El Rey, durante el acto de conmemoración del 50º aniversario de la reinstauración de la Monarquía, defiende la utilidad social de la Corona y apela al «método» de la Transición para acabar con la crispación
NotMid 22/11/2025
EDITORIAL
La conmemoración, hoy hace medio siglo, de la reinstauración de la Monarquía en España se asienta no sólo sobre el recuerdo del ejercicio de diálogo y de concordia en el que se cimentó la Transición, sino sobre el impulso para el futuro que proporcionan las bases de este histórico legado. Felipe VI reinvidicó ayer, durante su intervención en el acto central por el 50º aniversario de la proclamación de Juan Carlos I, el «método» -sustentado en el «respeto mutuo»- que presidió un periodo que fue posible por una mezcla de responsabilidad y de audacia, y por las «cesiones de unos y otros». Si la convivencia democrática pudo abrirse paso, desterrando fantasmas del pasado, se debió a que en esa etapa cristalizó «la palabra frente al grito, el respeto frente al desprecio, la búsqueda del acuerdo frente a la imposición». La apelación del Rey a explorar el bien común por encima de intereses partidistas resulta particularmente pertinente ahora, en una época sacudida por la crispación. No se trata de añorar el pasado, sino de aprender de las lecciones que este arroja para restaurar una voluntad institucional integradora.
Durante su discurso, en el Palacio Real de Madrid, Felipe VI no quiso idealizar una etapa histórica «imperfecta», pero sí ensalzar el gesto político «revolucionario» que supuso orillar el tradicional frentismo. En este contexto, y sin eludir el imperativo de «ejemplaridad» que exige la ciudadanía, el Rey subrayó la importancia de la «firme» voluntad de su padre como árbitro de un proceso reformista que no fue sencillo y que, como demuestran la abyecta huella de ETA y de la violencia de organizaciones extremistas a izquierda y derecha, no estuvo exenta de obstáculos.
Con independencia de la valoración crítica que merecen unos errores que tanto han dañado a la institución monárquica, es de justicia reconocer el papel decisivo que el entonces titular de la Corona, como institución vertebradora del Estado, jugó desde 1975 como catalizador de la democracia y de la estabilidad.
La reconciliación tejida a lo largo de aquellos años no puede considerarse sólo un logro político, sino cívico y moral. Y no se puede soslayar la impronta fundamental de la primera magistratura del Estado, que supo acompañar las transformaciones políticas y sociales que permitieron el paso, de la ley a ley, desde el régimen franquista a una democracia liberal homologable a la de los países occidentales. A esta tarea contribuyó la Reina Doña Sofía, quien ayer recibió de manos de su hijo el Toisón de Oro, la distinción más prestigiosa de la Casa Real, en reconocimiento a sus más de 60 años de servicio a la Corona y al país. Una insignia que el Rey también impuso a Miguel Herrero y Miquel Roca, los dos padres de la Constitución vivos; y a Felipe González, bajo cuyo mandato España consolidó la alternancia política y alcanzó el hito de su adhesión a la Unión Europea. El ex presidente del Gobierno, además de recordar que la Transición fue el momento histórico en que la sociedad española encontró «el punto de madurez preciso para asentarse en la institucionalidad democrática», apremió a las nuevas generaciones a abrazar esa herencia histórica.
Es la hora de rememorar el esfuerzo de la hornada política que alumbró la Constitución de 1978. Pero no como un mero reconocimiento al pretérito, sino como una palanca para afrontar los retos pendientes. A ello precisamente exhortó González a la Princesa Leonor, símbolo generacional de la Carta Magna: «Para la tarea que debe ejercer -afirmó el ex mandatario socialista- le será útil la memoria, la que sirve para mirar al futuro». Así parece haberlo entendido también el grueso de la ciudadanía española. El Panel de Sigma Dos para EL MUNDO revela que el 60% de los españoles considera que la Princesa Leonor será una «buena» jefa del Estado. El porcentaje escala hasta el 75% entre los jóvenes de 18 a 29 años, lo que muestra la confluencia del anhelo de progreso de la juventud con la proyección esperanzadora que irradia la heredera al Trono. En todo caso, sólo el 55,5% considera que la Monarquía es útil para la consolidación de la democracia, frente al 40,6% que cree lo contrario. Este dato indica que la apreciación social de la labor moderadora de la Corona no es inmune a la espiral de polarización en la que se ha instalado la clase política española.
Por ello cobra especial significado el mensaje de utilidad social trasladado por el jefe del Estado en torno a la Monarquía parlamentaria, el sistema que ha facilitado el mayor periodo de libertad, prosperidad y bienestar de España. Rompiendo su tendencia histórica, nuestro país supo hace cinco décadas buscar lo que nos une, por encima de lo que nos separa. A ese fin siguen convocadas todas las fuerzas políticas, en aras a evitar tentativas que, a base de horadar la centralidad institucional, amenazan con sembrar la discordia civil.
España es una democracia consolidada con una sociedad vibrante que no se corresponde con el habitual enfrentamiento en la escena política. Por eso es imprescindible proteger un marco común. La exigencia de entendimiento por parte de los ciudadanos conecta con la senda marcada por el Rey, desde la constancia en la defensa del ideal de una nación abierta y plural.
