Con pasado francés y español, la ciudad más poblada del estado sureño de Louisiana, multicultural, musical y gourmet, también es la que, de verdad, nunca duerme.
NotMid 03/06/2025
Estilo de Vida
Nueva Orleáns es un tranvía llamado deseo, la obra maestra de Tennessee Williams ambientada en la ciudad. Y las aspas de un barco de vapor agitándose con tesón sobre el Misisipi. Y el eco festivo del carnaval, con su día grande, el mítico Mardi Gras (que cuenta con su propio museo), resonando todo el año. También un humeante plato de gumbo, esa sopa de arroz propia de la cocina cajún (la típica de estos lares) especiada con tomate, ajo, pimiento y ocra, el vegetal alargado que vino de África. Igual que aquellos esclavos que cada tarde de domingo se reunían en Congo Square para consolarse bailando y mantener vivas sus tradiciones.
La urbe más poblada de Louisiana (350.00 almas), extendida al sur de Estados Unidos frente al golfo de México, también es un balcón de hierro forjado salpicado de flores en el Barrio Francés. Y una banda callejera marchando con su saxo, su clarinete y su trombón a cuestas a cualquier hora del día (y de la noche) y por cualquier motivo: un cumpleaños, una boda, un funeral. O porque sí. Porque ésta es la cuna del jazz y aquí la música lo es todo.

Así es Nola (combinación de las siglas de Nueva Orleáns y Louisiana), como se la conoce en la jerga urbana. Tiene más apelativos: The Crescent City (la ciudad creciente por las maneras que se gasta el Misisipi) o The Big Easy (la gran fácil), referente al estilo de vida relajado de sus habitantes (artistas y músicos muchos de ellos) en oposición al estrés de poblaciones inmensas como Nueva York y su Big Apple (Gran Manzana).
“Es un lugar abierto, tolerante, artístico, bohemio, con una enorme diversidad racial, cultural y gourmet, manejable, con un clima cálido, se puede recorrer a pie… Todo, unido a su rico pasado, lo convierten en un sitio especial distinto al resto de Estados Unidos”, señala Graziella de Ayerdi, guía de la empresa turística Soul of Nola y cicerone ideal para descubrir el French Quarter, Vieux Carré o Barrio Francés, donde se fundó esta joya sureña en 1718 de la mano del conquistador de origen galo Jean-Baptiste Le Moyne de Bienville, quien le puso el nombre en honor al duque de Orleáns, mientras que el del estado al completo, Louisiana, se debe al rey Luis XIV.

Declarado Hito Histórico Nacional, este distrito y sus 48 manzanas no sufrieron demasiado los embistes del huracán Katrina (2005), uno de los más devastadores sufridos en el país, por lo que siguen en pie la mayoría de los edificios de la época de la colonia, cuando estuvo bajo dominio de los franceses y los españoles.
No en vano, los primeros se la cedieron a los segundos 41 años después en compensación por su apoyo contra Inglaterra. Otras cuatro décadas permaneció en manos ibéricas (era la capital de la provincia de Louisiana) hasta que en 1803 se hizo con ella Napoleón, quien se la vendió a EEUU.

De aquella era se mantiene sobre todo la arquitectura del periodo español, ya que “los gobernadores decidieron sustituir la madera por adobe y ladrillo como materiales de construcción tras varios incendios”, comenta De Ayerdi delante de tesoros como el Cabildo, el Presbiterio y la catedral de San Luis de Jackson Square, antigua Plaza de Armas. Incluso se puede leer el anterior nombre de las calles en las placas colocadas en las esquinas: Borbón, Real, de la Aduana, Santa Ana… La decoración de las fachadas también recuerda esos años, con balcones de herrería, arcos de medio punto, patios, fuentes y torretas asomando en cada rincón. De nuestro vecino son los tejados con mansarda, cuya parte inferior es más empinada que la superior.
Muchos de estos inmuebles son ahora hoteles, galerías de arte, anticuarios y tiendas de diseño, además de cafés y restaurantes en los que degustar una exquisita cocina fusión con influencias no sólo españolas y francesas, sino también sicilianas (ojo al sándwich Muffuletta, con carne, queso y pepinillos), caribeñas, africanas, irlandesas, alemanas… El estilo cajún marca la pauta, procedente de los emigrantes de origen galo de la Acadia canadiense expulsados por la Corona británica en el siglo XVIII. Trajeron consigo platos rústicos bien condimentados y cargados de vegetales aromáticos, marisco, carne ahumada…

Léase el citado gumbo, el jambalaya (una suerte de paella con pollo y salchicha ahumada), el cangrejo de río estofado, las ostras fritas, el po’boy (bocadillo de carne asada o camarones), las albóndigas de boudin, mezcla de cerdo, arroz y especias, o el pudin de pan como postre. Sin olvidar los sabrosos filetes de caimán. En el terreno dulce hay que probar los beignets, unos buñuelos que se comen en el desayuno o la merienda. Eso sí, pese a su considerable tamaño, se suelen pedir de tres en tres.
El museo del jazz
Ya es hora de hablar de jazz y del maestro Louis Armstrong, cuya voz quebrada tantas veces invocó a su lugar de origen. Aquí nació, fue detenido por la policía a los nueve años por primera vez, aprendió a tocar la corneta (y luego la trompeta) en un reformatorio para niños negros, trabajó como repartidor de leche y estibador de barcos habaneros y… triunfó. Como nunca imaginó. Hasta el punto de que el aeropuerto local lleva su nombre.

