Alejandro Baer Acaba de publicar ‘Antisemitismo. El eterno retorno de la cuestión judía’
NotMid 20/09/2025
Estilo de vida
Alejandro Baer catedrático de Sociología y director del Center for Holocaust and Genocide Studies de la Universidad de Minnesota (2012-2022), es actualmente investigador del CSIC. En su libro ‘Antisemitismo. El eterno retorno de la cuestión judía’ (Catarata) ofrece una introducción al antisemitismo en sus distintas formas históricas y las claves para identificar sus expresiones contemporáneas.
P – En el libro usted subraya que el antisemitismo tiene una profunda huella de la Ilustración.
Cuando se piensa en antisemitismo hay una tendencia a asociarlo con el nazismo, con su forma más extrema y radical: el exterminio de los judíos y las formas de exclusión basadas en teorías raciales. Pero si se traza esta historia, hay unas líneas de continuidad que en realidad se remontan al antijudaísmo cristiano y que no desaparecen en el período ilustrado, sino que se transforman y se secularizan. Dos años después de la revolución francesa, en 1791, el diputado francés Clermont Tonnerre dijo que a los judíos se les debía conceder todo como ciudadanos y negar todo como nación. La singularidad judía era un escollo en el nuevo Estado. Pero las personas son miembros de grupos culturales, étnicos y religiosos y no solamente individuos. Y en ese rechazo se reproducían además los prejuicios y estereotipos tradicionales. Como que los judíos sólo pueden ser leales al grupo propio, que son retrógrados y excluyentes, y que son incapaces de adaptarse o de integrarse en un orden universal. Eso tiene resonancias del antijudaísmo cristiano. Y ése es el debate ilustrado sobre la cuestión judía: negación de la diferencia y a la vez el reciclaje de antiguos prejuicios.
¿Qué eco tiene en nuestros días?
Lo tiene en el antisionismo y en que los judíos nuevamente se han convertido en una decepción, a no ser que renieguen de su vínculo identitario con Israel. Este vínculo -que puede ser familiar, biográfico, cultural o simplemente emocional- lo tiene la gran mayoría de la población judía mundial y abarca posturas políticas de todo tipo. En definitiva, hay una exigencia a desprenderse de un elemento clave de la identidad y plegarse a un orden definido por otros.
En redes se repite últimamente un discurso: que el judío bueno es el antisionista.
Sí, llama la atención especialmente en sociedades en que se valoran las diferencias culturales, étnicas, y las identidades múltiples. Es importante subrayar que el antisionismo no es la crítica a las acciones del gobierno de Israel. El antisionismo considera que ese Estado es ilegítimo, que nunca debió ser creado y que debe desaparece Sionista es en realidad cualquier persona que considera que ese Estado tiene derecho a existir. También son sionistas los israelíes que se manifiestan actualmente contra la guerra en Gaza y exigen una negociación para liberar a los rehenes.
¿Por qué cree que sucede esto?
La demonización del sionismo tiene ya medio siglo de historia y plantea fundamentalmente que Israel es un proyecto colonial. Los estudios poscoloniales o decoloniales en el ámbito académico han aportado un armazón teórico para el antisionismo. Pero hacen una verdadera acrobacia histórica para llegar a esa conclusión. Además, estas teorías se contradicen porque plantean que aquello que los pueblos dicen de sí mismos, sus historias de origen de pertenencia o de retorno deben ser respetadas y entendidas en sus propios términos. Todos los pueblos menos uno, claro, porque el vínculo histórico y presente entre los judíos y la tierra de Israel es borrado de un plumazo.
¿En qué se diferencia el antisemitismo del racismo?
A diferencia de otras formas de estereotipación o de rechazo hacia minorías, o de las formas de racismo y de xenofobia, la característica específica del antisemitismo es que no solamente atribuye diferencias, incompatibilidad, a veces inferioridad también, sino fundamentalmente maldad y poder. Hay todo un abanico de atributos negativos asociados que forman parte del imaginario antisemita, como son la avaricia, la arrogancia, el corporativismo, la lealtad solamente al grupo propio y la inclinación a la intriga y al complot.
