El riesgo es que el ataque refuerce a los halcones que ven en la bomba nuclear el único arma de disuasión frente a Israel
NotMid 14/06/2025
EDITORIAL
Israel amplió ayer su ofensiva para reconfigurar el statu quo en Oriente Próximo tras el brutal atentado del 7-J apuntando contra su mayor enemigo regional: Irán, al que asestó un devastador ataque que golpeó el epicentro de su programa nuclear y decapitó a su cúpula militar. El bombardeo dañó la planta atómica de Natanz, símbolo de la ambición atómica del régimen, y acabó con la vida de algunas de las principales figuras de su alto mando militar: el general Mohammad Bagheri, jefe del Estado Mayor; el comandante en jefe de la Guardia Revolucionaria Iraní, Hossein Salami; y el subcomandante de las Fuerzas Armadas, Gholamali Rashid.
El primer ministró israelí, Benjamin Netanyahu, lanzaba así un órdago destinado a refundar los equilibrios de poder en la región aprovechando la debilidad tanto de Teherán como del eje de resistencia a través del que opera por medio de satélites regionales: Hizbulá en Líbano, los hutíes en Yemen o Hamas en Gaza. Milicias que han perdido su capacidad operativa tras los fuertes reveses militares que Tel Aviv les ha asestado en represalia por los atentados que mataron a 1.200 israelíes.
El riesgo ahora no se limita a una peligrosa escalada militar entre ambos países, después de que el Líder Supremo iraní, el ayatolá Alí Jamenei, prometiera «un duro castigo» a Israel (que ayer, sin embargo, se limitó al lanzamiento de un centenar de drones hacia territorio israelí que no provocaron grandes daños). El verdadero peligro es que el ataque tenga el efecto contrario del que oficialmente persigue Netanyahu, que es acabar con el programa nuclear iraní. Y que en vez de disuadir a la teocracia de fabricar la bomba atómica, convierta su obtención acelerada en la única garantía de supervivencia y disuasión para un régimen aislado internacionalmente y cada vez más contestado en el interior por una población asfixiada económica y políticamente.
La ofensiva israelí puede acabar dando alas a los halcones que rechazan la negociación con Donald Trump para un nuevo pacto nuclear, que este fin de semana encaraba su sexta ronda de diálogo y ahora parece abocada al fracaso. El propio Trump se ha desmarcado de un ataque «unilateral» por parte de Netanyahu del que sin embargo fue informado. De hecho, ha mantenido al respecto una postura ambigua, calculando quizá que el ataque israelí puede servir para doblegar a Irán y obligarle no ya a rebajar su nivel de enriquecimiento de uranio –que la ONU ha denunciado como una violación de su compromiso de no proliferación- sino a aceptar un desmantelamiento completo de su plan nuclear.
La sintonía con Trump de los países árabes, que mantienen un silencio atronador sobre la crisis en Gaza, también juega a favor de Netanyahu. La confianza del premier israelí en la permisividad de EEUU o Arabia Saudí le ha llevado a lanzar un ataque de consecuencias impredecibles. En un escenario de tan alta volatilidad es hora de multiplicar los esfuerzos diplomáticos para reconducir a Irán a la mesa de negociación y evitar una guerra abierta que arrastraría a la región y al mundo entero.