NotMid 19/10/2023
OPINIÓN
DAVID JIMÉNEZ TORRES
En Una historia de amor y oscuridad, Amos Oz recordaba su infancia en la Jerusalén de los años 40. Es decir, en la última etapa del protectorado británico en Palestina y los inicios del Estado de Israel. Entre sus recuerdos hay una imagen memorable: en las semanas anteriores a la salida de los ingleses, los habitantes de los barrios judíos ven cómo las fuerzas árabes van tomando posiciones para atacarlos en cuanto se proclame la independencia del nuevo país.
Esa yuxtaposición entre nacimiento y combate, entre promesa y amenaza, resume algunos aspectos del conflicto árabe-israelí; pero también actúa como metáfora de nuestras opiniones sobre el mismo. En cuanto formulamos una idea aparecen consideraciones que la cuestionan, complican o anulan. Un buen ejemplo son las afirmaciones de estos días de que se debe apostar por la solución de los dos Estados. Vale, pero ¿quién gobierna el de los palestinos? ¿Y cómo va a funcionar esa solución si en uno de los dos Estados se puede hacer con el poder un grupo como Hamás, que desea la destrucción del otro Estado?
Ocurre algo parecido con las afirmaciones bienintencionadas sobre el derecho del Estado de Israel a defenderse. Claro, pero ¿no demuestra la masacre perpetrada por Hamas un fracaso de las políticas encaminadas a “defenderse”? ¿El hecho de que esto haya ocurrido bajo el Gobierno de alguien tan comprometido con la seguridad como Netanyahu no obliga a hacer preguntas serias sobre cómo se debe plantear la defensa de Israel? Y ¿no es muy posible que la entrada en Gaza cause graves daños a las fuerzas armadas israelíes, lastrando, precisamente, su capacidad de defenderse de ataques aún más serios -por ejemplo, de Hizbulah-?
Bustos ha escrito en este mismo diario que constatar la complejidad de lo complejo no merece el espacio de una columna de opinión, y seguramente está en lo cierto. Pero recordar esa complejidad debería advertirnos, al menos, contra la tentación de usar este conflicto como tirolina del turismo conceptual -como hace la ministra Belarra cuando banaliza el término genocidio-, o para anotarse unos puntos en escaramuzas políticas estrictamente nacionales. Lamentablemente, sabemos que lo que ocurre lejos tiende a trivializarse; pero una historia de tanto horror y tanta oscuridad merecería más respeto.