Seis periodistas comparecieron tras el prudente Lobato y la amnésica Sánchez Acera. Hubo un dilema moral, un alegato interrumpido y una hermosa mutación en la defensa
NotMid 06/11/2025
ESPAÑA
LEYRE IGLESIAS
Juan Lobato llegó vestido de azul eléctrico con una carpeta roja del PSOE. Y el espíritu de esa carpeta le guió a lo largo de su declaración como testigo en la tercera sesión del juicio al fiscal general. Es cierto que, por un momento, ese espíritu pareció desvanecerse. Ocurrió cuando explicó cómo Santos Cerdán le anunció lo que Pedro Sánchez iba a hacer en el Congreso aquel 13 de marzo de 2024 -por situarnos: un día después de que elDiario.es desvelara la denuncia por fraude fiscal contra González Amador, y un día antes de aprobarse la amnistía-: «A ver si lo recuerdo bien porque era un poco rocambolejco: el presidente le va a pedir a Feijóo que le pida a Ayuso que dimita».
Fue un espejismo. Para los habitantes del muro, Lobato es el traidor del acta notarial, y ha pagado un precio. Quizá por eso este miércoles no quiso comprometer más ni a su partido ni a la Fiscalía ni al Gobierno. Insistió en que exhibir en la Asamblea de Madrid un correo confidencial, de dudoso origen, del novio de Ayuso, como le pedía Pilar Sánchez Acera, le pareció potencialmente delictivo, pero negó que sospechara de la Fiscalía, como sí se desprendía de su mensaje a la entonces cargo monclovita. «No tenía sospechas, tenía prudencia», dijo el senador, prudente. Y su duelo en diferido con Sánchez Acera se desinfló.
Como Lobato, la ex jefa de gabinete del ex jefe de gabinete de Sánchez llegó de traje, en este caso de inmaculado verde botella, y se mostró inmaculadamente institucional. Una pulcritud encomiable, aunque quizá el tribunal hubiera preferido más desidia formal y menos desidia memorística. ¿Quién le envió el pantallazo del «famoso» correo? «Era periodista de un medio de comunicación, pero no puedo recordarlo», insistió. Y es verosímil: un día recibes una oportunísima bomba política y al cabo de unos meses no recuerdas quién te la regaló, aunque sí sabes segurísimo que no cruzaste ni una palabra con él, ella o elle. ¿Fue una IA, tal vez?
También habría ayudado que Sánchez Acera no hubiera puesto tanto mimo en borrar todos sus mensajes y llamadas al cambiar de móvil. Sobre todo siendo asesora del ministro de Transformación Digital.
Entre tantas sombras la declarante sí lanzó al menos un destello de luz. Fue respecto a su concepción del «buen gusto», cosa que siempre tiene interés. Según explicó, mientras presionaba a Lobato para que hiciera público el correo confidencial entre el abogado de un contribuyente y un fiscal, se preocupó mucho por que se tacharan los datos personales que allí aparecían, puesto que difundir el número de teléfono de un profesional (el letrado Carlos Neira) no le parecía «una cosa de buen gusto». Había que extremar el «cuidado», claro que sí.
Cualquier malpensado vería en el borrado de Sánchez Acera una mala copia del original. Pero la sesión de este miércoles nos regaló una emulación mucho más apasionante que el frío acto de darle a «eliminar». La protagonizó José Precedo, adjunto al director de elDiario.es, quien, à la González Amador, solicitó permiso para pronunciar un alegato final con el fin de defender el buen hacer de los periodistas, tan vilipendiados en la sala (y en la Moncloa, y en algunos medios, y en RTVE…).
El magistrado Martínez Arrieta no le dejó, pero hay que agradecerle el intento: la prensa es imprescindible en toda democracia, tanto si milita en el bien como si lo hace en la fachosfera, ¿verdad?
El mismo periodista -comparecieron seis- protagonizó otro momento llamativo. Precedo se dijo perturbado por un «dilema moral bastante gordo»: según contó, sabe que quien le filtró el expediente tributario de González Amador -y, asegura, también el maldito mail de reconocimiento del fraude, que es lo que se juzga- no fue el acusado; pero, al verse obligado a proteger a su fuente, el fiscal general se expone a la «cárcel». El nivel de los dilemas está alto, y «o me voy de España o me suicido» es sin duda mucho peor.
Habló también Esteban Urreiztieta, subdirector de Investigación de EL MUNDO y autor de la noticia que despertó el frenesí de Álvaro García Ortiz porque, decían, había que combatir un «bulo». Esteban se tiró allí un buen rato respondiendo como un periodista: con datos, con hechos, sin proclamas, sin llorar. Lo más hermoso fue constatar cómo el ayudante de la abogada del Estado no le habló de «bulo», sino de «su exclusiva» y «su información». Es una alegría: ¡el muro se agrieta al fin!
Aunque declaró como testigo, Esteban hizo una pregunta pertinente: ¿qué «desdoro» para la Fiscalía suponía publicar que esta le había ofrecido un pacto de conformidad al denunciado -cosa que el fiscal del caso hizo literalmente-, cuando el primero en dar el paso había sido el propio denunciado, como es habitual? ¿Qué cambia eso? ¿Dónde está la peligrosísima desinformación que sólo podía combatirse así?
Cabría añadir algo más: si creyeron necesario rebatir la acusación de Ayuso de que toda la inspección tributaria a su pareja era un complot del Estado sanchista para derrocarla, ¿hacía falta para ello desvelar datos personales de un particular? La presidenta madrileña tachó de «estalinista» la investigación policial a Nacho Cano y el Ministerio del Interior no difundió una foto de Nacho Cano en calzoncillos.
La próxima sesión es el martes. Continuará.