‘Los Protocolos de los Sabios de Sion’ supuestamente desvelan un plan judío secreto para controlar el mundo y someter a los pueblos a su dominio.
Antisemitismo y teorías de la conspiración van de la mano. ‘Los Protocolos’ conforman la teoría de la conspiración antisemita más influyente de la historia contemporánea. Aunque surgen en el contexto de la Rusia zarista y estas ideas permean también el estalinismo, sus ecos llegan hasta el presente. Cuestiones tan dispares como la pandemia del covid, la guerra de Ucrania, la crisis migratoria en los países occidentales (la teoría del “Gran reemplazo”) y obviamente el “sionismo” -entre comillas, porque se construye como un ente fantasmal y maligno-, siguen remitiendo al complot de los sabios de Sion o reproducen su misma narrativa conspirativa. ‘Los Protocolos’ hunden sus raíces en las cábalas antijudías de la Europa medieval sobre asesinatos y profanaciones rituales, el envenenamiento de pozos, la propagación de enfermedades o las acusaciones de servir de quinta columna de los enemigos de los pueblos que acogían a los judíos. Luego el mito se seculariza, con la idea del control de la economía, las finanzas, o los medios de comunicación -los judíos como controladores de las conciencias-. Las teorías de la conspiración son muy atractivas, funcionan porque ofrecen una explicación simple y remiten a la causa última de todos los problemas.
¿El islamismo también adopta estas ideas?
Sí, el antisemitismo moderno de corte europeo es importado por el islam político a comienzos del siglo XX y sigue constituyendo un elemento básico de la ideología islamista o fundamentalista islámica en países musulmanes y en sus diásporas globales. Además del mito del control de la economía y los medios, los fundamentalistas reescriben la historia del islam para decir que los musulmanes han sufrido las maquinaciones aviesas de los judíos desde la propia creación del islam en el año 610.
¿Por qué este asunto fascina a la izquierda?
La extrema izquierda ha tendido a cerrar un ojo ante el oscurantismo religioso y el antisemitismo del islamismo cuando está de por medio Israel o Estados Unidos. Pienso en Michel Foucault, un teórico social brillante, pero que a su vez admiraba la revolución islámica de Irán. Para él era algo nuevo en el mundo, había descubierto lo que denominó la espiritualidad política. Lo cierto es que dentro del campismo antiimperialista se han pasado por alto contradicciones ideológicas como apoyar a regímenes teocráticos o movimientos que hacían suyos libelos antisemitas de corte nazi. Tras el 7 de octubre de 2023 también vimos que hay una especie de fascinación retro-revolucionaria en la manera en que se adoptan y reproducen los lemas del islamismo en Occidente. Estoy pensando en los tuits de miembros de Podemos o de Izquierda Unida como Sira Rego y Manu Pineda [secretario de Relaciones Internacionales del PCE y ex europarlamentario], en la propia mitificación del pueblo palestino convertido en un bastión heroico o en quienes en estos días, al calor de lo que sucede en Gaza, recorren aulas universitarias para enaltecer el «Eje de la resistencia» contra el sionismo y el imperialismo, es decir,a Irán, Hizbolá, las milicias palestinas de Hamas o la Yihad islámica, grupos terroristas como el Frente Popular para la Liberación de Palestina…
Hace unos meses, se inauguró en Madrid una exposición con fotografías de las víctimas de Hamas en el pogromo del 7 de octubre de 2023. A la puerta había un grupo de manifestantes gritando: «No es terrorismo, es resistencia».
