Sus ‘tuits’ secundan a referentes de Junts que optan hoy por dejar caer al PSOE y movilizar a las bases contra PP-Vox
NotMid 06/08/2023
OPINIÓN
IÑAKI ELLAKURÍA
Junto a la pena de prisión, el olvido y la insignificancia son la condena que más teme Carles Puigdemont. Empeñado en que sus años de exilio belga sean reconocidos como un sacrificio por la nación catalana. En esta lucha por su supervivencia personal y política, los resultados del 23-J, con la suerte de Pedro Sánchez en sus manos -más tras cambiar un escaño en Madrid que le obligaría a ganarse el sí de Coalición Canaria o el sí directamente del prófugo para ser investido-, Puigdemont se ha visto rehabilitado como actor central del tablero español. Con el palacete de Waterloo convertido en santuario de obligada visita para los emisarios del Moncloa, ese lustre recobrado por el ex president, hasta hace dos días, el enemigo público número uno de España, lo va a intentar alargar todo lo que pueda, copando titulares de prensa, eclipsando a ERC y jugando deliberadamente con la ansiedad del PSOE.
Esta misma semana, ante los primeros coqueteos negociadores, vía financiación autonómica, se apartó, para reafirmar su boicot al pactismo. Fue Pere Aragonès quien reaccionó ahí, mientras Puigdemont se multiplicaba en lo identitario. Ante una sentencia del TSJC que reconoce a una familia de Gerona el derecho a que su hijo reciba el 25% de la educación en español, saltó acusando a sus adversarios de «supremacismo lingüístico» y amenazando al PSOE:«Y todavía piden que les sigan extendiendo cheques en blanco porque ‘hay que detener a la derecha’». Cuando Yolanda Díaz se aventuró a proponer una reforma del Reglamento del Congreso para que se pueda hablar en catalán, gallego y vasco, el fugado se lanzó contra el PSOE, «maestros del filibusterismo parlamentario», dijo, aferrado a su proyecto de choque:«El proceso de reforma suele ser una estrategia para hacer perder el tiempo simulando que intentas arreglar un problema que en realidad a ti te importa un bledo». Pese a las invitaciones de Otegi a ser «responsables», y de Aizpurua, la portavoz abertzale en Madrid, a «moldear y modular» la doble exigencia de autodeterminación y amnistía, Junts se da tiempo.
Con Sánchez en Marruecos y a la espera de la negociación por la Mesa del Congreso, las primeras presiones señalan a Puigdemont como posible culpable de la entrada de la ultraderecha en el Gobierno, combinadas con apelaciones a sectores «pragmáticos» de Junts, debilitados después de que Xavier Trias no alcanzara la alcaldía de Barcelona, para que impongan el seny. La respuesta de prófugo es advertir de que «los chantajes» no funcionan con él y comparando a Sánchez con esa «vaca cega» del poema de Joan Maragall que se mueve con dificultad tras perder la visión por la pedrada de un niño.
¿Va de farol Puigdemont? En Cataluña son muchas las especulaciones y más las dudas sobre la decisión final del ex presidente. Una decisión casi personal, porque Junts, como el actual PSOE, son partidos hechos a la medida de un hombre, y que dependerá de lo que el fugado crea que favorece más a sus dos obsesiones: encontrar la manera de regresar a España sin tener que entrar en prisión y, sobre todo, eludiendo la inhabilitación para poder presentarse a las elecciones catalanas. E imponerse en la guerra con ERC por ser el nuevo pal de paller (eje) del nacionalismo post procés. En cambio, el referéndum de autodeterminación y la amnistía, eje del relato independentista, Puigdemont sabe que no va estar en la mesa negociadora, por mucho que el 23-J haya demostrado que al presidente sus pactos con las fuerzas disolventes de la democracia del 78 no le penalizan en las urnas. De hecho, Puigdemont considera a Sánchez «un mentiroso» y recuerda en sus memorias Me Explico que en 2017, con el socialista en la oposición, se vieron dos veces para negociar una «solución para Cataluña» y Sánchez se abrió a promover una consulta si era presidente. La condición: «Debería votar toda España». Una opción a la que se cerró en banda al llegar a Moncloa.
En la esfera postconvergente, muy dividida hasta el 23-J, no son pocas las voces, entre ellas las de la familia Pujol,David Madí, Artur Mas y Jaume Giró, que abogan por pactar con el PSOE y volver a la vieja filosofía pujolista del peix al cove. Ser una herramienta útil para el nacionalismo en Madrid y aprovechar que enfrente hay un presidente débil y predispuesto a asumir buena parte de sus exigencias. A esta pretensión de recobrar protagonismo político y diluir la dialéctica frentista del procés se añade un elemento económico: Junts está tiesa tras perder en las municipales alcaldías importantes como Gerona y no recuperar Barcelona. Necesita, por tanto, urgentemente ingresos para el proyecto de reconstrucción del partido y el PSOE podría aliviar fácilmente esas tensiones de tesorería. Incluso el mal negocio que supone para ERC, a nivel de resultados, su alianza estratégica con Sánchez, perdiendo 400 mil votos en las generales -se fueron al PSC y la abstención-, es otro argumento para que Puigdemont mantenga a Sánchez.
No obstante, apuntalar al socialista tiene contrapartidas para Junts: supondría renunciar al discurso legitimista con el que, desde el 1-O, se presenta como único representante de la legitimidad popular de aquella votación y la posterior DUI, y sería una manera de admitir que «la república catalana» ha sido un gran engaño y acercarse al nuevo autonomismo de ERC.
Si en las primeras horas de euforia socialista tras el 23-J daban por hecho que Puigdemont, más tarde o más temprano, acabaría apoyando la investidura, los mensajes que está lanzando, más próximos al sentir de las bases de Junts -contrarias a cualquier acercamiento al PSOE, ya que, a diferencia de ERC, lo ven igual de enemigo que el PP-, refuerzan la otra vía por la que puede optar: el bloqueo.
De hecho, la posibilidad de acabar con la Presidencia de Sánchez -no olvidan que prometió perseguir a Puigdemont hasta meterlo en la cárcel-, y propiciar un gobierno PP-Vox, que movilice al independentismo con el espantajo del «fascismo», es la opción preferida en el entorno de Puigdemont y de dirigentes como Laura Borràs, Jordi Turull o el ex presidente de la Generalitat, Quim Torra. Consideran que con la debilidad del Gobierno de Aragonès, la caída de Sánchez provocaría un adelanto electoral en Cataluña y Junts podría presentarse ante el independentismo como el partido que, ajeno a pactos de salón, ofertas económicas y prebendas con Madrid, se mantiene fiel al 1-O. Puigdemont como el único independentista bueno.