Lo que se quiere ocultar es que falló la decisión ideológica de llevar al límite la exposición a las renovables. Mientras no exista una alternativa, la nuclear es un imprescindible complemento para dotar de estabilidad a la red.
NotMid 04/05/2025
OPINIÓN
JOAQUÍN MANSO
La caída estrepitosa del «mejor sistema eléctrico de Europa» provocó el lunes que se agotasen las provisiones de velas y de transistores a pilas en la cuarta economía del euro. Se celebraron nocturnales y el virtuoso pueblo español volvió a dar un «ejemplo de civismo», pero también hubo cuatro muertos, viajeros tirados en medio de la nada y negocios e industrias que acumularon cuantiosas pérdidas. La imagen del país como destino inversor quedó por los suelos. Hacía más de dos décadas que el continente no padecía una situación semejante.
España ha vivido en muy corto espacio de tiempo calamidades nunca vistas: ahora es este insólito cero energético, como antes soportamos la mayor mortalidad durante el Covid por el retraso en adoptar medidas y luego la dana más destructiva, tras fallar todas las alertas, con una correlativa percepción de Estado ausente («si necesitan más ayuda, que la pidan»). Este lamentable mosaico obliga a una reflexión sobre nuestra incapacidad para la prevención, sobre la tolerada promoción a posiciones que exigirían un mérito técnico de personalidades mediocres que sólo acreditan una adscripción personal y sobre cuánto tiene que ver en esos fracasos la recurrente falta de asunción de responsabilidades políticas: negligencias, falsedades y ocultaciones se suceden sin ninguna consecuencia.
«Los españoles empezamos a vivir los fallos sistémicos como gajes de la españolidad. La secuencia crisis-opacidad comunicativa-ausencia de rendición de cuentas se ha convertido en una trama previsible», escribía aquí el miércoles David Mejía. Ni siquiera su peor enemigo habría imaginado que Pedro Sánchez tendría que enfrentarse a un apagón total que echaría por tierra la credibilidad del modelo energético con el que pretendía asombrar al mundo pero, si lo hubiera hecho, con seguridad habría predicho su respuesta. El presidente nunca es responsable de nada, a él las cosas le pasan y es él, líder providencial, quien las resuelve.
Sánchez activa la emoción política del resentimiento y parte en dos el debate público para convertirlo en un escenario maniqueo de confrontación ideológica. Polarizar para salir impune. Se mantiene viva la falsa pista del ciberataque y se confunde a la opinión pública con argumentos pretendidamente técnicos para hacer creer que se desconoce la causa del apagón, pero al mismo tiempo se identifica a un culpable, se crea un marco simplista de avaricia -«operadores privados»- y la narrativa se hace sola. Instantáneamente el muro del sectarismo se levanta: defensores de lo público y de las beatíficas renovables contra los de las pérfidas nucleares que esconden intereses espurios.
Sánchez niega la evidencia. Horas después del fundido en negro, ya habían desfilado por todos los medios expertos que señalaron el problema de fondo: la decisión ideológica del Ministerio que antes dirigía Teresa Ribera y ahora la inédita Sara Aagesen, y por tanto del propio Sánchez, de llevar al límite la exposición a las fuentes solares y eólicas en el mix energético dejando al mínimo a las que proporcionan estabilidad al sistema, como los ciclos o las nucleares. Esto es lo que se quiere ocultar: que lo que falló fue el modelo.
Por ello además el presidente ha tratado de instalar que Red Eléctrica, encargada de garantizar el suministro, es también un «operador privado». Si lo fuese, difícilmente su presidenta sería Beatriz Corredor, ideología pura que alcanzó el cargo desde la Fundación Pablo Iglesias: sus avales para sustituir a Jordi Sevilla fueron su cercanía personal a Sánchez y su probable compromiso de evitar cualquier objeción al objetivo propagandístico de alcanzar antes que nadie las cero emisiones. Gracias al brillante trabajo de Paula María esta semana en EL MUNDO sabemos que Corredor ignoró sin adoptar medidas durante cinco años los avisos de riesgo de blackout a causa de la exposición masiva a las renovables.
La noche anterior al colapso, este periódico publicaba un editorial premonitorio que subrayaba el carácter «indispensable» de las nucleares para «garantizar el suministro eléctrico». España debe invertir en el desarrollo de las renovables porque su precio hace más competitiva la industria y beneficia al consumidor, favorecen nuestra autonomía estratégica y contribuyen a una atmósfera limpia. Pero mientras no exista una alternativa a la nuclear, ésta debe ser un imprescindible complemento que dote de estabilidad a la red
El presidente no deja pasar una crisis sin aprovecharla como una oportunidad. La foto de Sánchez junto a sus ministros frente a los representantes de las eléctricas es un ejercicio de intimidación que evoca el pulso intervencionista que el Gobierno mostró en Telefónica. Y esta misma semana el presidente mezclará en el Congreso el debate sobre el gasto en Defensa con las «explicaciones» sobre el apagón mientras sigue sin descartar la «hipótesis» del hackeo, evidentemente para intentar que la UE le compute las inversiones en ciberseguridad. Al día siguiente se votará el decreto antiaranceles y el PSOE no contará con el PP precisamente por su rechazo a las nucleares: quedará en manos de Podemos, los mismos que hace una semana auguraban «el principio del fin»