Es un eslogan nefasto cuyas principales víctimas son los propios palestinos. No es nuevo, aunque ha encontrado nuevos adeptos. Nace en la década de los años 60 en el contexto de la Guerra Fría y fue promovido por la Unión Soviética, que dio un giro de 180 grados con respecto al sionismo, de entenderlo como un movimiento anticolonial a un proyecto imperial y racista. Una parte de la izquierda española ha conservado esta visión totalizadora y mutuamente excluyente de Israel y Palestina, sin atender a sus implicaciones antisemitas. Estas formulaciones sobre la resistencia resultan muy atractivas para jóvenes, pero evidentemente impiden ver a las personas más allá de las identidades nacionales o ideológicas. Es fundamental entender que rechazar acciones de este gobierno de Israel no nos puede hacer entregarnos al discurso antisemita. Al igual que condenar el antisemitismo no supone absolver las acciones o políticas del actual Gobierno de Israel.
¿Cómo valora la actitud del Gobierno de España ante este problema?
El momento actual pide especial prudencia en el lenguaje. Hay que abandonar los binarismos fáciles en este conflicto y pensar bien qué términos se emplean para representarlo en la política y en los medios. Si uno ve, por ejemplo, cómo trata el tema en Francia Macron, o cómo lo hace Von der Leyen -que ha dicho que lo que está ocurriendo en Gaza es inaceptable y que hay un intento de Israel de socavar la solución de los dos Estados-, eso es una forma legítima de habla Pero aquí ministros del Gobierno se envuelven en la kufiya y reproducen lemas como «Palestina vencerá». Sánchez también se ha apuntado a lo del «Estado genocida» y el «exterminio de un pueblo». Además, hay que tener en cuenta que en España, dada la minúscula comunidad judía, la imagen de lo judío ha llegado casi exclusivamente a través del relato del Holocausto. De modo que en el imaginario colectivo, si los judíos ya no son percibidos como víctimas, solo pueden ser vistos como perpetradores. Dada esta invisibilidad de la realidad y diversidad judía en todos los niveles -especialmente en el educativo-, esto contribuye a perpetuar visiones simplistas y estereotipadas.
La propia palabra «antisemitismo» parece estar perseguida.
La negación es uno de los rasgos más extendidos del antisemitismo contemporáneo. Cada vez más escuchamos que el antisemitismo no existe, que los judíos son paranoicos o, peor aún, que son manipuladores y que la denuncia de antisemitismo es mera propaganda para escudar a Israel de toda crítica. La instrumentalización existe, y el gobierno israelí actual abusa de la acusación de antisemitismo, pero eso, obviamente, no hace desaparecer el problema. Por otro lado, el antisemitismo se invisibiliza disfrazado de supuesta justicia social, de crítica al sionismo, un término que ya funciona como código que designa el poder judío. Esto tampoco es nada nuevo. Hace más de un siglo el socialdemócrata alemán August Bebel definió acertadamente el antisemitismo como «el socialismo de los idiotas». Y claro, si a los judíos se les supone un poder descomunal, la denuncia del antisemitismo no puede ser otra cosa que una manipulación, un fraude de los propios judíos. Es un círculo impermeable y el antisemitismo se reproduce en su propia negación.
Hablaba usted de los ministros españoles…
El Gobierno de España se ha entregado al discurso antisionista al abrazar algunos de sus enunciados. Por ejemplo, en que toda la acción, ya sea moral o política, es asignada a Israel y nada a Hamas o, previamente, al liderazgo palestino en Cisjordania. Hamas ha desaparecido de la ecuación. Esto viene de lejos porque la violencia palestina raramente ha sido vista como estratégica, como acciones que tienen consecuencias, o en términos de responsabilidad. Siempre es meramente reactiva, inevitable. Así lo expresó Àngels Barceló en su programa del lunes, 9 de octubre de 2023: no hablaba de los ataques de Hamas sino, básicamente, de su inevitabilidad y de los crímenes que ha cometido Israel a lo largo de toda su historia. Es un esquema binario de inocencia y culpabilidad. Esa asimetría en el análisis, que indica una postura ideológica, es una marca distintiva del antisionismo. No solamente hay antisemitismo cuando se reproducen tópicos o estereotipos clásicos, sino también dentro del discurso antisionista de deslegitimación, doble rasero y demonización del Estado de Israel, o en el blanqueamiento de toda violencia contra israelíes y «sionistas» -es decir, judíos- como legítima resistencia.