Su vida se cuenta en el Museo del Jazz de la ciudad, “que siempre le acompañó, aunque estuviera lejos. Así surgieron canciones como Do you know what it means to miss New Orleans?, todo un himno, y muchísimas más”, relata Taysla Mejía, directora de Relaciones Internacionales del centro, ubicado en la antigua Casa de la Moneda de la Explanada, una de las principales avenidas, tras cambiar varias veces de sede desde su creación en 1961 por unos entusiastas coleccionistas que querían reivindicar el papel del género.
En él no sólo se recorre su historia desde los inicios, sino que se exhiben 25.000 objetos relacionados —de aquella corneta con la que se estrenó Armstrong al primer álbum de jazz del mundo, Livery Stable Blues, grabado en 1917—, siendo la muestra más completa del planeta. El museo también acoge unos 365 conciertos al año, además de programas educativos multigeneracionales y exposiciones temporales.

La bienvenida la da un enorme mural de aquella plaza del Congo en la que se reunían los esclavos desde el siglo XVII para cantar, bailar y, por un rato, soñar. No en vano, fue el germen que sentó las bases africanas del jazz, que después se fusionarían con ritmos europeos y caribeños, con el swing, el blues, el ragtime… Y Nueva Orleáns, donde todo cuajó, es elmejor lugar del mundo para disfrutarlo. Lugares de culto sobran.
Empezando por el Preservation Hall de St. Peter Street, en el Barrio Francés, donde se celebran conciertos acústicos de carácter íntimo (caben unas 100 personas, 60 sentadas y 40 de pie) que se repiten 360 días al año. La cola que se forma en la puerta (las entradas no están numeradas) cada tarde anticipa lo que ocurre allí dentro, un homenaje al jazz tradicional firmado alternativamente por un colectivo de 100 artistas.

Luego estaría The Jazz Playhouse, situado en el vestíbulo del hotel Royal Sonesta y, para muchos, el mejor club de la ciudad. En su escenario se alternan las mejores bandas de jazz, claro, pero también de funk, rock, burlesque o hip hop mientras se degustan cócteles de autor y bocados con sello cajún.
La noche más larga
La lista de templos de música en vivo sigue con Toulouse Theatre, Bourbon O Bar, House of Blues, Davenport Lounge, Blue Nile, Hangover Bar, Saenger, The Fillmore, Bamboula’s… O Lafitte’s Blacksmith Shop, el local más antiguo de EEUU usado como bar. Imposible citar todos. Por algo estamos en la ciudad que, de verdad, nunca duerme. Gran parte se encuentra en Bourbon Street (Borbón durante la colonia), la calle de marcha por antonomasia. Tal es el caso que por las noches se cierra al tráfico para que las bandas puedan tocar en la calle y los juerguistas, deambular a sus anchas.

Otra opción noctámbula es apuntarse a una ruta a la caza de historias de fantasmas, brujas y dráculas, que por algo se localizó aquí la novela de Anne Rice y posterior película Entrevista con el vampiro. De día, la vena esotérica sigue en el Museo del Vudú o en la casa de su máxima representante, “la reina bruja” Marie Laveau (St. Anne Street), hija de un mulato y una esclava liberada y quien llegó a ser la mujer más influyente (y temida) de la ciudad en el siglo XIX.
No en vano, la mayoría de sus familiares desapareció en extrañas circunstancias, al igual que muchas de las personas con las que practicó rituales, “acompañada siempre de su mascota, una serpiente llamada Zombie”, explica Nuawlons Nate Scott, experto del Museo Histórico del Vudú en el arte del gris-gris (tipo de talismán), el wanga (mal de ojo), el dios supremo Bondye o el Barón Somedi, el guardián de los cementerios. Por cierto, el actor Nicolas Cage, fan absoluto de Nueva Orleáns, ya ha comprado una tumba en el de St. Louis, diseñado a imagen de los clásicos de París, para descansar eternamente.

GUÍA PRÁCTICA
CÓMO LLEGAR
American Airlines vuela a Nueva Orleáns desde España con escala previa en otra ciudad estadounidense.
DÓNDE DORMIR
Cambria New Orleans Downtown (cambrianeworleans.com ). Acogedor hotel de aire vanguardista muy bien ubicado en el Warehouse District, en pleno centro.
DÓNDE COMER
La oferta abarca clásicos (Café Beignet, Ruby Slipper Cafe o Tujague’s), alternativos (en el esotérico Vampire Apothecary de St. Peter Street leen el tarot, hacen trucos de magia, organizan tertulias diabólicas…) y con música en vivo (Court of two sisters o Jazz Play House, uno de los mejores clubs de la ciudad).
MÁS INFORMACIÓN
En las webs de turismo de Explore Louisiana (explorelouisiana.com) y New Orleans & Company (neworleans.com)
Agencias