rosada, Milei se mueve como si ya estuviera en ella.
“Mis aliados son Estados Unidos e Israel. Voy a mudar la embajada de Tel Aviv a Jerusalén”, prometió durante un desfile incesante por diferentes programas de televisión en el que mostró el profundo recorte que quiere hacer en la administración pública: sólo habrá ocho Ministerios.
¿Qué hará con el Conicet (Consejo Nacional de Investigación Científica y Técnica)?, le preguntaron. “Lo privatizo. Ganarás el pan con el sudor de tu frente“, respondió el economista para espanto de la comunidad científica, en buena parte afín al kirchnerismo. Pero Milei ataca en todas las direcciones: enseguida se las tomó con el Fondo Monetario Internacional (FMI).
“¿Qué es lo que hace el FMI? Es una institución nefasta que lo que hace es proteger a los políticos irresponsables. Les permite que licúen el ajuste en el tiempo, un ajuste que termina pagando la gente y no la política. El FMI no representa un problema, ¡nosotros queremos hacer un ajuste mucho más severo que el que pide el Fondo!”.
Muchos le han advertido ya que la profundidad y el tono drástico de sus medidas pueden desembocar en una convulsión social. A Milei no le importa: “Me tienen que sacar muerto de la Rosada. Y no me van a sacar”.
Agencias