¿Cómo valora la actitud del Gobierno español ante los incidentes en la Vuelta a España?
Lo ocurrido con la Vuelta es un ejemplo de lo que denomino en el libro «el retorno de la cuestión judía». Lo judío -en este caso, Israel- se sitúa en el centro mismo de la sociedad y se vuelve un símbolo negativo de enorme fuerza movilizadora. Gaza es un pretexto, una cortina de humo, una pantalla útil que permite movilizar apoyos y demonizar a los adversarios. Es, en cierta medida, un ‘caso Dreyfus’ español. No por analogía de los hechos específicos, sino por la funcionalidad política que brinda la cuestión judía. Obviamente, hay una instrumentalización y manipulación de los sentimientos que provocan las imágenes del sufrimiento en Gaza.
¿Una instrumentalización antisemita?
Lo es por sus efectos. La agitación contra Israel bajo la retórica hiperbólica y maximalista del antisionismo («Del río al mar», «Palestina libre», el «ente sionista») difumina inevitablemente la línea entre lo israelí y lo judío. Y esto se traduce en un aumento de incidentes antisemitas en los dos últimos años en España, y no tiene visos de para Todo lo contrario, genera un clima muy hostil que invita a agresiones antijudías de extremistas de izquierda, islamistas y de grupos de ultraderecha. Es una situación muy preocupante en la que los judíos, una vez más, están expuestos, al servir de piedras de toque de batallas que les trascienden y a sufrir sus consecuencias.
¿Diría que en cuestiones como la Vuelta a España se da un caso de hipocresía?
En la Vuelta se ve el maillot de UAE Team Emirates y nadie se plantea hacer una pregunta al respecto. Emiratos Árabes Unidos estuvieron en una coalición con Arabia Saudí que provocó miles de víctimas civiles en Yemen. Eso parece ser que no genera el mismo tipo de indignación.
En absoluto
Hay una histeria muy reveladora con este asunto. Las declaraciones y los tuits de Ione Belarra y de Irene Montero son muy llamativos por ese grado de implicación emocional que tiene este conflicto. Y, en su caso, un pasmoso doble rasero. Porque, aunque se mencione mucho, si Rusia no está en las competiciones no es porque la izquierda lo haya exigido. Baste recordar que en España, poco después de la invasión de Ucrania, organizó una manifestación contra la OTAN.
Al mismo tiempo, Vox parece haber abrazado la causa de Israel.
No sé si la causa de Israel o la de Netanyahu y su gobierno. Éste es el panorama. Por un lado, el antisionismo de izquierdas ha difuminado la distinción entre la oposición a la política gubernamental actual en Israel y el cuestionamiento de la propia existencia del Estado. Por otro, desde las derechas populistas, se enarbola un pro sionismo que es funcional a la retórica anti Islam y ultranacionalista en Europa y que además representa a Israel de forma también maniquea porque ignora la pluralidad de voces del sionismo. Cada uno reproduce aquí la lógica de esta guerra, de la destrucción del otro, y ha reducido dramáticamente el espacio de quienes defienden la independencia y seguridad de Palestina e Israel, pero en relación mutua. Evidentemente, estas posturas que plantean mirar más allá de los binarismos no brindan la pasión que generan los significantes fuertes de ponerse de una parte o de la otra.
Antes hablaba del ‘caso Dreyfus’. ¿Por qué cree que Sánchez está usando este asunto, precisamente ahora?
El antisemitismo siempre cumple una función política. En torno a la cuestión judía, en cada época se debaten problemas políticos y sociales que trascienden la cuestión en sí. Sánchez sabe por las encuestas que una parte importante de la sociedad española está muy sensibilizada con este tema. Quizás, en parte, con ese plus de indignación que viene de la herencia del antijudaísmo tradicional. Pero también hay una parte real, una situación muy violenta en la que un grupo humano está sufriendo terriblemente, como es la población de Gaza. Supongo que, queriendo conectar con esa sensibilidad, habrá calculado la rentabilidad electoral de esa toma de postura.
¿A qué diría que se debe este grado de emocionalidad que aplasta a la racionalidad?
No es un tema cualquiera. No se habla así de Rusia ni de ningún otro conflicto. El poeta palestino Mahmud Darwish dijo una vez que el interés por la cuestión palestina deriva del interés que suscita la cuestión judía, y que si estuvieran en guerra con Pakistán, nadie habría oído hablar de ellos. Israel provoca un grado de indignación que no se ve con ningún otro Estado. Si, como piensan muchos, en Israel-Palestina se decide el destino de la humanidad, más vale tomárselo muy en serio. Porque ahí se juzgará quién está en «el lado correcto de la historia». Aquí es importante puntualizar. Que los palestinos bajo ocupación israelí en Cisjordania y sometidos a una doble violencia (de Israel y de Hamas) en Gaza son merecedores de apoyo y solidaridad es evidente. Pero si se considera Palestina como la zona cero de las opresiones que afligen al mundo, entonces Israel no puede ser otra cosa que el ejemplo supremo de la maldad humana. Esto nos retrotrae al deicidio y también a San Pablo y la posibilidad de una emancipación total, porque liberar a Palestina de la opresión es, en realidad, la liberación de la humanidad.
¿Es por eso que, para algunas personas, ahora “no toca” condenar a Hamas?
Es que, para muchas, no ha tocado nunca. Si la resistencia de Hamas es legítima, ¿por qué ibas a condenarla? Pero creo que eso no representa a la mayoría de la población, sino a un determinado sector político y académico que salió con la pancarta en las grandes manifestaciones de finales de 2023, donde el lema «Palestina libre desde el río hasta el mar» venía a decir: «Paremos un genocidio y cometamos otro, haciendo desaparecer al Estado de Israel».
Le quería preguntar, precisamente, por la batalla en torno a la palabra «genocidio».
Genocidio es un término jurídico y hay una convención de la ONU que define en qué consiste, al enumerar una serie de actos cometidos con la intención de destruir total o parcialmente a un grupo étnico, nacional o religioso. La voz «intención» es fundamental y esto es lo que ha frenado a los juristas para aplicarlo en otros casos de violencia; por ejemplo en Bosnia, solamente en Srebrenica y no en ninguna de las otras localidades en las que también se cometieron crímenes. Pero además de un tipo penal, el genocidio es un concepto que se ha popularizado como el peor crimen posible, y del que se ha abusado políticamente. Tiene un prestigio macabro porque está asociado al Holocausto. Parece que es algo nuevo, pero la acusación a Israel de genocidio existe desde hace décadas. Igual que la acusación de ser un Estado racista y nazi. Ha sido y sigue siendo una estrategia para deslegitimar al Estado de Israel. ¿Por qué? Porque genocidio, aplicado al Estado de Israel, convoca un tropo antisemita de las víctimas convertidas en victimarios. Si Israel comete un genocidio, es un ataque a la línea de flotación de la propia legitimidad del Estado. Como ya decían en los años 60 la propaganda soviética, «los israelíes son los nuevos nazis». En resumen, exige precaución y pensar antes de invocar el término. Y, sobre todo, uno espera, especialmente de quienes enarbolan la bandera del humanismo, que haya cierto reparo antes de activar una de las palancas más eficaces del antisemitismo contemporáneo.
Pero aquí no se produce.
No. De hecho, esta acusación ha entrado en una nueva etapa. Ya no es que los israelíes sean nazis, es que han superado incluso al nazismo. Hay una retórica de inversión total de la Shoah: el pueblo de las antiguas víctimas es todavía peor que aquellos a quienes hasta ahora considerábamos el epítome del mal industrializado. Hace unas semanas el diario Público publicaba una columna de un catedrático de historia que planteaba que, al fin y al cabo, los nazis eran asesinos banales, es decir, personas normales que en una situación extraordinaria se convirtieron en monstruos. Los sionistas, sin embargo, los consideraba perpetradores conscientes y convencidos de sus atrocidades. En definitiva, el término genocidio ha tomado vida propia y se ha consolidado en las calles y los medios de comunicación. Pero su poder está en la acusación, no en el argumento. Cualquier matiz queda aplastado por esta acusación total. La predisposición y esa urgencia de llamarlo genocidio viene motivada por esa voluntad de deslegitimar al Estado de Israel mucho antes de los acontecimientos de Gaza.
También hay quien afirma que el antisemitismo afecta igualmente a los árabes.
Sí, con la coletilla de que los judíos son los peores antisemitas por lo que hacen con los palestinos. Es un argumento falaz y perverso. El término antisemitismo fue acuñado por agitadores reaccionarios en el siglo XIX con un significado específico: designar la hostilidad contra los judíos. Nunca ha sido utilizado para referirse a la discriminación o violencia contra hablantes de lenguas semíticas en general. Pero lo que esconde esta especie de refutación filológica es un intento más de negar la realidad del antisemitismo, vaciando el término de contenido y empleándolo de forma acusatoria contra los propios judíos. Al final, el judío es expulsado de un espacio de reconocimiento mutuo. Es la única minoría que cuando expresa un sentimiento de exclusión y estigmatización es silenciada e incriminada de esta manera.
Del mismo modo, está muy extendida la idea que los judíos son hoy los musulmanes en Europa.
Sí, que la islamofobia reemplaza al antisemitismo como el problema que aqueja hoy a las sociedades. Es una noción errónea porque bloquea una comprensión de cada una de estas formas de hostilidad y odio, pero además porque alienta una competición desastrosa entre víctimas y entre comunidades.
En el libro cuenta su propia experiencia en la universidad estadounidense a raíz de una mesa redonda en 2015: los estudiantes musulmanes protestaron por la reproducción de una de las portadas de ‘Charlie Hebdo’ tras el atentado que sufrió la revista. ¿Qué descubre uno de la cultura de la cancelación con una experiencia así?
Mi experiencia como profesor en la Universidad de Minnesota, pero que es extensible a otros ámbitos académicos, puso en evidencia la doble marginalidad en que se encuentran los estudiantes judíos. Marginales para la cultura mayoritaria, pero también entre las minorías que suprimen la singularidad de la identidad judía en un contexto, paradójicamente, de afirmación identitaria y cultura ‘woke’ supuestamente vigilante ante los sesgos o prejuicios implícitos asentados en la cultura. Estudiantes y profesores judíos, etiquetados como blancos, también se están viendo obligados a suprimir su identidad dentro de los círculos antirracistas. Esto está relacionado con una serie de marcos conceptuales y teóricos -los estudios críticos de raza y la teoría del ‘settler-colonialism’, por ejemplo- muy extendidos especialmente en las humanidades y que han creado una estructura de consentimientos que alimentan el antisemitismo. No son antisemitas por sí mismos, pero, unidos a las noticias que llegan de Israel y Palestina, han generado un momento antisemita, un clima de opinión que facilita ver a los judíos como actores poderosos que, para algunos, legitimará su silenciamiento y exclusión. Y a juzgar por las movilizaciones que celebraron los ataques de Hamas del 7 de octubre, también su destrucción.
Sobre Alejandro Baer
Nació en Buenos Aires en 1970. Doctor en Sociología por la Universidad Complutense, ha desarrollado su labor en torno a la memoria y al genocidio.
Así, ha estudiado el memorialismo en las exhumaciones de represaliados en la Guerra Civil (‘Antígona en León’) y el terrorismo de Estado en el Cono Sur.
